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Una noche histórica: Ginóbili llegó al techo de un estadio y al del reconocimiento de la NBA
SAN ANTONIO, Estados Unidos.– La voz patinó tres o cuatro veces, pero no terminó de quebrarse. Como cuando jugaba, hasta hace menos de un año, Manu Ginóbili se sobrepuso con esfuerzo al rival de turno, y nada se escapó de sus lagrimales. Pero la emoción fue un común denominador de la noche del retiro de su camiseta. La número 20 ya no podrá ser vestida por ningún basquetbolista de San Antonio Spurs, porque ahora está acá, en lo alto del AT&T Center, junto a las de otros ocho jugadorazos de la franquicia texana.
Luego del 116-110 del equipo blanco a Cleveland Cavaliers, Gregg Popovich, Tim Duncan, Fabricio Oberto, el manager general R. C. Buford y Sean Elliott protagonizaron una celebración de 55 minutos de homenaje al primer basquetbolista argentino que llega a los altares individuales de la mejor liga del planeta, frente a 18.000 espectadores que ovacionaron varias veces al bahiense.
Parker, tan bueno para conducir en la cancha como para llevar adelante su discurso, contó que sabía que en la Argentina generaba resquemores por pasarle poco la pelota a Ginóbili y provocó risas al revelar que él solamente respondía a la táctica de Popovich, que le exigía darle el balón a Duncan para definir las jugadas. Este, inusualmente locuaz –habló durante varios minutos y Manu lo cargó por eso–, causó gracia cuando dijo que al principio no sabía ni cómo se llamaba "Nanu Ginobili" (sic, acentuando la sílaba "bi" del apellido) y relató que se divertía mirando al entrenador enojarse cuando Manu hacía algo fuera de libreto y tratar de entender qué se proponía el escolta. Y el DT, entre anécdotas, remarcó la competitividad del argentino, su inigualable deseo de ganar: nunca vio a nadie tan focalizado en la victoria como su número 20. Además, ensalzó al seleccionado nacional campeón olímpico en Atenas 2004, "uno de los mejores equipos" que vio en su vida.
Y después... Ginóbili, que en 19 minutos agradeció y desparramó afecto por el mundo. Él no quería que le hicieran esta ceremonia, su bajo perfil no se lo permitía. Pero una vez que tomó el micrófono, alternó inglés y español con la habilidad de un animador televisivo para dejar en claro cuánto los demás tenían que ver en lo que él había hecho, en lo que él era.
Costó respirar. No se trató de una noche para tibios. Fue imposible quedar al margen y jugar un papel de mero espectador. Si hasta en el ingreso al AT&T Center regalaban un paquete de pañuelos descartables con la frase "hay veces en que necesitás pañuelos para decir «gracias»", y en el empaque, la leyenda "Gracias Manu". Casi 18.000 personas se rindieron a los pies de Emanuel Ginóbili y todos se enjugaron más de una vez los ojos porque la emoción los dominó.
El retiro de la camiseta número 20 de San Antonio Spurs fue el cierre ideal para una carrera fantástica, la liturgia perfecta para rendir homenaje a una leyenda, al hombre que reescribió la historia del básquetbol argentino, al bahiense que logró que la NBA se rindiese a sus pies, que en Estados Unidos un estadio se vistiese de celeste y blanco, que sonara el himno nacional en el corazón de Texas y que todos aquí tuvieran una sensación de gratitud eterna al hombre que contribuyó decisivamente para los cuatro anillos de campeón de la franquicia.
Comenzó a latir temprano este estadio y la gente se sumó a la iniciativa: todo estaba vestido con fotografías de Ginóbili. Todos querían una imagen con una gigantografía de la leyenda. Cada uno de los asientos de los 18.000 de este estadio tenía un cartel con la leyenda "Gracias Manu" y en varios sectores había banderas pequeñas argentinas que estadounidenses, mexicanos, japonenes, chinos y criollos hicieron flamear desde que ocuparon sus lugares. Gritos, muchos gritos, pero ninguno por el hecho de que Spurs fuera a jugar un partido ante Cleveland Cavaliers. Todos tenían un único mensaje: "Ginoooobiliiiii".
Cada uno de los empleados que trabajan aquí estaba vestido con una gorra que agradecía al bahiense más una remera con la misma inscripción. En las tiendas se vendía una producción especial de la camiseta de juego de Ginóbili por unos 200 dólares. Los aficionados locales sonreían al hablar del retiro de la camiseta número 20; los argentinos, en cambio, comenzaban efusivos y después se les transformaba la cara. Y lo que predominó en todos los casos fue la emoción. El llanto estaba a flor de piel: aquí se derriten por Ginóbili. Todo se rindió a los pies del argentino, que estuvo gran parte del tiempo haciendo esfuerzos por no ceder ante el riesgo de sollozos.
La fiesta fue preparada con mucho cuidado, se ultimó cada detalle. Todo con el 20 como símbolo, todo pensado a la perfección. Incluso el acto de medio tiempo, que tuvo como actores principales a los amigos y compañeros de mil batallas de Ginóbili. Manu llegó a las 20.55 al estadio y estaba más que ansioso. Sucede que estaba al tanto de cada paso que compondría la ceremonia y sabía que en el centro del campo se iba a ensayar una mesa redonda en la que participarían Pepe Sánchez, Alejandro Montecchia, Pablo Prigioni, Luis Scola, Fabricio Oberto, Andrés Nocioni y Gabriel Fernández. Ese encuentro tuvo como moderador al periodista Adrián Paenza, amigo de Manu y hombre que supo utilizar al bahiense como tester de varios de los problemas matemáticos que después publicó. Un momento mágico que todos aquí disfrutaron casi tanto como la ceremonia posterior.
En el estadio parecían no entender bien Dante, Nicola y Luca, los hijos de Manu, que estarían en el centro de una situación que los marcaría para toda la vida. Marianella, su esposa, bastión perfecto para la estrella, no pudo evitar que corriera alguna lágrima por las mejillas. Toda una ciudad, todo un universo del deporte, estuvieron aquí para ofrecer a Ginóbili sus corazones.
Su mamá, Raquel, y su papá, "Yuyo", estuvieron atentos; sus hermanos Leandro y Sebastián anduvieron siempre cerca. La familia acompañó esta aventura fantástica que comenzó allá, a miles de kilómetros, en Bahía Blanca; esa historia que se inició a los golpes en Bahiense del Norte y terminó anoche aquí con el retiro de la camiseta 20 de San Antonio, una exitosa franquicia de la NBA. Y pensar que Manu miraba el póster de Michael Jordan que tenían en la puerta de la habitación compartida con sus hermanos y creía que su máxima chance era conocerlo alguna vez...
Las camisetas de James Silas, George Gervin, Johnny Moore, David Robinson, Sean Elliott, Avery Johson, Bruce Bowe, Tim Duncan y ahora Ginóbili cuelgan de lo más alto del estadio. Parece un sueño del que es muy difícil despertarse. Se perdió la mirada de todos en el momento en el que se descubrió la casaca 20 de Spurs, se iba al infinito la mirada del argentino cuando se deslizó la tela negra que cubría el que fue su traje durante 16 temporadas en esta franquicia. Se humedecieron los ojos de todos aquí. Se hizo un nudo en el estómago. Hirvió la sangre, se confundió todo entre lágrimas, gritos y flashes. Se inmortalizó el momento que nadie jamás creyó posible. Se elevó la figura del basquetbolista más importante de la historia nacional. Costó mantenerse al margen de todo. Y de sentir lo mismo que todos en esta ciudad, ese omnipresente "gracias, Manu".
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