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La columna de Facundo Campazzo: “Intento no guardarme las cosas, porque al fin y al cabo la cabeza tiene un límite; si uno lo pasa, explota”
El argentino reflexiona sobre el momento que atraviesa en Denver Nuggets, en un tramo decisivo de la temporada en la NBA
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DENVER, Estados Unidos.– Sabía que podían pasar muchas de las cosas que me tocó vivir en las últimas semanas. Yo no podía controlar nada de la situación, por eso me generó bastante ansiedad, como cierta incertidumbre. Pero dentro de todo la tomé con mucha tranquilidad. Sabía que había chances de ser transferido, más que el año pasado, pero estaba menos nervioso ahora. Me puse en mi cabeza “si tiene que pasar, que suceda”. Estaba mentalizado en controlar lo que podía y pensaba que lo que no estaba en mis manos no debía consumirme energías. No puedo mentir: fueron horas extrañas, porque se acercaba el cierre de los traspasos y no había novedades. Ese día, cuando terminé de entrenarme, me fui al vestuario y agarré el teléfono para saber qué pasaba. No encontré noticias del tema. Entonces me dije: “Si no viene nadie de la organización a decirme nada, no puedo alertarme por un traspaso”.
Es un poco salvaje lo que pasa cuando se abre el período de traspasos, pero yo tenía claro que podía suceder cualquier cosa. De hecho, le dije a Consu: “Mirá, acá nada está asegurado. Preparate porque puede haber un cambio”. Y ella comprende que esto es posible, así como yo lo sé. Lo que no quiere decir que uno no se sienta un poco en el aire, porque no es parte de ninguna determinación. Yo sabía que no iba a ser un traspaso de un jugador por un jugador, que podía ser parte de un paquete para un cambio, lo que hacía que fuese una operación más compleja, porque involucraba mucha más gente. Sabía que había algunos equipos interesados, pero como no era parte de la mesa de negociación, no tenía certeza de nada. A pesar de todo, nada cambió en mi forma de entrenarme. Seguí haciéndolo con mucha tranquilidad y con la entrega habitual.
No fueron semanas sencillas; fue una montaña rusa. Pasé de no jugar a jugar bastante. Después, a quedar fuera de la rotación, a volver a tener minutos y a no tener actividad contra Golden State Warriors. Lo que sí tengo claro es que cuando no juego y perdemos, me pongo mal porque quiero ayudar a mis compañeros y mostrar que puedo darles opciones. Y cuando no juego y ganamos me pongo feliz por el equipo, pero hay algo de tristeza por no ser parte de ese momento. Eso es lo que más me ocupa en este momento.
Algunos compañeros se acercan a hablarme y me dicen que me quede tranquilo, que la NBA está llena de oportunidades, que está la chance de ingresar a los playoffs y que se abren las posibilidades para todos. Que hay que estar preparado. Hay mucho apoyo en ese sentido. Entre los que no jugamos tanto, nos alentamos siempre. Todos tenemos claro que no importa lo que hicimos antes. Acá no cuentan esas cosas, lo que se ganó en Europa ni nada eso. Son las reglas del juego, y un desafío para la cabeza. Si tengo que jugar unos minutos para darles descanso a mis compañeros para el siguiente partido, sea o no sea lindo sentirlo, tengo que aceptar que es lo que me toca dentro del equipo. De todo tengo que aprender.
Una de las cosas que más me impulsan es lo que me brindan los hinchas. Me había pasado algo muy loco en Nueva York, cuando la gente fue muy generosa conmigo. Pero lo que pasó en Utah... Realmente me sorprendió. Cuando salí a calentar hubo como una ovación. Y cuando uno viene de no jugar tanto, la emoción se potencia. El cariño es genial. En Boston pasó algo similar: en Instagram había recibido mensajes en los que me decían que había mucho apoyo, pero cuando llegué al estadio, los asistentes y mis compañeros me decían “¿son todos argentinos los que trabajan acá? ¿Cómo puede ser?” Y fue hermoso lo que pasó; todo da mucha energía. Todo eso me impide decaer y que me preocupe por pavadas. La realidad es que estoy donde siempre quise estar. Es un aprendizaje todo esto. Nadie dijo que iba a ser fácil.
Por eso tengo más claro que nunca que debo aprovechar cada una de las oportunidades. Venía esperando que el juego me forzara a mí y yo no lo forzaba. Pasaban minutos y seguía sin lograrlo. Estoy cambiando eso y trato ser lo más agresivo posible, porque acá hay que entrar y producir, tanto en la defensa como en el ataque, y eso implica no cometer errores, pisar la pintura, buscar a los compañeros y meter las que uno tiene en la mano. Y para eso hay que tirar. En los últimos partidos logré hacerlo. Y me puse en la cabeza que si tengo que ir al banco después de jugar, que sea por mi manera de hacerlo y no por esperar a que pase algo. Puesto en palabras, parece lo correcto. Sin embargo, una vez que uno ingresa al juego hay diferentes situaciones que obligan a tomar distintas determinaciones. Intento no pensar de más y hacer más.
Cuando las cosas se ponen así de raras hablo mucho con Consu, trato de no guardarme nada. A veces Consu me pregunta: “Del 1 al 10, ¿cómo estás de humor?” Jajaja. Dependiendo de eso, encaramos la charla. Hablo también mucho con Germán Beder y con mi hermano Marcelo. Ellos son los que me escuchan y me bancan. Intento no guardarme las cosas, porque al fin y al cabo la cabeza tiene un límite. Si uno lo pasa, explota. Por momentos también intento escribir lo que siento o me pasa, tengo un librito con fechas aisladas. Procuro descargar cómo me siento. Intento poner los pies sobre la tierra, que durante los años en que esté acá mis expectativas no estén tan altas. No es fácil estar acá; sabía que no iba a ser fácil. Sabía que era empezar de nuevo. Lo tenía claro. Por eso intento poner la energía sólo en lo que yo puedo controlar.
Y en ese sentido trato de ponerle mi identidad a lo que hago. Que sea la cultura del básquetbol que yo siempre jugué lo que me acomode en la cancha. Acá hay una forma de entender el juego diferente a la que yo traía y quizá eso es difícil de dominar. En la NBA hay una idea muy marcada de mejorar individualmente, de producir individualmente, y tengo que adaptarme a esas cuestiones. Son culturas. Ese cambio es el que más me cuesta, pero estoy en el proceso.
Busco cosas para desconectarme de alguna manera. Mi familia es, sin dudas, la opción primaria. Otro de los elementos que me ayudan es seguir todo lo que pasa con la selección. Estoy pendiente de que los chicos que se suman sigan construyendo la química del equipo. Sigo las ventanas; es complejo no poder ser parte, pero ya lo acepté como algo más. Lo más importante es seguir alimentando la identidad del grupo. También me gusta estar al tanto de cómo le va a Nico Laprovittola y lo veo superbién, en la cancha y afuera. Se lo ve muy sólido, como líder del equipo desde la base. Está muy efectivo, castiga con el tiro de tres puntos. Es muy inteligente ofensivamente. Cuando él está en la cancha el equipo sube. Me pongo muy feliz por él.
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