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En vuelo rumbo a la cima del mundo
Disciplina, carisma, fuego interior, son los atributos del mejor basquetbolista argentino de todos los tiempos, que jugó su cuarta final en la NBA, destacados por su compañero en los Spurs y en el seleccionado
Manu es una persona que se reinventa permanentemente. Siempre ha sido así. Me han preguntado mucho por él durante este año, porque llegó a una nueva final de la NBA después de haber obtenido tres anillos. Y debo decir que no me sorprende que lo haya logrado, una vez más.
Es un jugador que, año tras año, va obteniendo progresos en su juego, va buscando nuevas estrategias para crecer y, sobre todo, para ayudar a su equipo.
La base de ese crecimiento es el trabajo constante, el compromiso a la hora de entrenar, el deseo que lo lleva adelante sin pausa: siempre quiere estar ahí, nunca pasará inadvertido. Sus progresos han sido notables sobre todo desde 2002, cuando hizo su desembarco en la NBA y, de ese modo, ayudó a la expansión del básquet en nuestro país.
En la final que los Spurs, la última temporada, perdieron por nada –y nada menos que enfrentando al Miami Heat del gran LeBron James–, tuvo algún partido en el que no apareció en su verdadera dimensión. Sin embargo, la batalla siguiente lo encontró como titular y fue la figura de la noche.
Si se revisan los números de su carrera, se ve con claridad que sucede a menudo. Cualquier amenaza de decaimiento dura apenas segundos. Es pura recuperación. En menos de dos días es capaz de cambiarlo todo.
Son pocos los atletas que tienen esa capacidad. Se lo nota, inclusive, en su expresión cuando juega. Lo sé bien, además, porque compartí finales con él como parte del plantel de los Spurs -coincidimos en las temporadas 2005-2006-, pero también porque me tocó tenerlo como adversario. Sucedió, por ejemplo, en la final de la Euroliga, en 2001.
Yo jugaba en Tau Cerámica, de España, Manu estaba en Kinder Bolonia, de Italia. No estuvo bien en el primer partido y ganamos; pensamos, con bastante ingenuidad, que ese declive de un jugador central en el esquema del equipo italiano iba a ser bueno para nosotros y nos abría las mejores posibilidades de éxito; sin embargo, en el primer cuarto del segundo partido ya había hecho 15 puntos.
No te podés olvidar nunca de él, no podés perderlo de vista jamás dentro de un campo de juego. Kinder Bolonia se llevó la serie, él fue el MVP. No cabía otra posibilidad.
Todos hemos naturalizado ya que durante todos estos años se haya sostenido en la cumbre de la liga más importante del mundo. Pero, para ponerlo en contexto y perspectiva: ¿cuántas veces creemos que volveremos a ver a un jugador argentino dominando un partido final de la NBA tal como sucedió esta temporada? Es un hecho que hoy parece irrepetible.
Si repasamos la historia del deporte argentino, Manu sin duda está entre los mejores. Es un atleta en el sentido más profundo de esa idea, dueño de un espíritu competitivo al que no renuncia jamás. Si se hubiera dedicado al fútbol o a otra disciplina, en los niveles de la más alta competencia, también habría estado en los primeros planos de la consideración internacional. Tiene disciplina, carácter, fuego interno. Es de una estirpe distinta.
Hay deportistas que tienen talento, pero a los que les falta sacrificio. O al revés. Hay otros que tienen ambas virtudes, aunque les falta carisma. Manu se ha adueñado de todo. Tiene además el don poco frecuente de la sencillez. Por eso, entre otras razones, la ciudad de San Antonio se conectó de una manera tan intensa con él. Hace poco tiempo, en una votación entre los fanáticos del deporte realizada en internet, fue elegido como el jugador más influyente y más querido de la franquicia. No debe extrañarnos: se ha ganado esa admiración y ese respeto con su honestidad y profesionalismo.
Sigo en contacto permanente con él, trato de ver sus partidos para seguir aprendiendo de sus movimientos, de su modo de leer los desplazamientos del adversario, de su visión siempre anticipada del juego: son verdaderas lecciones para un jugador de básquetbol o para quien quiera ingresar en este deporte.
Sé que no descarta seguir jugando con el seleccionado. Yo no sé qué pasará, porque falta mucho y porque es una decisión demasiado íntima. Pero sí estoy seguro de que si está bien física y mentalmente no va a dudar en jugar otra vez con la camiseta argentina. Hará una vez más lo imposible -ningún esfuerzo es en estos casos es excesivo- porque es muy competitivo, tiene todavía hoy un enorme compromiso con este deporte que ama y, aunque ya ha logrado alcanzar objetivos impensados, nunca pierde las ganas de traspasar una nueva frontera, de superarse a sí mismo.
Sucede con Manu lo que nos pasa a todos: nos cuesta siquiera pensar en irnos del seleccionado. Tenemos un sentimiento muy especial por los colores de la Argentina y por ese grupo en particular. Es parte de la química que une a esos jugadores enlazados por la amistad, el compromiso y la solidaridad con el otro. No tenemos malos recuerdos de un entrenamiento, no hubo cansancio que nos distanciara, ni un mal viaje ni un mal partido que hayan producido grietas en esa relación. Demasiado esfuerzo llevó gestar esa unión. Cuando nos juntamos, cada vez que nos reencontramos, todos los recuerdos de ese tiempo compartido son buenos. Uno se aferra a esos sentimientos, son difíciles de soltar.
De vez en cuando participo en algún campamento de minibasquet y los chicos quieren saber cosas acerca de Ginóbili. Quieren conocer sus secretos. Quieren saber cómo llegó hasta allí. Yo les recuerdo que además de todo lo que ganó, además de su enorme capacidad técnica y del enorme esfuerzo y disciplina, lo que lo llevó adonde está tiene base en la clase de persona que es. Hay que entender eso: su humildad, su sencillez.
Una parte importante del aprendizaje de cualquier atleta en formación excede el espacio de un campo de juego. La claridad que tiene para pensar y simplificar las cosas que a otros pueden parecer difíciles es admirable. Y sobre todo está la entrega profesional, el compromiso con los otros, su invencible sentido de equipo, su esfuerzo de superación en medio de la adversidad, su deseo de traspasar nuevas fronteras. Pero sobre todos esos atributos está el que lo convierte en un atleta único: es una buena persona.
Quizá sea ése el mejor espejo en el que puedan mirarse los jóvenes.
Mirá los retratos de las 50 personas que nos inspiraron en 2013
Fabrizio Oberto
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