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El retiro de Manu Ginóbili: cómo fue el comienzo de una historia de película
-Hola Gabriel [Colamarino]
-Sí, ¿quién habla?
-Soy Jorge, el papá de Manu
-Cómo le va Jorge, ¿qué pasó?
-Te llamo porque estoy preocupado como papá de Manu. Se esfuerza mucho, se entrena como un loco, pero tengo la sensación de que no va a llegar a ser como los hermanos. Manu va a tener que dedicarse al estudio.
No se trataba apenas de una preocupación de padre, no había señales de que el chico pudiera tener herramientas para sobresalir. Es que no había motivos para creer que pudiera ser un deportista de alto rendimiento Emanuel, el más chico de los Ginóbili . A los 15 años apenas pesaba 50 kilos y el pediatra Fernández Campaña, tras evaluar su curva de crecimiento y desarrollo de peso y talla, le había dado una noticia que lo iba a golpear: "Emanuel, tu proyección de crecimiento es que a los 19 años es probable que alcances el 1.85 metro". Lo miró a su papá y lanzó un grito ahogado: "Voy a ser petiso".
En Bahiense del Norte
Fue un drama todo aquello, pero había un detalle, no se iba a conformar con eso. Se paró delante del ropero de su abuelo Constantino y fue marcando la madera con cada avance de su crecimiento. Todos los días volvía de la escuela hasta su casa en el pasaje Vergara, saltando una y otra vez para tocar primero con una mano y después con las dos las chapitas que marcan la numeración de las viviendas. Entendía que de esa forma podía estirarse y escapar del diagnóstico de Campaña. Incluso, fue a consultar a Raúl Herrero, un bioquímico que trabajaba en un gimnasio que estaba junto a Bahiense del Norte, su club de toda la vida. En esa charla le explicó que se sentía frustrado porque pasaba horas en el gimnasio y no lograba avances y que le habían pronosticado no superar el 1.90 metro de estatura. No era simple el panorama, pero Herrero le dijo que una de las alternativas era buscar fortalecer su musculación incorporando proteínas a su dieta: la sugerencia era que debía tomar unos batidos que tenían hígado, huevo y banana. "Un espanto era eso que tomaba este pibe. Yo creo que por este tipo de locuras es que mi hermano pasó el 1,90 metro cuando ninguno de nosotros lo pudo superar. Se cagó en todos. Lo burlaban porque pesaba 40 kilos mojado, pero él siguió adelante. Era tan cabeza dura que le ganó hasta a la naturaleza", contó en alguna oportunidad Leandro, el mayor de los Ginóbili.
En Bahía Blanca
Nada resultó simple. El éxito no era su mejor aliado en el comienzo de su aventura con una pelota de básquetbol. No lo elegían en las selecciones juveniles, no pasaba los cortes. Se frustraba a cada paso. En cada partido que no hacía bien las cosas su autocrítica era despiadada, ya que se encerraba en el baño de su casa y desde afuera se escuchaban los gritos: "¡Perro! ¡Sos un Perro! ¡¿Jugando así pensás llegar a la Liga Nacional?!".
No había ganado nunca un título juvenil y como si se tratase de un capricho del destino sufrió el peor de los castigos. En 1994, con 16 años, tuvo la oportunidad de participar del equipo principal, que no tuvo la mejor temporada y jugó una Promoción ante Puerto Comercial de Ingeniero White, el subcampeón de la segunda división bahiense. Se definía al mejor de tres encuentros y llegaron al último partido. Nada resultó como quería Manu porque no sólo no lograba destacarse sino que aquel partido terminó 76-67 para Puerto Comercial, lo que significó el descenso de Bahiense del Norte. Fue devastador para él. Se sentía culpable, porque era el club de su familia. Tan mal estaba que tomó el teléfono y llamó a Mar del Plata, donde estaba por trabajo Yuyo, su papá, y la frase entre sollozos fue demoledora para ambos: "Perdimos papá, perdóname". Volvió corriendo a su casa y se encerró en su habitación.
En la casa de los Ginóbili se cortaba el aire. Raquel, la mamá de Manu, no podía entrar al cuarto que estaba en el segundo piso y sólo escuchaba que Manu no paraba de llorar. Entonces, tomó la determinación de llamar a Fernando Piña, el técnico de Bahiense, y sólo a él le permitió entrar a la habitación. "Me ganó Mezquer, me ganó Mezquer", le decía a su entrenador una y otra vez. Piña recordó que trató de explicarle que lo sucedido le serviría como un aprendizaje, que iba a crecer como jugador, que no debía preocuparse por otra cosa, que Mezquer era un jugador adulto, que era tosco y mañoso: "Pensá dónde va a estar Mezquer en unos años y dónde vas a estar vos".
Mezquer tiene 53 años y vive en el Barrio Obrero desde 1991, en Ingeniero White, junto con su esposa, Diana, y dos de sus hijos, María Azul, de 18 años, y Luciano, de 17. Es clasificador de cereales, trabaja en la empresa Profertil y en el puerto casi nadie le cree que él fue un dolor de cabeza para Manu Ginóbili. "Pocos conocen esta historia de cuando jugaba en Puerto Comercial. Lo charlamos con los amigos, pero no todos me creen. Me dicen ‘pobre pibe, lo cagaste a palos’. Pero yo les digo que nada que ver. Es más, cuando Manu salió campeón de la NBA, yo hablaba con mis hijos y los cargaba. Les decía ‘mirá hasta dónde llegó después de que jugó en contra mío".
Lo que pasó con el más chico de los Ginóbili o el 20 de los Spurs o el 5 de selección Argentina, es historia conocida.
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