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Drazen Petrovic, el Mozart del básquetbol: una muerte absurda que nunca apagó su magia inspiradora en la NBA
Tal vez Mozart y el básquetbol no tengan coincidencias. Sin embargo, con sólo unir esas dos palabras en un buscador de Internet se disparará automáticamente el nombre de Drazen Petrovic. El croata, que hoy cumpliría 56 años, era considerado una pieza única en este deporte. Dentro de la cancha, su talento permitía que un equipo sonara como una auténtica sinfonía.
Petrovic era capaz de anotar más de 100 puntos en un mismo partido; se involucró hasta las entrañas en la independencia de su país y el conflicto bélico en Yugoslavia, fue campeón del Mundo en Argentina 1990, era hermano y enemigo de Vlade Divac, un asesino lanzando al aro, un ángel fuera de la cancha y un demonio dentro de ella… Falleció hace 25 años, con apenas 28 en su calendario y mientras dormía como copiloto de su novia (Klara Szalantzy, hoy esposa de Oliver Bierhoff), que conducía en una ruta en Alemania rumbo a Zagreb. Trágico, ilógico, absurdo y una despedida con miles y miles de personas consternadas en las calles de Sibenik y Cibona. Una hoguera de habilidad que no se apagará jamás. Una fuente de inspiración en la NBA.
"Lo perdurable de su legado fue su modo de allanar el camino a los jugadores del resto del mundo". Son acertadas las palabras del ex comisionado de la NBA, David Stern, aunque lo que se mantiene inalterable es la valoración sobre lo que Petrovic era capaz de hacer dentro de un campo de juego y también afuera. Porque podía estar horas dentro de un gimnasio lanzando 200, 300 o 500 tiros libres, de media y larga distancia. De la misma manera que parecía imposible sacarlo de su casa en Herrera Oria, cuando era jugador de Real Madrid. Uno de esos "muchachos raros", a los que no les interesa demasiado vincularse con el resto de su equipo, sino ser el mejor en lo suyo. Un dato elocuente: Drazen jamás regresaba a su casa sin antes encestar 100 triples.
Un juego de 44 puntos ante Houston Rockets
Aquel Golf GTI en el que viajaba el 7 de junio de 1993, cuando perdió la vida, sobrevuela como una imagen lacerante para Biserka, la madre de Drazen. Una mujer dura y de un carácter tremendo, que heredó su hijo menor. La historia cuenta que en 1987, en un partido entre Yugoslavia y los Estados Unidos, se desató una pelea a los golpes que terminó con Petrovic revolcado en el suelo. Biserka estaba en las tribunas mirando todo y no se pudo contener. Entonces saltó a la cancha y repartió paraguazos para todos lados, con el objetivo de correr a los que golpeaba a su hijo. Tuvieron que sacarla los agentes de seguridad que cuidaban la Universidad de Zagreb, donde se estaba disputando el encuentro.
Petrovic se sabía un torbellino incontenible. Confiaba en que era capaz de anestesiar a los rivales con su poder de fuego lanzando al aro. Desafiaba al propio Michael Jordan cuando lo tenía enfrente y enamoró a Stephen Curry . Cuando la estrella de los Warriors tenía 3 años, lo vio participar en la competencia de triples en el All Star de Orlando en 1992 y desde allí se inspiró en el croata para ser hoy un serial killer en la NBA con sus tiros de larga distancia. Como tributo, en 2015, Curry le donó al Museo Petrovic una de sus camiseta de Golden State con el 30 en la espalda.
Un duelo con Michael Jordan
Primero, Portland Trail Blazers lo incorporó a la NBA, pero el croata sufría por no tener minutos y desplegó todo su armamento en New Jersey Nets . Allí parecía poseído, así como cuando jugaba en Europa: en un partido con Cibona ante Olimpija de Ljubljana marcó 112 puntos y en la final de la Recopa del 89 anotó 62 con Real Madrid ante Snaidero Caserta. También impresionó en la Argentina cuando llegó con el Cibona Zagreb a jugar la Copa Renato Williams Jones en 1986 (el Mundial de Clubes), de la que también participaron Obras, Ferro, Monte Libano y Corinthians de Brasil y el poderoso Zaligiris Kaunas, con Arvydas Sabonis. Muchos guardan en sus retinas la magia de Petrovic dentro de la cancha en aquellos partidos, porque se hablaba del demonio croata que volaba en las canchas y todos querían saber de qué se trataba ese fenómeno.
Los 62 puntos con Real Madrid
Lo recuerdan muchos como un personaje de esos complejos de domar. No soportaba que alguien le fumase cerca y hasta llegó a discutir a los gritos porque su representante le había firmado un contrato con la marca de cigarrillos Winston. Tampoco tomaba alcohol porque era malo para los músculos y se motivaba con el estribillo de la canción que comenzaron a cantarle en España tras no querer firmar contrato con Barcelona: "hijo de p…". Incluso, algunos aseguran que tenía grabada esa melodía de tribuna y la escuchaba antes de los partidos más calientes.
Ninguna emoción se podía interponer cuando estaba dentro de la cancha. En 1989, durante la semifinal de la Recopa, Real Madrid de la mano de Drazen visitó a la Cibona, donde jugaba su hermano Aza. El equipo español perdía por un punto (88-89), le cometen una falta a Drazen, toma los dos tiros libres y su hermano, leyendo que los iban a eliminar en Madrid (era el partido de ida e Cibona), le dijo que fallase para que al menos cobrasen la prima. Drazen lo miró y anotó los dos tiros.
Podía despertar el fastidio de cualquiera y era de ideas potentes. No dudó a la hora de romper relaciones con su amigo Divac, tras el recordado incidente de la bandera croata lanzada por el pivote serbio tras la coronación en el Mundial de la Argentina 1990 en pleno conflicto bélico en Yugoslavia. Así como era capaz de sacar de quicio a jugadores de la categoría de Reggie Miller, considerado uno de los mejores tiradores de la historia de la NBA. "Me ponía muy nervioso, no entendía lo que estaba diciendo la mayoría de las veces. Cuando salías de un bloqueo empezaba a decirte de todo y lo podía hacer hasta en cuatro idiomas. Te acercabas a marcarlo y olía como si nunca se hubiese duchado. No lo soportaba. Sin duda, fue mi némesis. El mejor tirador que he visto en mi vida. Siempre me consideré el mejor tirador de la historia pero, en serio, si hay algún jugador que me superó, ése fue Drazen Petrovic".
El 22 de octubre de 1964 o el 7 de junio de 1993 serán siempre dos fechas imposibles de olvidar. Es que la huella de Drazen Petrovic fue tan importante que hasta logró que muchos no dudaran en asegurar que fue el Mozart del básquetbol, un demonio dentro de la cancha, el Genio de Sibenik o el mejor tirador de la historia...
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