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Bahía Blanca, la ciudad que le ganó a la Yugoslavia campeona del mundo: una hazaña olvidada
Se cumplen 50 años del fantástico triunfo de un combinado local en los orígenes de la leyenda de la capital del básquet
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Ni siquiera tuvieron que hacer una reserva. La fría noche del 3 de julio de 1971 llegaron después del partido y eligieron mesa como cualquier otra persona en Gran Grill, un restaurante que ya no existe. Iban con sus parejas. Estaban Adrián Monachesi y Jorge Cortondo, entre otros. Algunos de los presentes los habían visto también en la cancha. Otros escucharon los relatos de LU3 y por LU2. Apenas los reconocieron, la gente se puso de pie para aplaudir a esos cinco jugadores que unos minutos antes, en representación de Bahía Blanca, le habían ganado un partido a la selección de Yugoslavia por 78 a 75. Un combinado de una ciudad contra la selección que había sido campeona mundial de básquet en un torneo jugado un año antes en la hoy eslovena ciudad de Ljubljana. Un certamen en el que la Argentina no participó por “problemas económicos”.
No todos salieron a cenar afuera. Otros volvieron a sus casas, con sus familias. Una noche de lo más común para una gesta formidable que, por algún motivo quedó algo olvidada en la historia del deporte argentino, aunque es recordada con orgullo en territorio bahiense.
Panorama casi imposible de equiparar hoy. Otro tiempo. El campeón del mundo hacía giras para darse a conocer. Las únicas referencias eran informes periodísticos. “La realidad es que no sabíamos nada de ellos. Por lo que se decía en los diarios y en las revistas, sabíamos quiénes eran los mejores, a los que teníamos que prestarle atención. Y que eran demasiado altos para nosotros. Creo que a mí me tocó marcar a Dragan Kapicic, un alero que medía dos metros”, dice Cortondo, de 1,90m. Adrián Monachesi, histórico jugador de la selección, completa: “Durante la entrada en calor los vimos y nos fuimos repartiendo las marcas: ‘Vos tomás a ese, yo voy con aquel otro’, nos decíamos”.
Se conserva un folleto de anuncio del partido que imprimió el club Olimpo que, más allá de algunas imprecisiones en las alturas, metía miedo. Se podía leer: “Kresimir Cosic, 2,07; Vinko Jelovac, 2,06; Radivoje Zivkovic, 2,06…”.
Olimpo fue la razón del match y puede sonar llamativa por estos tiempos. “Se inauguraba el estadio –explica Adrián Monachesi–. Hasta ese momento, la única cancha cerrada era la de Estudiantes y todos los partidos importantes tenían que jugarse ahí. Nosotros cuando jugábamos de local lo hacíamos al aire libre… con frío, con viento. Se jugaba así”. Esa noche, el básquet de Olimpo tuvo su techo. El gimnasio se llamó Norberto Tomás.
La dramática historia de Tomás también merece un breve recuerdo. Aunque representaba a Olimpo, en octubre de 1970 viajó a Córdoba para reforzar a Estudiantes en un cuadrangular que se jugó en General Paz Juniors. En el partido ante Comunicaciones, se desvaneció cuando estaba por terminar el primer tiempo tal como lo describe una nota de La Nueva Provincia, lo asistieron en el sanatorio San Roque, pero murió unas horas más tarde.
“Que el estadio lleve el nombre de Norberto Tomás, que era nuestro compañero y había muerto hacía unos meses... Para nosotros, ganarle al campeón del mundo fue hacerle un homenaje al Patito. Un pibe bárbaro, que tenía 21 años, de una familia que vivía para el club”, se emociona aún hoy Monachesi.
Un pequeño detalle (y gigantesco, a la vez). Murió en un partido en el que fue a reforzar a Estudiantes, el rival directo de Olimpo. “Eran partidos especiales, la rivalidad desaparecía por completo. Lo más natural”, dice Cortondo. Como se dijo, otra época.
La estrategia
El entrenador del combinado bahiense fue Bill Américo Brusa. No se imaginen algo demasiado técnico o planificado. Más bien todo lo contrario. “Fue uno de los grandes personajes de la ciudad”, recuerda David Roldán exjugador de Olimpo y periodista. Avanza sobre la personalidad de Brusa: “Llegó de Dorrego muy joven. Estaba en Juventud Unida... No era un gran técnico de básquet, pero era el que juntaba a todos. Siempre te decía: ‘Hacemos dos entrenamientos, un asado y listo’. También se dedicó al periodismo. Sabía de cine, de tango… un bohemio”.
Entonces, ¿hubo alguna estrategia para jugar contra el campeón mundial? Lo explica Cortondo: “Lo que hablamos en las horas previas fue que en nuestro aro teníamos que ser intensos y hacer lo que ahora llaman ‘box out’, empujar a los grandotes para que no se acerquen al aro y vuelvan a tener la pelota enseguida. Después, teníamos que salir en velocidad. Primero porque era algo que manejábamos muy bien con Alberto Cabrera, que era un base de jerarquía internacional; con José De Lizaso y con Adrián Monachesi, un goleador excepcional. Después, porque ellos eran mucho más grandes y un poco más lentos. No nos alcanzaban. Eso sí, en las ofensivas ‘parados’ (cinco contra cinco), nos costaba un horror por las diferencias físicas”.
Hace unos días, Sergio Hernández habló del equipo argentino que competirá en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Y dijo: “Nuestro sistema de juego se basa en un bloque defensivo alto para mantener al rival lejos del aro. Y ofensivamente tratar de usar el ataque rápido como primera herramienta para anotar e intimidar al rival, para no permitirle que hagan uso de sus fortalezas físicas, porque la mayoría de los países tienen diferencias con nosotros”.
Más allá de la imposición estratégica en la era de los datos, de la enorme evolución que el deporte ha tenido en los últimos años, hay una esencia que se replica. Y que también ayuda a entender que la Generación Dorada no fue un nacimiento espontáneo y aislado. Sin aquello, no existiría esto. Aunque Cortondo, con humildad, pone las cosas en su lugar muy rápido. “Lo nuestro quedó como un hecho original y pintoresco, pero demasiado lejano de lo que hicieron ellos”, aclara.
El juego
“Los sorprendimos. No recuerdo que haya sido un partido sucio, para nada. Físico, con mañas, claro; como se juega al básquet. Ellos protestaron algunas jugadas, pero no mucho, tampoco”, empieza Monachesi, que tiene 75 años. Y sigue Cortondo, de 73: “No sé si nos subestimaron, pero arrancaron como en una práctica y enseguida se encontraron con un equipo que sabía jugar, que tenía tres figuras (Cabrera, De Lizaso y Monachesi) y el resto acompañábamos con oficio. Sacamos una buena ventaja y cuando se dieron cuenta de que éramos duros y empezaron a acelerar, ya no les alcanzó”.
Al día siguiente se jugó la revancha. Sin el factor sorpresa y con la rabia de los yugoslavos, la historia fue bien distinta. El campeón del mundo intentó poner a salvo su honor con un arrollador 91 a 59. Pero el partido que hizo historia fue el primero. Ranko Zeravica, DT de los europeos y que más tarde tuvo un muy estrecho vínculo con el básquet argentino (dirigió a Obras y asistió a la selección en la histórica clasificación para Moscú 80), comentaba por esos días: “No rendimos en nuestro nivel y no pudimos explotar nuestra fuerza bajo los cestos. A Cabrera ya le dije que si quiere, mañana mismo me lo llevo a mi equipo”, dijo quien por entonces también dirigía al poderoso Partizan, de Belgrado.
Mañana, 50 años del triunfo del seleccionado de Bahía Blanca (amateur, sin Fruet) ante la selección de Yugoslavia CAMPEÓN DEL MUNDO. Inauguración del estadio Norberto Tomás. #basquet #BahiaBlanca @abbasquetbol @GenteDeBasquet @LigaNacional pic.twitter.com/CxWcHu4wt2
— mrminervino (@mrminervino1) July 3, 2021
El Mago Cabrera no iba a dejar su trabajo del Banco del Sud. Porque en aquel amateurismo eran dos prácticas a la semana y conseguir permiso laboral para jugar cuando había que viajar fuera de la ciudad. Había varios empleados bancarios, como Cortondo (Banco de Río Negro y Neuquén) y el mismo Monachesi (Oddone). Giorgio Ugozzoli estaba en plena carrera universitaria (se recibió de ingeniero electricista). Estudiaban también De Lizaso, Adolfo Scheines, Raúl Alvarez y Jorge MacDonald. Roberto Requi, trabajaba en una pinturería.
Por una lesión no jugó esa noche Atilio Fruet, el tercer “mosquetero” de aquella histórica trilogía junto con Cabrera y De Lizaso, los que construyeron la leyenda de la Capital del básquet. “Cabrera, desde lo técnico era insuperable. De Lizaso era fuerte, lo admirábamos por la potencia, por esos saltos en los que se retenía en el aire para sacar los tiros. Fruet era una llama encendida, la mística”, rememora Roldán. El cuarto era un goleador fabuloso. Monachesi, santafecino y feliz hincha de Colón, pero bahiense por adopción. De ese grupo fue el único que pudo jugar como profesional un par de años en Italia, en Torino y en Brindisi, allá por 1976. Pero volvió. Antes del retiro y la jubilación, fue empleado en un registro automotor.
La síntesis que publicó LA NACION
- Bahía Blanca (78): Alberto P. Cabrera, 18 puntos (salió por cinco faltas); José I. De Lizaso, 15; Adrián Monachesi, 19; Jorge Cortondo, 7, y Giorgio Ugozzoli, 9 (formación inicial); Roberto Ojunián, 1; Adolfo Scheines, 3; Raúl Alvarez, 2; Jorge Mac Donald, 4, y Roberto Requi, 0. DT: Bill Américo Brusa.
- Yugoslavia (75): Radivodje Zivkovic, 5; Dragan Kapicic, 24; Peter Marter, 0; Nikola Plecas, 14, y Damir Ivkovic, 2 (formación inicial); Dragusin Cermak, 12; Blagoje Georgijeveski, 0; Vinko Jelovac, 18; Stanislav Bizjak, 0; Zarko Knezevic, 0; Davor Rukavina, 0, y Mireljub Damjanovic, 0. DT: Ranko Zeravica.
- Árbitros: Juan Sastre y Francisco Lombardo.
- Cancha: Norberto Tomás, de Olimpo.
La noticia en LA NACION
La publicación de LA NACION de aquel histórico partido, ilustrada con las fotos de José Ignacio De Lizaso y Alfredo Adrián Monachesi.
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