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El grupo de nadadores entra en calor en Playa Bonita. Ya pasaron algunos minutos de las 10 de la mañana y los 25 deportistas que llegaron hasta San Carlos de Bariloche para nadar en los lagos helados de la Patagonia argentina están atentos al informe del servicio meteorológico que prevé que para después del mediodía la temperatura llegue a 25 grados. Atrás quedaron tres travesías en aguas abiertas en los lagos Gutiérrez, Escondido y una inmersión nocturna en el Nahuel Huapi. Pero aún resta la prueba mayor: nadar 1300 metros hasta la isla Huemul, realizar un recorrido en la isla donde se desarrolló durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón un proyecto científico irresuelto para crear una planta piloto de energía atómica y, al fin, regresar nadando.
Es el 25 de enero de un verano signado por la inestabilidad climática en el sur argentino. Los cinco días anteriores llovió de manera intermitente y la temperatura osciló entre los 7 y 15 grados. Los nadadores que viajaron desde Santa Fe, Córdoba, la Ciudad y el área metropolitana de Buenos Aires confían que el clima no será un impedimento. El riguroso entrenamiento en pileta durante todo el año será el sostén para que sus cuerpos se adapten a la baja temperatura del agua del Nahuel Huapi, que en verano solo llega hasta los 13 grados.
Gustavo García es guardavidas, profesor de natación y coordinador del grupo Aguas Abiertas Argentina. Vive con expectativa los minutos previos: “Desde hace mucho tiempo teníamos ganas de ir a experimentar en los lagos del sur. Todas nuestras travesías tienen como objetivo que las personas puedan disfrutar a pleno de la naturaleza y que interactúen con el medio ambiente de una manera segura”. García está junto a un equipo de guardavidas y dos barilochenses que asistirán al grupo: Fernando Macario, ingeniero nuclear, nadador y “muy conocedor de los lagos del sur” y Juan Ignacio Acuña “un gran colega que nos asesoró todo el tiempo”.
Los nadadores ingresan al lago Nahuel Huapi que es de origen glaciar, tiene una superficie de 557 kilómetros cuadrados, una profundidad máxima de 464 metros, se alimenta de los deshielos y constituye la naciente del río Limay. “Nosotros nos fuimos asesorando con personas que nadan en aguas frías todo el año y con personas oriundas de Bariloche. Yo siempre digo que es muy importante hablar con los baqueanos que viven en la zona todo el año. Una cosa es lo que está en los libros y otra es conectarse con aquellas personas que nadan todo el tiempo”, agrega García quien recomienda “no regalar calorías” en los minutos previos.
“No es necesario estar media hora desabrigado antes de sumergirse. Algunos hablan de la aclimatación, pero nosotros creemos que es importante no regalar calorías, hay que estar abrigados, muy bien hidratados, hacer una buena ejercitación articular previa y cubrir las partes del cuerpo donde se pierde más temperatura”, dice García. Los deportistas usan dos gorros de agua, traje de neopreno y un torpedo como elemento de seguridad. Antes del mediodía comienza la inmersión en las aguas azules, una especie de imán irresistible para los amantes de la natación.
Un día antes la travesía se suspendió por mal tiempo. Eso incrementó la ansiedad y la expectativa. Pero, el grupo aprovechó para escuchar a la vera del Nahuel Huapi al barilochense Fernando Macario, ingeniero nuclear quien trabajó en INVAP, empresa dedicada al diseño y construcción de plantas, equipamientos y dispositivos en áreas de alta complejidad como energía nuclear, tecnología espacial, tecnología industrial y equipamiento médico y científico. Macario también es nadador, acompaña a la delegación y describe parte del Proyecto Huemul, una especie de adelanto de lo que se encontrarán un día después al llegar a la mítica isla.
La Huemul está completamente abandonada. No hay turistas ni desarrollos inmobiliarios. Pero allí hubo un fallido plan científico: el Proyecto Huemul llevado a cabo por el austríaco Ronald Richter durante la primera presidencia de Perón. En 1948 Richter le presentó a Perón un proyecto para desarrollar la fusión nuclear controlada, una posibilidad que en ese momento no había logrado ningún laboratorio en el mundo. Esto significaba contar con una fuente inagotable de energía.
En la isla se construyó una casa para Richter que utilizaba para recibir visitas, una despensa y herrería, un laboratorio de química, dos laboratorios Gemelos de más de 15 metros de altura, el laboratorio de Richter donde se desarrollaron los experimentos, una usina con cinco grupos electrógenos para abastecer los laboratorios, el edificio del reactor que contó con dos sectores, uno para los tableros de control y otro el reactor nuclear.
Ahora solo hay ruinas. Mientras el proyecto avanzaba, los pobladores de Bariloche observaban desconcertados la llegada de cargamentos con materiales para la construcción de las instalaciones. En la isla se realizaron una serie de experimentos y en el año 1951 sus resultados fueron anunciados como exitosos al mundo entero, mientras la comunidad científica reprobaba dichas afirmaciones.
Ante la duda, el gobierno nacional organizó una comisión integrada -entre otros- por José Antonio Balseiro, quien en ese entonces tenía 32 años y estaba realizando estudios de Física Nuclear en Inglaterra. Fue Balseiro quien decidió la interrupción del proyecto, fundamentando su inviabilidad.
70 años separan el fin de la historia secreta del Proyecto Huemul con la travesía en aguas abiertas. Entre 25 y 30 minutos a nado separan Playa Bonita con la isla. Los deportistas nadan en dos grupos: avanzados y principiantes acompañados por kayaks y guardavidas. García, al pisar la isla, dirá que es una experiencia sobrenatural, que la llegada fue hermosa, que el viento solo fue de 5 kilómetros por hora, que el lago estuvo planchado, que nadar en el Huapi es como estar en el espacio “porque es como si te sacaran el piso”.
“Como la visibilidad en el lago es total, una vez que se avanza unos 40 metros en el agua se dejan de ver las piedras del fondo. Al ser un agua sin sedimentos y totalmente transparente cuando se acaba el acantilado de piedras aparece ese azul profundo en donde pareciera que te vas a caer. Es como estar flotando en el espacio”, describe García, coordinador del equipo de Aguas Abiertas.
Los nadadores arriban a destino en una playa muy pequeña a metros de un muelle abandonado. En un kayak llegan sus calzados, camisetas y protector solar. Con los trajes de neopreno puestos comienza el recorrido de una hora a través de un sendero angosto donde es necesario esquivar los arbustos de rosa mosqueta y sus espinas de color violáceo.
Juan Ignacio Acuña tiene 47 años, hace 25 años que es triatleta, da clases de natación en el Club Pehuenes y vive en Bariloche desde hace más de dos décadas. Luego de dos viajes a la ciudad patagónica abandonó su trabajo en el archivo del canal de televisión Telefe y se mudó junto a su esposa Natalia. Allí nacieron Iñaki, Santino y Julia, ellos son NyC, la expresión que utilizan los barilochenses para distinguir a los ‘nacidos y criados’ en la ciudad de aquellos que llegaron desde otros terruños. Él es como un faro en la travesía en las aguas heladas del sur.
“Cuando llegué a Bariloche y vi el agua cristalina me volví loco, me rompió la cabeza. Las primeras incursiones a nado hasta la isla las realicé como acompañante. Siempre aparecía algún desafío por parte de un alumno o porque algún nadador había bajado un tiempo”, recuerda Nacho. En aquella época, él solía escuchar a la gente que los denominaba como “los locos que nadan en el lago”. Si bien ya existía el tradicional triatlón Escape de la isla Huemul no eran tantos los que nadaban en aguas frías y las inmersiones eran de solo 500 o 600 metros. Y así empezaron a nadar tanto en verano como en invierno, de día y de noche, con el lago planchado y con olas. Siempre había un desafío. Hasta que un día apareció una misión que de antemano creyó imposible.
Patricia Iturburu tenía 45 años, no sabía nadar y se acercó al profesor. Nacho nunca había entrenado a alguien que no había hecho deportes en toda su vida. Fue en el 2006 cuando Patricia le dijo: “Me gustaría aprender a nadar para nadar en el lago”. “¡Yo no sabía en la a locura en la que me iba a meter!”, recuerda Nacho. Patricia comenzó con lo básico: patada e inmersión. “Pasados unos meses, ella ya nadaba varias piletas, entonces le dije que si lograba hacer 1400 metros la llevaba hasta la isla Huemul. Cuando vienen a aprender a nadar esa es la zanahoria para entrenar”.
Luego de un año de aprendizaje en pileta Patricia cumplió el objetivo: en la primera travesía fueron en lancha hasta la isla y ella regresó nadando. Y siguió entrenando hasta llegar a recorrer 8 kilómetros en el lago cinco años después de haber nadado por primera vez a una pileta.
El desafío deportivo de cruzar hasta la isla y la preparación mental para poder hacerlo son dos elementos que a Acuña lo apasionaron siempre. No obstante, durante sus primeros años en Bariloche, el profesor y deportista desconocía la historia de Ritcher y lo que había ocurrido en la isla en la que el científico nazi trató de desarrollar un pseudo proyecto nuclear.
Pero una tarde de caminata, mientras realizaba un acompañamiento terapéutico con un paciente con alzhéimer a quien el profesor asistía, se detuvieron en Playa Bonita a contemplar el paisaje. Fernando Basombrío, el paciente, había trabajado en una empresa atómica y de repente comenzó a narrar la historia de la Huemul.
Acuña quedó perplejo. Fernando no paraba de hablar de la fusión nuclear, de la reacción para unir los núcleos de dos átomos livianos que pretendía Ritcher y de las repercusiones que habían tenido aquellas experiencias. La producción de energía por fusión nuclear en un ambiente controlado permitiría su manipulación y utilización industrial y doméstica. A diferencia del proceso de fisión nuclear con el que trabajaban las potencias mundiales en ese entonces, lo que pretendía Ritcher iba a contramano.
Los permanentes cambios de planes y las contradicciones que ofrecía Richter desencadenaron en la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica. En 1952 la comisión investigadora designada por Perón e integrada por los científicos José Antonio Balseiro, Mario Báncora, Manuel Beninson, Pedro Bussolini y Otto Gamba, y dirigida por Pedro Iraolagoitia, denunciaron la inconsistencia del Proyecto Huemul. Ese fue el fin del secreto, pero dejó un capital instalado. El trabajo de la comisión permitió potenciar la creación del Instituto de Física en Bariloche que, en 1976, se denominó Instituto Balseiro al incorporarse la carrera de Ingeniería Nuclear.
Cuando el profesor terminó la caminata, le contó a la esposa de Fernando el recuerdo espontáneo frente a la isla. “¿En serio te contó todo eso?”, preguntó la mujer. Para Nacho hubo un antes y un después de ese acompañamiento. “Siempre me gusta aprender más, lo que ocurrió en la Huemul es una historia que va de boca en boca porque era un secreto de Estado y eso genera más curiosidad”.
Los nadadores caminan durante una hora en la isla. Hay carteles oxidados y despintados producto de un emprendimiento turístico fallido de la década del noventa que pretendía transformar la isla en una atracción para los visitantes. En medio de la sombra de arrayanes está la tumba del cacique Güenul del que toma el nombre la isla. La paronimia entre el apellido del cacique y el nombre de un pequeño ciervo propio de la zona llamado huemul siempre se prestó a confusión en la denominación de la isla.
“La guía de los locales Fernando Macario y Nacho Acuña le da un condimento especial, sino el trekking por la isla puede pasar desapercibido”, dice Gustavo García, quien destaca el disfrute que otorga la natación: “no solo es algo que se relaciona con el desarrollo técnico o con el rendimiento personal, sino es maravilloso cuando la natación es un camino de aprendizaje, de asesoramiento y permite incorporar conceptos teóricos”.
Antes del regreso a nado hay tiempo para tomarse una foto grupal en el muelle abandonado a metros de la popa de un barco hundido, el Don Luis. Gustavo García, el nadador, recuerda cuando se recibió de maestro mayor de obras y se enamoró de trabajar con la gente. Luego siguió sus estudios como profesor de educación física y como guardavidas. Una vez recibido se preguntó: “¿Y ahora para dónde voy? ¿Qué hago?”. La respuesta fue inmediata: “En ese momento atravesó mi corazón el salmo 7719 que dice: ‘En el mar fue tu camino. Y tus sendas en las muchas aguas’ y nunca me lo pude sacar de la cabeza. Ahí nació Aguas Abiertas”.
“Yo no sé en cuántos lugares del mundo se puede tomar agua mientras se va nadando como ocurre en el Nahuel Huapi. Es agua potable. Ir hidratándote mientras nadás es una sensación hermosa”, agrega García.
Para Nacho Acuña, desde la niñez hay una atracción especial con el agua. “Desde que sos chico querés tocar el agua, vemos un charco y acercamos un dedo. El agua es como un imán para el cuerpo. Cuando nos metemos en una pileta y sentimos el agua en la piel es una de las sensaciones más lindas que uno puede tener. El cuerpo humano está compuesto en un 60 por ciento de agua y esa atracción viene de algún lado”, reflexiona el barilochense que también trabaja en una escuela de natación para niños con discapacidad.
“Nadar no es solo mover los brazos, patear e ir para adelante. Nadar es aprender a bailar con el agua. No hay que sentir solo el movimiento de tus brazos, hay que dejarse llevar por la música y el movimiento que te regala el agua. Hay días que bailás rápido y hay días que te lleva en calma y en paz”, agrega Acuña.
Y, con esa serenidad, los 25 nadadores regresan hasta Playa Bonita. Nadando en un lago cristalino en donde el fondo parece un cielo infinito. Atrás quedan las ruinas de un proyecto delirante. Adelante está la playa. En el agua no habrá surcos, pero sí algo más de historia en la mansedumbre de un lago que invita a bailar, cada día, con un sonido distinto.
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