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Un campeón que se juega por sus causas... y un policía del pensamiento
Aplausos a Lewis Hamilton. Desde la propia Fórmula 1, símbolo de ruido, aceite, cataratas de combustible, toneladas de caucho consumido, se anima a alertar que hay que preocuparse por el planeta. Es cierto que es más fácil decirlo hoy, cuando las propias automotrices están ya muy involucradas en el paulatino proceso de purificación de su industria, pero el inglés se expuso a críticas por hipocresía, siendo seis veces campeón con esos coches reñidos con la salud del planeta. Y contestó amablemente. Persuasivo, no agresivo.
¿Es, en efecto, hipócrita? Desde la trinchera de un tuitero, así se lo ve. Si se analiza que casi nadie cambia de vida de un día al otro, que la Fórmula 1 es su trabajo y su anhelo de siempre, y que puede enviar su mensaje "con pasos pequeños", es más que comprensible. No resulta lógico pretender que la humanidad deje los autos, los aviones y el plástico en un instante.
Hamilton lleva más tiempo, y más exposición, en su otra gran prédica, la antirracista. En ese campo, en cambio, se muestra combativo. A principios de la temporada de Fórmula 1 exigió que la categoría y todos sus rivales se encolumnaran detrás del lema "Terminar con el racismo". En cierta forma, detrás de él. Con una frase inquietante en redes sociales, dirigida a sus colegas: "Estoy observándolos".
La oposición al racismo es loable, claro. Entre todas las disputas de índole sociocultural que están en boga, ésta es tal vez una única que no tiene discurso de uno de los "bandos". ¿Quién defiende argumentalmente al racismo? No existen ideas que lo sostengan con firmeza. Pero Hamilton, plausible en su fin, escogió un medio discutible: "Estoy observándolos". Suena a "más vale que se enrolen públicamente en esta causa. Si no, se atendrán a las consecuencias". O a "Piensen y hagan lo que yo".
El campeón omitió que gente de su ambiente podía no estar de acuerdo con él. Gente que podía no querer opinar del tema sin conocerlo a fondo. Gente que podía sentirse algo incómoda con un tema conflictivo, como de hecho parece suceder cuando algunos pilotos se quedan de pie en el momento "End racism" previo a las largadas de las carreras (así como otros no se arrodillan durante la ejecución del himno nacional antes de los partidos de NBA). Más bien que puede suceder eso cuando, así planteada la elogiable cruzada antirracista (el símbolo visual es un puño, no una flor o una sonrisa, no el tema Ebony, ivory de Paul McCartney ni aquel United Colors propagado por una escudería de la propia F. 1 hace 30 años), parece más una campaña de dientes apretados que de mano tendida, más de grieta que de unión, más de imposición que de convencimiento.
"Arresten a los policías que mataron a Breonna Taylor", exigió Hamilton en el podio de Mugello, con esa leyenda en una remera negra que tapaba las publicidades de su buzo e involucrando a la categoría en un problema político-judicial que afecta a un país en particular (Estados Unidos). Trágica, la muerte de Taylor debe ser esclarecida, por supuesto. Pero ¿hasta qué punto corresponde llevar las causas sociales con las que un deportista se identifica? ¿Cabe exigir a los protagonistas que tengan compromiso social? ¿Deben ser modelos? ¿Y en cuáles causas "tienen que" jugarse? ¿Cuál es el límite?
En la cuestión del racismo es fácil encontrar consenso, pero crecerá la controversia en asuntos más discutidos: cambio climático, garantismo-mano dura, recepción a refugiados, aborto, portación particular de armas, pedofilia (cuidado: ya hay grupos que en redes sociales y hasta charlas públicas pretenden instalarla como conducta aceptable). Y si, por ejemplo, Charles Leclerc fuera partidario de prohibir el consumo de carne animal, ¿todos en la Fórmula 1 deberían ser obligados a adherirse a esa postura? ¿Y si otro piloto creyera que hay que hacer lo mismo con, digamos, la legalización de estupefacientes? ¿Tendría derecho a "observar" a sus pares?
La misma pregunta se extiende a lo institucional. ¿Hasta qué punto corresponde involucrar a una entidad en una postura personal? Gustavo Alfaro tenía todo su derecho a emitir un mensaje provida en un video, pero lo hizo vestido de entrenador de Boca. Hamilton pidió por Breonna en un podio, un ámbito eminentemente institucional y corporativo. Los dos exteriorizaron sus convicciones por lo que entienden vida inocente, pero envolviendo de prepo a terceros. Alfaro, seguro que sin siquiera darse cuenta.
Michael Jordan es criticado por no ser un artífice de las causas sociales. ¿Está obligado a serlo por su sola atracción como crack deportivo? Diego Maradona, que sí toma partido públicamente en cuanta cuestión sociopolítica lo interesa, suele sostener que él no tiene por qué ser un modelo para la sociedad. A la par, exalta al régimen que gobierna a Venezuela. Está en su derecho, claro, mientras no comprometa a aquél para quien trabaja (Gimnasia La Plata en este caso) ni fuerce a sus colegas a hacerlo.
En 1949, George Orwell publicó 1984, una magistral pintura de los populismos totalitarios. Una de sus características es la Policía del Pensamiento. Con buenas intenciones, Lewis Hamilton pide que detengan a policías. Con sus formas, se ha convertido en un uniformado de las ideas.
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