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Prendió: un carrerón hizo más ruido que los autos de la Fórmula E
La categoría ecológica y eléctrica pasó por Puerto Madero y cambió las ironías previas sobre el silbido de los motores por un espectáculo notable ante unas 10.000 personas; al final, todos hablaron de las maniobras en la pista y del triunfo del portugués Antonio Da Costa
"Están preparando un licuado de vainilla", decían algunos ante el casi nulo rugido de las máquinas. "No, creo que están cortando el pasto", respondían otros. "¿No son afeitadoras en funcionamiento?", ironizaban algunos más. "No, es el torno de un dentista", era la respuesta. Podría llamarse incredulidad o expectación mal entendida. La Fórmula E desembarcó en Buenos Aires para realizar la cuarta fecha de un campeonato que centra sus objetivos en el automovilismo ecológico y de motores eléctricos con una característica saliente: el bajo sonido de sus impulsores a batería. El ingenio del hincha, entonces, hizo centro desde temprano en eso. El circuito emplazado en Puerto Madero, que recibió tal vez un poco más de gente que la esperada, fue la sede de las primeras ironías no bien los coches salieron temprano a girar en los ensayos. Es que el silbido de los impulsores (si uno desea actuar maliciosamente) así lo ameritaba. No era la mejor carta de presentación para la divisional que llegaba con 14 ex pilotos de Fórmula 1 y otros apellidos de alcurnia fierrera (Prost, Andretti). Pero las cosas irían cambiando con el transcurrir de la jornada?
La Fórmula E -y valga más que nunca la antinomia- llegó al mundo del deporte para hacer ruido. Para ocupar un sitial que más allá de los beneficios ecológicos que le permitirán copar las grandes ciudades sin pisar los autódromos, también ofrezca grandes espectáculos. Mucha gente sabía eso. "Son los autos del futuro", argumentaban las mismas personas que ingeniosamente habían armado las primeras ironías. Pero bastó que Lucas Di Grassi primero y Jarno Trulli después golpearan con violencia sus máquinas contra los muretes y las dejaran bastante dañadas durante la clasificación, para que todos entiendan que si algo tienen de sencillo esos coches, no es justamente el modo de domarlos a alta velocidad. Poco a poco, el público fue familiarizándose con ese sonido del que al principio se reía. Y eso forzó a todos a "meterse" en la carrera. Que tuvo una notable emotividad y fue matizada por generosas cuotas de golpes de escena.
Los casi 200 kilómetros por hora alcanzados en los metros previos a la frenada de la curva 1, en la Costanera y Azucena Villaflor, erizaban la piel. La pista, del gusto de los pilotos, albergó a cuatro líderes sucesivos: Sebastien Buemi, Lucas Di Grassi, Nick Heidfeld y el final y más importante, el triunfador Antonio Félix Da Costa, el primer portugués que gana en la rica historia del automovilismo internacional en la Argentina, un talento en ciernes que venció en todas las categorías en las que participó (GP3 y F. Renault 3,5 entre otras) y que hasta se llevó el prestigioso GP de Macao en 2012. La novedad del cambio de coche al agotarse la batería llegó antes de lo previsto: a los 19 minutos de carrera las máquinas empezaron a visitar los boxes, cuando tenían previsto hacerlo hacia la media hora. Había resultado un trazado veloz...
Entonces, todo se hizo interesante y, a esa altura, el polémico silbido ya era una anécdota en la que ni los más puristas se fijaban. Casi diez mil personas sólo estaban expectantes del desenlace. Se rompió el auto de Buemi y se golpeó Di Grassi. Heidfeld fue penalizado por un exceso de velocidad en los boxes. Da Costa vio su oportunidad y se escapó ante el desconcierto ajeno. En el final, un golpe entre Jean Eric-Vergne, Jaime Alguersuari y Daniel Abt, le abrió la puerta a Nicolas Prost. El hijo del gran Alain pasó de quinto a segundo en la maniobra más aplaudida y dibujó la característica sonrisa ganadora en el rostro de su padre. Fue la más perfecta síntesis de que cuando las carreras son buenas, el ruido... bueno, el ruido lo suele generar el propio show.
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