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Historias mínimas del Dakar: el empresario de mosaicos, el mecánico que corre solo y un cordobés infiltrado
El lado B de la competencia tiene a varios pilotos a los que les cuesta económicamente participar y que corren solos, sin asistencia alguna
SALTA.– Se mueven en silencio en medio de la gigantesca estructura del Dakar . Son la cara menos visible de la competencia; difícilmente tengan sus minutos de gloria en televisión. Representan el lado B del rally de los millones de dólares. Dentro de la gran carrera hay dos realidades: por un lado, la de los enormes equipos oficiales, que cuentan con vehículos de asistencia, decenas de mecánicos y todas las facilidades, y por el otro, la de los entusiastas que se lanzan a la travesía apoyados por dos asistentes o, en muchos casos, que participan solos. Lógicamente, sus aspiraciones pasan únicamente por llegar al final. Protagonizan apenas historias mínimas del Dakar, que merecen ser contadas.
"Si llego al final seré el hombre más feliz del mundo"
José Antonio Blangino es cordobés y dueño de una fábrica de mosaicos, y participa en su sexto Dakar. Compitió varios años teniendo a su mujer como copiloto y es acompañado por su hijo, que es mecánico.
Vive en Monte Cristo, periferia de la capital provincial. Como buen cordobés, tiene desarrollado el sentido del humor. Y no se caracteriza por ser amante del ejercicio: "No me entreno para nada y no voy al gimnasio, no hago nada físico. La realidad es que no tengo tiempo; estoy todo el día en la empresa. Pero nunca me cansé", justifica. "Me levanto a las seis de la mañana, me pongo los botines de punta de acero y me voy a laburar 12 horas sin parar", cuenta. Y detalla: "Tengo 600 empleados y yo soy el que arregla los camiones en el depósito. Es lo que me gusta".
Blangino se ubica 70º en la categoría autos. Su esposa la acompañó a la derecha del volante en las últimas cuatro realizaciones. "Era como estar en casa. Lo llevábamos muy bien", comenta él. Esta vez ella no pudo venir. Como tiene un embarazo de cuatro meses, Fabiana no fue autorizada por el médico. "Una vez se nos rompió el semieje en la arena. Tenés que ver lo que era la gringa tirada bajo el auto, arreglándolo. Es de fierro", destaca Blangino, acompañado por su hijo de 19 años, incipiente mecánico y heredero de un fanático de la aventura. "Si llego al final seré el hombre más feliz del mundo", se esperanza José.
"Desde hace 7 años no paso las fiestas con mi familia"
Pablo Pascual sufre desde hace cuatro días una tendinitis; se infiltra antes de largar en cada etapa. Y tuvo un hijo hace dos meses; por eso su mujer no pudo acompañarlo.
"Apenas puedo mover la mano", cuenta mientras busca, sobre su moto, a sus dos amigos y asistentes en el rally. "No puedo ni cerrarme la campera. Mirá: la llevo abierta", muestra Pascual, de 44 años. "No sé cómo, pero a la carrera la termino seguro. No pienso abandonar", dice el cordobés, que marcha 52º.
Hizo las divisiones inferiores de fútbol en Instituto, pero su fanatismo por las tuercas lo alejó de las canchas. "Soy el argentino que más Dakar tiene desde que se empezó a correr en Sudamérica, en 2009", se enorgullece quien corre por séptima vez el rally. El año pasado logró su mejor ubicación, la 41ª.
Es vital el apoyo de su familia, sobre todo, el de su esposa, que se quedó en casa por el nacimiento de ese tercer hijo. "Por esta pasión uno deja de lado muchas cosas y se pierde muchos momentos hermosos ", lamenta, y remata: "Desde hace siete años no paso las fiestas con mi familia, por correr en el Dakar".
"Hay días en que no tengo ni para comer"
Carlos Verza es un chaqueño que se fue a vivir a la Patagonia por culpa del Dakar; participa en la división más sacrificada, y sin colaboración alguna.
El mecánico de 36 años es protagonista en "malle moto", la más demandante del Dakar, porque reúne a pilotos que corren sin la mínima asistencia. Por eso, al llegar a cada campamento arma la carpa donde pasará la noche y arregla su cuatriciclo para poder competir al día siguiente, mientras ve pasar talleres mecánicos a bordo de grandes camiones de las gigantescas estructuras de los equipos oficiales.
Verza es piloto, mecánico, asistente, cocinero y boy-scout. "Duermo tres o cuatro horas por día, pero voy bien. A veces no puedo bañarme, a veces no como. Todo depende de cómo llegue mi cuatriciclo al vivac", explica. Y deja en claro el gran esfuerzo que hace para correr: "Éste es el espíritu del Dakar. Así comenzó en África. A veces no tengo dónde bañarme, a veces la carpa se me inunda, pero hay que seguir. Correr solo un Dakar no es fácil".
De pequeño, Verza era fanático del rally-raid París-Dakar. Y soñaba con vivir de las carreras. En Chaco empezó a trabajar en talleres mecánicos, hasta que en 2009 la llegada del Dakar a Sudamérica le alteró los planes. "Como ese año el rally pasó por parte de la Patagonia, junté todas mis cosas, renuncié a mi laburo y me fui a vivir al sur", recuerda. Éste es su segundo Dakar, y Verza marcha entre los últimos, 40º. Pero entre los primeros en esfuerzo.
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