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Gran Premio Argentino Histórico: Moisés y Maximiliano Osman se impusieron por cuarta vez con un Peugeot 404
Padre e hijo vencieron sobre 1820 km entre Potrero de los Funes y Bragado; un camión puso en riesgo su éxito; iban a actuar con otra marca, pero ahora prometen a su auto que no lo venderán
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BRAGADO.– Moisés y Maximiliano Osman le prometen a su Peugeot 404 que nunca van a venderlo. En voz baja, a espaldas del Yeyo, Maxi, hijo de Moisés, admite que estuvieron por cambiarlo para participar en el XIX Gran Premio Argentino Histórico (GPAH), que concluyó este viernes en esta ciudad. “Tuvimos dos Peugeot, un Torino, varios coches... Que no me escuche, porque va a ofenderse el auto: estuvimos armando una Toyota Celica y no llegamos a tiempo. Incluso hicimos las pruebas para venir a competir con ese auto, pero agarramos el Peugeot, que era lo conocido”, confiesa el navegante. Ahora el 404 está ahí, atrás, lleno de trofeos sobre el capó. Como en otras tres ocasiones en el historial de esta competencia de autos antiguos que recorre más de mil kilómetros en varios días y varias provincias. Y en la que no gana el que va más rápido ni el que termina primero.
El GPAH es una prueba de regularidad, en la que hay que cubrir ciertas distancias en determinados tiempos. Vence quien más se acerca al registro establecido. Y los Osman, sanjuaninos que hoy tienen pasaportes cordobeses, son unos cracks en eso de calcular a qué velocidad hay que andar –y en ejecutarlo, claro– para coronarse como los mejores entre más de 100 tripulaciones de coches más de 40 años. Se consagraron por cuarta vez en la competencia organizada por el Automóvil Club Argentino (ACA), que esta vez recorrió 1820 kilómetros entre San Luis, Córdoba, Sante Fe y Buenos Aires, pero se las vieron bastante oscuras en una ruta. Por un camión.
Compacto de una etapa del GPAH 2022
Nada de accidentes, no. Resulta que al cabo de un par de etapas (se desarrolló una por día, entre el lunes y este viernes) se imponían por 2,67 segundos en la clasificación general. Una eternidad en este ajedrez del automovilismo, en el que los cálculos y el manejo son tan precisos que las diferencias finales son de décimas de segundo. La quinta jornada, de 632 kilómetros entre Villa de Merlo (San Luis) y Bragado (Buenos Aires), incluidas varias decenas de tramos cronometrados hasta en centésimas de segundo, vio a los Osman cómodamente al frente de la tabla en el amanecer de la etapa, pero el margen fue achicándose y achicándose. El piloto y el navegante del coche número 506 se complicaron en el tránsito de la ruta. El camión conspiró no contra sus vidas, sino contra su triunfo. Menos grave, pero... grave. Para ellos, claro, que esperan todo el año por esta experiencia.
¿Cómo los jaqueó el camión? Simplemente, transitando. Y no pudiendo ser superado en plena 7, una de las rutas muy transitadas del país. Como hay que mantener cierta velocidad en promedio en los sectores medidos, el tráfico es a veces un problema: los autos históricos pueden serlo para los coches que quieren superarlos, y los camiones, una amenaza para los vehículos de colección que necesitan transitar a determinado ritmo. Ni más, ni menos. Porque los grandes premios se definen por fugacidades en las planillas.
Esa fugacidad resultó eterna para los Osman, cuyo 404 debió mirar desde atrás por demasiado tiempo a un grandote del camino, sin poder sobrepasarlo. Padre e hijo pensaron que podían perder a pesar de toda esa ventaja que habían tomado días antes al brillar en las hermosas montañas de San Luis (Nogolí-Río Grande, La Carolina-San Francisco del Monte de Oro, Merlo-Mirador de los Cóndores). Llegaron a Bragado, la ciudad famosa por el ciclismo pero que tuvo varios pilotos ilustres, sin saber si habían vencido. Nadie lo sabe, nunca: al campeón se lo informa y se lo proclama en la mismísima cena de premiación. Una tradición de una competencia que hace un culto de lo clásico.
Por eso hubo espectadores a la vera de la 7 y de otras rutas, esperando el paso de los coches. Algunos, casi reliquias, como las réplicas de cupecitas de Turismo Carretera de los años treintas. En Junín, un Peugeot 504 estaba parado en una rotonda, con un número 522 en las puertas y varias publicidades sobre la carrocería. No participaba; era de un admirador. Como cuando los hinchas van al estadio con la camiseta de su club, que usan los jugadores, este espectador llevó su Yeyo, con orgullo y “corriendo” a su modo la carrera que no es tal cosa, porque en el GPAH nadie se apura: hay que demorarse lo justo y necesario. Lo muy justo, si se quiere levantar una copa en la clasificación general.
Saben de sobra cómo es eso los Osman, que esta vez triunfaron así: con lo justo. Al final, 79 centésimas los separaron de los amenazantes Edgardo Vergagni y Víctor Sorrentino, que estuvieron a bordo de otro 404 y los abrazaron en la carpa donde se realizó el asado final, con camaradería plena y aplausos fuertes a los uruguayos (nueve tripulaciones sobre las 105 que partieron), los paraguayos (cuatro) y los mecánicos del ACA, siempre listos para auxiliar en la montaña y en lo llano a los viejitos de cuatro ruedas.
Ahora con cuatro éxitos, Moisés y Maximiliano Osman están a uno del récord que ostentan Miguel Gómez Fernández y Cristian Álvarez Fernández, también usuarios de Peugeot 404, aquel modelo que se vendió muchísimo en el país en los años setentas. Los Osman, en cambio, ostentan victorias en el Gran Premio 19 Capitales Histórico, el GPAH uruguayo, y se enorgullecen de ser los más ganadores en Sudamérica. En rigor, al papá, contador de 71 años, no lo tiene tan contento eso de ser el campeón de mayor edad en un Gran Premio Argentino Histórico. Pero sí volver a cumplir ese anhelo de chico de 10/12 años que tenía en San Juan, cuando veía pasar a las máquinas de GPA. Cuando la competencia era carrera, cuando se iba a fondo por rutas cerradas para el paso de los bólidos y corrían las famosas pilotos suecas en 1963, 1964.
Ese deseo era protagonizar un gran premio. Un día, en 2008, a los 57 años, lo hizo realidad por primera vez: tras comprar este 404, largó en la sede central del ACA, la del enorme edificio de Avenida del Libertador. En la rampa se le humedecían los ojos. “Fue un logro más de mi vida”, sostiene hoy, y se le deforma un poco la voz cuando lo cuenta, mientras trabajan sus lagrimales. Hay que hacerle otra pregunta para que no lo quiebre la emoción.
El contador es él, pero el que lleva los números de tiempos y distancias en el auto –y con instrumentos más viejos y primitivos que los de sus mayores rivales–, es Maxi, supermercadista de 35 años en Córdoba. Trabaja todo el año para darse unos pocos gustos. Ser parte de la hermandad del Gran Premio es uno. Ni qué decir si gana. No ostenta su gloria, pero esa computadora que tiene por cerebro registra que sobre 14 intervenciones su papá y él consiguieron esos cuatro victorias, cuatro segundos puestos, dos terceros, un cuarto y un decimoprimero, con dos abandonos.
Los Osman tenían currículum, y pasión por el automovilismo, como para lanzarse a algo más, y por eso hace unos años pusieron el Peugeot en un barco y lo hicieron actuar en... Mónaco. Entre unas 400 maravillas mecánicas de lujo, muchas y muy bien mantenidas. Con clima –nieve, hielo, lluvia–, autos –ex de rally– y promedios de velocidad muy diferentes a los de la Argentina. Imposible aspirar a algo grande, aunque por ahí se coló un más que decoroso octavo lugar parcial.
Ahora en su tierra, un camión, como tantos que pueblan la ruta 7 (Buenos Aires-Mendoza-Chile), puso en peligro su festejo. Un metejón con otro auto antiguo, aquella cupé Celica, también. Pero el fiel 404 –el modelo ideal para la regularidad entre coches añejos– respondió con otra conquista. Y la chance de cambiarlo quedó sepultada por el peso de los trofeos que se amucharon arriba del capó para las fotos. “¿Qué le diría? Que lo queremos y que no vamos a venderlo. Que se quede tranquilo”, se arrepiente Maximiliano. Su papá, Moisés, va más allá: “Yo vendo todo, menos ese auto. Y le digo a mi señora que quiero que cuando me toque, me entierren con el auto”.
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