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Carlos Marincovich fue Chevrolet, Arrecifes y los años dorados de Turismo Carretera
A los 77, el ex piloto que se destacó en los sesentas y los setentas falleció por una derivación de su larga batalla contra el coronavirus; hizo debutar, y ganar por primera vez, a la cupé Chevy, un modelo que subsiste en TC hasta la actualidad.
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Cada tanto, cuando despide a uno de sus próceres, el automovilismo argentino nos recuerda lo grande que fue hace unas décadas. Pionero en la región. Convocante, muy popular. Formador de pilotos que trascendieron aquí y que tuvieron, o bien podrían haber tenido, una oportunidad grande allá. Cuando se va un tipo como Carlos Marincovich, quienes vivieron esas épocas doradas se retrotraen a tiempos de cupecitas, de competencias tan peligrosas como apasionantes en rutas, de hazañas con fierros más básicos pero resistentes a palizas, de público a borbotones, de tapas de revistas.
Carlos Oreste Marincovich no llegó a tener aquella estatura de prócer, pero sí fue una de esas figuras indiscutidas de un virtual Salón de la Fama nacional de los coches de carreras. Otro producto de esa fábrica prolífica de ases del volante que fue, y aún es, Arrecifes. Un referente del Turismo Carretera en general, y de Chevrolet en particular. Como los motores en algún momento, su máquina se apagó esta semana. Para siempre.
A los 77 años, murió en el porteño Sanatorio de la Providencia. Vaya paradoja: había vencido al aterrador coronavirus y a una neumonía, pero la batalla de un par de meses y el EPOC derivado del tabaquismo lo dejaron debilitado para afrontar un shock séptico y una bacteria intrahospitalaria. Cruel, la Covid-19, con sus restricciones, ni siquiera le permitió ser despedido en un velorio, en el que los seguidores de sus años más lustrosos podrían haberle dado su homenaje final.
Marincovich lo merecía al cabo de una campaña que lo tuvo entre los mejores pilotos del país en los años sesentas y setentas. Corrió en varias categorías, por supuesto, pero se hizo famoso en la que más arrastra, el TC. Un tercer puesto en el campeonato de 1971 como mejor resultado en una temporada no parece hacer justicia con su capacidad. El arrecifeño ganó diez competencias en la categoría; pueden aparentar no ser muchas, pero no son tantos quienes han cosechado una decena de triunfos. El Turismo Carretera tiene muchos participantes, y muy buenos, por cierto.
Ni qué decir en aquellos tiempos. Repasar la lista de campeones de entonces es asombrarse por el nivel que había y saber por qué Marincovich no logró más: Dante Emiliozzi, Luis Rubén Di Palma, Eduardo Copello, Héctor Gradassi, Roberto Mouras, Gastón Perkins, Carlos Pairetti, Nasif Estéfano... Juan María Traverso. Palabras mayores.
Como las que el propio Flaco de Ramallo dedicó a Carlos. “MUY TRISTE POR LA PARTIDA DE MI AMIGO EL RUSO MARINCOVICH. HASTA SIEMPRE AMIGO”, publicó en Twitter @FlacoTraversoOK. Así, en mayúsculas. “Ruso”, claro, era un apodo de Marincovich. por su apellido. Tenía otro, “Sandy”. Derivaba de “Sandokán”, el sobrenombre de su tío Néstor Marincovich, otro hombre de los fierros y quien inculcó a Carlos el gusto por ellos.
Por entonces no se llegaba tan joven a las categorías grandes, y Sandy comenzó en TC a los 21 años, en agosto de 1964. En la Vuelta de Salto estuvo al comando de una cupé Chevrolet, la marca de la que se volvería ídolo. Por un desperfecto en la bomba de aceite, el coche no le permitió ver la bandera de cuadros, que recibió antes que todos su coterráneo Luis “Loco” Di Palma.
Pronto se vería que Marincovich era bueno: otro arrecifeño, José Froilán González, lo invitó a competir con un Chevitú, un modelo que hizo época. Así se juntaron la buena mecánica y el talento, para que el 30 de abril de 1966 Ruso consiguiera su primera victoria en TC. En el escenario ideal: el Autódromo Municipal, de Buenos Aires, coliseo del automovilismo argentino.
En 1968 Marincovich pasó ya de forma permanente al equipo de Froilán y manejó un Chevitrés, con el que logró dos éxitos. Uno, nuevamente en el autódromo porteño; el restante, en otro sitio emblemático de las carreras en el país: Rafaela. Luego, cuando el TC pasó por un tiempo de experimentación, Carlos hizo lo propio en otra marca, Torino. Le fue bien, con otros dos triunfos, mientras él incursionaba en una nueva categoría, Sport Prototipo Argentino, en la que resultó tres veces subcampeón.
En 1972 volvió a los autos del moño dorado. Después de empezar el certamen con un Chevrolet 400, tuvo el honor de estrenar una cupé Chevy, el modelo que continúa hasta nuestros días. La Comisión de Concesionarios de General Motors Argentina le confió ese desafío, que salió de maravillas: Marincovich y la Chevy se impusieron en la Vuelta de Chacabuco, realizada en el circuito semipermanente de Pergamino, el 9 de mayo. Una fecha que algunos hinchas tendrán grabada a fuego.
Aquella primera Chevy ganadora
La propia Comisión le encargó en 1974 que fuera piloto oficial de la marca, en los albores del profesionalismo en la actividad. Un reconocimiento que no fue todo lo pródigo que él habría querido: las Chevy se rompían demasiado, y encima los Ford Falcon eran avasallantes, con siete campeonatos consecutivos (1972-1978). Ruso sufría más que lo que festejaba: en cinco años, cinco victorias contra... 24 abandonos.
Al cabo de tantas frustraciones mecánicas, dejó el TC y siguió en otras categorías. Nunca paró, hasta que en 1988, a los 44, 45 años, se dio el gusto de volver a protagonizar la mayor. Fueron 13 carreras con una tercera marca, Dodge, sin mayor éxito. No impidieron que Carlos Marincovich quedara en la historia como icono de Chevrolet.
También lo fue de Arrecifes, por supuesto. No por nada el concejo deliberante local declaró hace una semanas “ciudadanos ilustres” a Pairetti, Néstor García Veiga, Luis Rubén Di Palma y Carlos Marincovich. Sin coronas de TC, pero no por nada, ahí está Sandy, entre demiurgos de la Cuna de Campeones del gran automovilismo argentino. “El automovilismo que yo viví”, se llama se autobiografía. Es el que Carlos Oreste Marincovich contribuyó a prestigiar.
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