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Uno vendió rifas para correr, al otro lo echó la crisis de 2001, y los dos se abrazaron en la meta de Sevilla
Más de dos horas y cuarenta kilómetros llevando sus piernas al límite para que menos de diez segundos hicieran una diferencia que justificara una década, que abriera camino a un sueño para los dos mejores maratonistas argentinos del último lustro. "Cuando pasé por el kilómetro 42 con 2h15m20s agaché la cabeza y empecé a rematar", contó Mariano "Colo" Mastromarino sobre su final en la maratón de Sevilla.
"Sabía que no podía desperdiciar nada, que llegaba justo con la marca", aludió al tiempo que le permite acceder a los Juegos Panamericanos de Lima y al Mundial de Doha. "Me di cuenta de que la marca salía cuando faltaban dos metros. Toda la carrera fui muy consciente de que estaba al límite", se sinceró el marplatense, que tuvo que vender 500 rifas para viajar a España, lograr la marca (2h15m51s) y dejar abierto la puerta a su gran sueño: los Juegos Olímpicos Tokio 2020.
El otro protagonista, Miguel Barzola, expresó lo suyo: "Pasé el kilómetro 35 un poco lento y me dije «hay que apretar el c... Es ahora o nunca»". Luego de ocho años y ocho maratones Miguel, en Sevilla Barzola bajó su marca 8 segundos, para justificar casi una década de entrenamiento. En 2011 debutaba en maratón registrando 2h15m, luego de eso fue a unos Juegos Olímpicos, ganó cientos de carreras, representó muchas veces a la Argentina, y nunca había conseguido mejorar su tiempo del debut. El último domingo, en Sevilla, vio que se alineaban los planetas gracias a la fiebre.
Por suerte no de él, sino de otro corredor que tenía designado para ayudarlo, una "liebre". Se llama así a un atleta que marca el ritmo y colabora con otro hasta cierta parte de la carrera (en maratón suele ser hasta el kilómetro 30; los 12 restantes son cubiertos en solitario por el corredor asistido). Por fiebre, la liebre se quedó sin alguien por ayudar y la organización la ofreció a Barzola. "Esta es mi oportunidad. El día acompaña, el circuito es bueno... Si hay una liebre, ya está todo", pensó Miguel.
Y no dejó pasar el tren. "Del kilómetro 35 al 40 hice 15m56s, en la zona más difícil del circuito. Entonces ya me decía «hoy sale, hoy sale»". Ese "sale o sale" era vencer la barrera de las 2h15m, la marca que lo atormentaba desde hacía ocho años. "Tuve varias maratones con posibilidades, pero siempre fallaba algo. Entonces acumulaba dudas", contó Barzola. "Mucha mala suerte con el clima. Estaba enlechado. Y la confianza en esto hace mucho. Por suerte, esta vez tocó", agregó.
Esta vez en Sevilla, Barzola clavó el reloj en 2h14m52s, bajó 8 segundos su marca y justificó esos ocho años de entrenamientos y esas ocho maratones protagonizadas. "Una emoción terrible. Ya puedo decir que corro en 2h14m", destacó. Ya puede decir eso y ya casi puede preparar las valijas para Lima y para Doha.
A la marca la tienen, tanto él como Mastromarino. Pero falta algo más. Para los Panamericanos de Lima ambos necesitan estar entre los 18 mejores maratonistas del continente, con un máximo de dos por país. Para el Mundial de Doha la lista se extiende a los 100 mejores del mundo, también con un límite por nacionalidad. Es decir, la tarea de ambos está hecha; ahora queda esperar qué hace el resto mundo.
Ver esta publicación en InstagramGracias @fer_diaz_sanchez por el video de la llegada!!!
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Historias detrás de dos marcas
Detrás de esos desenlaces espectaculares de Sevilla hay dos historias de vida que lucharon más de veinte años para llegar a competir en el más alto nivel mundial. Ciertamente, Mastromarino y Barzola no son unos nenes; ambos están sobre los 36 años y pisaron –literalmente– miles de kilómetros en entrenamientos para rematar en esos metros finales en el sur de España.
Mariano Nicolás Mastromarino empezó a practicar en su Mar del Plata a los 13 años. Y, a tono con el escenario de la Ciudad Feliz, parece que también él era feliz corriendo en el óvalo de la pista: a los 15, tener el brazo enyesado por una fisura no lo frenó para largar una carrera de 1000 metros. Ni siquiera para ganarla.
Fueron muchos años de cimas y profundidades. Mastromarino rozó la gloria personal al ganar la medalla de bronce en los Juegos Panamericanos Toronto 2015, al participar en los Olímpicos Río de Janeiro 2016 y al ganar la maratón de Buenos Aires de 2014. Lejos de los flashes, quedó a apenas tres segundos de clasificarse para los Juegos Olímpicos Londres 2012 en 3000 metros con obstáculos y tuvo que salir a vender rifas para costear el viaje a Sevilla, ya que dejó de cobrar su beca nacional en octubre de 2018 por falta de mérito deportivo.
Miguel Ángel Barzola nació en Bragado, en una casa con calle de tierra por la que salía a correr siguiendo a un grupo de chicas que se entrenaban con sus amigos. "Pero no conseguí ninguna novia de ese grupo", reconoció, simpático. En esas mismas calles de tierra la crisis de 2001 lo encontró sin changas de albañil y sin futuro. Una tarde, con tres amigos, también albañiles y de ese grupo de corredores, decidió desafiar al destino.
Entre los tres juntaron plata para que uno pudiera viajar a España y buscar lo que en la Argentina no encontraban. Fueron muchos meses de sumar billetes, a veces monedas. Miguel hasta vendió su viejo ciclomotor Zanella Sol Top, de 50 centímetros cúbicos, que "había comprado usada" y que ya tenía como diez años. Y al final uno de los cuatro pudo ir a Ezeiza para tomar el vuelo rumbo a los sueños, y desde el otro lado del charco juntó los euros que llevarían al resto del grupo. Así Barzola llegó a España hace 15 años. Y aún vive allá.
"Cada tanto tengo que volver a agarrar la cuchara y buscar alguna changa", admitió Miguel: vacas flacas hay en todos los continentes. Pero en general en esta década y media logró dedicarse al atletismo a tiempo completo. Es todo un atleta profesional en Europa, pero sigue defendiendo la camiseta argentina, volviendo a las calles de tierra a comer los canelones de su mamá, Dora, y a trotar por las avenidas de Bragado.
En la maratón de Sevilla, sobre 42.195 metros de asfalto, hubo ganadores, récords y casi 10.000 corredores, con sus miles de historias. Entre ellas, las de los dos mejores maratonistas argentinos de los últimos años. Las de sus triunfos y fracasos. "No puedo nombrar a uno. Todos los que compraron rifas", reconoció Mastromarino a la gente que aportó para que pudiera viajar, para que pudiera desarrollar su anhelo. "Y los que quisieron comprar y no pudieron porque no había más rifas, ya que en tres días vendimos todos los números", destacó el marplatense.
Luego, por un rato, todos los sacrificios fueron olvidados y quedaba solamente festejar. "Para celebrar tomé medio litro de cerveza", sonrió Barzola como un nene que hace una travesura. Para un atleta de esa categoría, lo es. En rigor, los dos hicieron sus travesuras en Sevilla: le birlaron al destino, por unas horas, la felicidad plena de cumplir sus sueños.
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