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Sufrió un accidente aéreo y la dieron por muerta: la historia de Betty Robinson, la más joven en ganar el oro olímpico en los 100 metros
Con una sonrisa impregnada sobre el rostro y ambos brazos bien arriba, Elizabeth Robinson cruzó primera la línea de llegada. A sus incrédulos 16 años estaba haciendo historia. Fue en los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928 -los primeros juegos en los que participaron mujeres en atletismo- cuando la estadounidense ganó la carrera en los 100 metros llanos (con récord incluido), y así se convirtió en la atleta femenina más joven en ganar esta carrera en un Juego Olímpico.
El atletismo llegó a ella gracias a su profesor de ciencias y entrenador del equipo masculino de su escuela, Charles Price. Fue él quien en febrero de 1928 la vio correr a toda velocidad para alcanzar el tren que estaba pronto a partir de la estación Harvey rumbo a Riverdale, Illinois, y se sorprendió por la velocidad de la adolescente. Al día siguiente, le tomó el tiempo en uno de los corredores del colegio, y tras ver la marca realizada, la entusiasmó para que se sumara al equipo de hombres del Thornton Township High. Sin dudarlo, aceptó y meses más tarde quedaría en la historia del deporte mundial.
Betty Robinson tuvo una carrera ascendente, llena de logros y récords, pero fugaz. Su destino deportivo se vio afectado por un accidente aéreo, del cual primero la dieron por muerta y luego, sus lesiones le quitaron la posibilidad de competir. El año 1931 fue el punto de inflexión para la deportista, que pese a todo el panorama negativo, encontró luz al final del camino.
1928. Medalla de oro para la debutante
Bajo la tutela de Price, la joven nacida el 23 de agosto de 1911 en Illinois comenzó sus entrenamientos, siendo la única mujer en el equipo. Tras entrenar un par de semanas, en marzo de 1928 tuvo su primera competencia oficial. Un torneo regional, donde terminó segunda detrás de Helen Filkey, récord en los 100 metros. Esta participación la llevó a ser invitada a unirse al equipo de Illinois Athletic Women’s Club (IAWC), las ligas mayores. En junio, volvió a presentarse en una competencia y la joven ganó la carrera (superó a Filkey) y marcó, con 12 segundos, un nuevo récord mundial. Pero el viento a favor que tuvo la prueba invalidó que el mismo fuese homologado.
Llegó el mes de julio y Robinson viajó a Newark, New Jersey, para el Preolímpico rumbo a Amsterdam, los primeros Juegos Olímpicos que contarían con presencia femenina en el atletismo (desde 1900 sólo había participación de mujeres en golf y tenis). Terminó segunda en la clasificación y así aseguró su lugar dentro del equipo de 18 competidoras. Días más tarde se embarcó rumbo a su sueño olímpico. Tras un largo viaje de nueve días en barco junto a toda la delegación de los Estados Unidos, Betty ya era reconocida como una de las promesas del equipo. Fueron días donde los atletas corrían en una especie de pista de entrenamiento improvisada, los equipos se entrenaban en conjunto y hacían trabajos de fuerza. Toda la comunidad atleta estaba a bordo de ese barco, y Betty era parte de esa elite.
Robinson tuvo su debut en sus primeros Juegos Olímpicos en el estadio Olímpico de Amsterdam. Se clasificó a la carrera final de los 100 metros luego de ganar la fase de semifinales con un tiempo de 12s4. Fue la única estadounidense, de las cuatro candidatas, en acceder a la carrera por la medalla. En esta última prueba, sus contrincantes fueron dos alemanas y tres canadienses. Su principal rival era Fanny Rosenfeld (Canadá), de 24 años y quien le había ganado en la etapa clasificatoria.
Para agregarle mayor singularidad al día de su consagración, Robinson arribó a la carrera con ambas zapatillas... del mismo pie, por lo que uno de los asistentes del equipo debió volver al barco en busca del otro par. Llegó apenas cuando restaban unos pocos minutos para la largada.
De las seis corredoras clasificadas, sólo cuatro disputaron la lucha por una medalla. Myrtle Cook, de Canadá, y la alemana Leni Schmidt fueron descalificadas por partidas en falso. En los andariveles del centro quedaron ambas candidatas, Robinson y Rosenfeld, mano a mano en la disputa por el oro. Llegaron casi igualadas y hasta se dio la confusión del festejo canadiense (12s3), pero Robinson, con un tiempo de 12s2 segundos, ganó la medalla dorada olímpica en Amsterdam. Fue la primera medalla del atletismo, sobre un total de cinco competencias por disputarse.
En los libros, sin embargo, se consignó un tiempo de 12 segundos en la carrera, por lo que además de convertirse en la mujer más joven en ganar la carrera, ese tiempo fue considerado también nuevo récord mundial y olímpico. Y sumó, junto al equipo de los Estados Unidos, la medalla de plata en la posta 4x100 metros.
Un accidente que le cambió la vida
La vida de Robinson no volvió a ser igual. De la joven tranquila nacida en la ciudad de Riverdale, a quien le gustaba tocar la guitarra, actuar en los actos escolares y participar de los eventos sociales, pasó a ser una atleta reconocida, donde todo el pueblo sabía de ella. Fue así que al regresar de Amsterdam eventos, desfiles y actos en su nombre se llevaron a cabo para celebrar su logro.
El año siguiente lo vivió intercalando sus horas de estudio del último curso escolar y sus entrenamientos. Una vez finalizada esta etapa, se inscribió en la Universidad de Northwestern para estudiar el profesorado de Educación Física. Así fue que pasó sus primeros años como estudiante entre carreras universitarias y regionales. En todas fue galardonada y hasta se dio el gusto de marcar nuevos récords en las distancias de 50, 60, 70 y 100 yardas.
Joven, auténtica y tenaz, Betty disfrutaba de su vida cotidiana. Aprovechaba los momentos en familia, los viajes con el equipo y las carreras. Era consciente de su velocidad y por eso se entrenaba de manera intensa, y se encontraba en un gran momento. Además, ya había diseñado todos los pasos por seguir. Su primer objetivo estaba señalado en la defensa del título: Los Ángeles 1932. Luego se retiraría y apuntaría a trabajar como entrenadora del equipo nacional en Berlín 1936.
Pero una tarde de verano en junio de 1931 cambió su camino. Hacía calor, tanto calor que tener los pies sobre la tierra resultaba de por sí incómodo. Quiso zambullirse en una pileta, pero su entrenador se lo prohibió. Por eso, tuvo la idea de llamar a Wilson Palmer, un primo suyo, piloto, para ir a dar una vuelta en su avión. Arriba, en el aire, el calor debería disminuir. Hacía allí fue. La aeronave no había alcanzado los 600 pies y una falla técnica puso fin al viaje y cambió su destino.
Robinson se encontraba inconsciente y con un profundo tajo sobre su frente. En medio de tanto revuelo, el rescatista la llevó directamente a la morgue. Por las vueltas del destino, el compañero que la recibió detectó sus signos vitales y la derivó al hospital: Betty aún vivía.
Robinson y Palmer fueron hallados sobre un descampado, bañados en sangre. A Palmer le encontraron rápido el pulso, por lo que fue trasladado al hospital. Pero ella se encontraba inconsciente y con un profundo tajo sobre su frente. En medio de tanto revuelo, el rescatista la llevó directamente a la morgue. Por las vueltas del destino, el compañero que la recibió detectó sus signos vitales y la derivó al hospital: Betty aún vivía.
Fueron 11 meses los que Robinson pasó en recuperación dentro del hospital. Los primeros días estuvo inconsciente y de a poco fue recuperando su estabilidad. Los médicos debieron operarla de la pierna y el brazo izquierdas y de la cadera. Además, claro, de sanar varias heridas internas. Los huesos, de la cadera a la rodilla, se quebraron en tres partes, por lo que los médicos le advirtieron que en el reacomodamiento perdería algunos centímetros. Además recibió ocho puntos en su frente.
El panorama no era alentador e incluso los médicos señalaron que su buen estado físico fue lo que la salvó y permitió su recuperación. Pasó meses utilizando una silla de ruedas, y de a poco su hermano la fue motivando para que comenzara a dar los primeros pasos, y por qué no, volver a trotar. Pero el sueño de la defensa del título olímpico ya se había desvanecido.
A medida que fueron pasando las semanas, recuperó sus fuerzas y se propuso volver a correr. Ganó confianza, apoyada por toda su familia y compañeras. Apuntó a Berlín 1936. Pero esta vez no podría correr la carrera de los 100 metros, dado que el dolor en su cadera no le permitía agacharse para la posición de partida. Entonces, debió buscar otras alternativas que le devolvieran la adrenalina de la competencia. Fue así, que encontró su lugar en la carrera de postas 4x100 metros, ya que en esta podía correr sin la necesidad de agacharse.
Volver a un Juego Olímpico
A los 24 años se clasificó a los segundos Juegos Olímpicos para la posta de 4x100 metros. No le fue nada sencillo: su físico había sufrido demasiado y recuperar su estado requirió de muchos sacrificios, entrenamientos y una gran convicción. Sin soslayar otros obstáculos, como los viajes y los problemas financieros. Y el tiempo lógico que le demandaban los estudios.
Tanto a ella como a otras atletas, el comité de los Estados Unidos les permitió formar parte de la delegación, pero los gastos del viaje debían correr por su cuenta. Robinson se vio inmersa en un problema, ya que su padre había perdido su trabajo como banquero y los ahorros familiares los habían usado en su recuperación. Consiguió un trabajo como secretaria, vendió todos sus pines que había intercambiado en Amsterdam 1928, y así pudo sacar su boleto olímpico.
Era feliz. Betty estaba cumpliendo su sueño, a pesar de todos los pronósticos. Disfrutó cada instante en la ciudad alemana y no paró de sonreír. Los diarios de la época se referían a ella como "Smiling Betty". Llegó el momento de la carrera. Ella fue la tercera del equipo que conformó junto a Harriet Bland, Annette Rogers y Helen Stephens. Fue una carrera por equipos disputadísima entre el conjunto alemán y el estadounidense. Desde las plateas del estadio Olímpico, el mismísimo Adolf Hitler seguía de cerca la prueba. Pero la descalificación de las europeas, luego de que a la corredora Ilse Dörffeldt se le cayera el testimonio al querer pasarlo de una mano a la otra, derivó en la consagración de los Estados Unidos. Robinson alcanzó su segunda medalla de oro, la tercera de su carrera y así se despidió del deporte.
Tres años más tarde, Betty se casó con Richard Schwartz y tuvo dos hijos: Jane y Rick. Tras su retiro, siguió vinculada con el atletismo: fue jueza y brindó charlas y conferencias en representación de la Asociación de mujeres y niñas atletas de los Estados Unidos. Luego de batallar con un cáncer y el Alzheimer, falleció a los 87 años, el 18 de mayo de 1999. La historia, su historia, ya estaba escrita para siempre.
Fuente: "Fire on the track", libro de Roseanne Montillo.
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