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Olimpismo y guerras frías: los Juegos políticos
El olimpismo no parece muy conmovido por la historia de Dhondup Wangchen. En su gira europea, el cineasta tibetano denuncia que China lo encarceló en 2008 cuando realizaba su documental “Leaving fear behind” (”Dejar atrás el miedo”). La represión en el Tibet era entonces la bandera opositora contra los Juegos de Verano que el Comité Olímpico Internacional (COI) celebraba ese año en Pekín. Wangchen pasó seis años preso. Sufrió descargas eléctricas esposado de pies y manos. Quince horas diarias de trabajo forzado. Firmó confesiones falsas. El COI volvió a darle a Pekín los Juegos de Invierno de febrero próximo. Y Wangchen, hoy exiliado en Estados Unidos, apunta contra Thomas Bach, presidente alemán del COI: “No es consciente de la suerte que tiene de vivir en una democracia. No tiene que preocuparse por desaparecer en una prisión secreta de la noche a la mañana”.
Estados Unidos, que usó al FBI para embestir primero contra la FIFA y luego contra el doping ruso, anunció días atrás un “boicot político” contra los Juegos de Pekín 2022 por el “genocidio y crímenes de lesa humanidad” en la región de Xinjiang contra los uigures, una minoría étnica compuesta principalmente por musulmanes. Nadie quiere volver a los boicots de atletas de la Guerra Fría (Moscú 80-Los Angeles 84), pero la decisión de Washington parece leve para una acusación tan grave. “En la lucha de las superpotencias”, dicen los propios analistas estadounidenses, “Joe Biden sólo está jugando a aislar a China aprovechando su gran vulnerabilidad: los derechos humanos”. Canadá (igual que Australia, Gran Bretaña y posiblemente Japón) anunció con pompa su adhesión al boicot político. Canadá envía siempre sólo un representante a los Juegos. “Es decir”, ironizó un medio, “no estará en Pekín la secretaria de Deportes Pascale St-Onge. Vaya protesta contra un genocidio”.
¿Y si hablamos de Julian Assange?, es la réplica más citada en las redes. Preso desde 2019 en una cárcel de máxima seguridad de Gran Bretaña, el fundador de Wikileaks, cuyas denuncias fueron portada de los diarios más importantes del mundo, lleva casi una década privado de su libertad. “Si hubiese revelado crímenes chinos, Assange”, ironizan cientos, “habría ganado el Nobel de la Paz y el Pulitzer y sería hoy bandera del boicot contra los Juegos”. Pero Assange reveló crímenes de guerra de Estados Unidos. Y el país que lidera el boicot contra Pekín es el mismo que amenaza con encarcelar a Assange por 175 años más. Por eso, Bach, el presidente olímpico, cree que si el COI tomara “partido político sería el final de los Juegos Olímpicos”. Tal vez tiene razón. Aunque el COI, en rigor, casi siempre tomó partido político. Y la historia no lo favorece.
Un siglo atrás, los deportes de invierno competían dentro de los Juegos de Verano. El fundador barón de Coubertin despreciaba al ambiente elitista que los rodeaba. “La señora ha traído a su doncella y el señor a su criado”. “Preciosas pieles para la señora, chalecos irresistibles para el señor”. “Profesores de tango en lugar de profesores de boxeo”, ironizaba Coubertin en 1914. La primera edición oficial fue Chamonix 1924. Doce años después, 1936, el COI marcó su página más vergonzosa. En pleno nazismo, concedió a Alemania los Juegos de Verano en Berlín y los de Invierno a Garmisch-Partenkinchen. La ciudad bávara volvió a ser designada para albergar a los Juegos invernales en la edición siguiente de 1940, cuando el horror era imposible de ocultar. La Segunda Guerra Mundial, iniciada en 1939, frustró lo que hubiese sido un nuevo festival nazi bajo el disfraz de los anillos olímpicos y su ideal de un mundo mejor.
En 2008, los Juegos de Pekín terminaron siendo un éxito para China, pese a los reclamos tibetanos y a las protestas en cada ciudad por el paso de la antorcha de las “Olimpíadas Genocidas”. “Muchos países que acusan a otros de no respetar los derechos humanos deberían mirarse a sí mismos”, dijo entonces Juan Antonio Samaranch, ex presidente COI. Cuentan que, para no irritar a China, su sucesor, Jacques Rogge, ordenó eliminar la palabra “Tibet” de un documento oficial de 2008. La NBA sufrió algo parecido en 2019, cuando habló de Hong Kong. Occidente justificó el nuevo e intenso vínculo con China con el ingenuo argumento de que así favorecería la democratización del gigante. Difícil renunciar a un mercado de 1400 millones de habitantes. La Asociación de Tenis Femenino (WTA) sí lo hizo. El COI también concedió a China (a la ciudad de Gangwon) la sede de los Juegos de la Juventud de 2024.
En 2008, George W. Bush, entonces presidente de Estados Unidos, justificó su presencia en Pekín afirmando que el deporte no debía mezclarse con la política. Viajó con su padre, vio vóleibol de playa y cenó en la Ciudad Prohibida. Joe Biden no irá en cambio a China. Barack Obama había hecho lo mismo enojado con Rusia cuando Sochi albergó los Juegos invernales de 2014. Alegre por una encuesta propia, el COI dice hoy que los últimos Juegos marcaron récord histórico de audiencia. Y que los encuestados, dice el COI, describieron a Tokio 2020 como una “una luz al final del túnel”. Un túnel con cinco anillos.
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