Sydney 2000, Juegos Olímpicos. Viernes 22 de septiembre. Marion Jones está serena. Saborea una pasta italiana ordenada por su marido, el lanzador de bala CJ Hunter, mientras juntos se distraen viendo a Mel Gibson en Corazón Valiente. Al día siguiente, la chica de las piernas más rápidas del mundo vuelve a volar en la pista de Homebush Bay para ganar los 100 metros. Una de sus cinco medallas (tres de ellas doradas y dos de bronce) en aquellas competencias en las que conquistó al planeta con su dulce sonrisa. De cuerpo más bien estilizado, 1,78m, armonía de movimientos y simpatía natural, Marion llegaba a su cenit.
Atenas 2004, Juegos Olímpicos. Ya no estaba en pareja con CJ Hunter: su nuevo compañero era el también velocista estadounidense Tim Montgomery, con quien tuvo un hijo. Ya no portaba los 25 de Sydney, sino 29. "¿Soñás con repetir lo de Australia?", le preguntaron previamente a los Juegos. Su sonrisa ya no era la misma. Todos interpretaron que era una respuesta simbólica, como decir "ojalá", pero consciente de que el cuerpo es sabio: fue quinta en salto en largo y un error de coordinación en la posta 4x100 derivó en la eliminación del equipo. Lloró mucho Marion esa vez. En rigor, no tanto por las derrotas, sino porque presentía que la tormenta podía desatarse en cualquier momento y, con ella, el fin de su éxito. La careta que impacta de lleno contra el piso y deja al desnudo la crueldad del engaño.
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Marion nació en 1975 en los suburbios de Los Angeles, su madre (también Marion) era oriunda de Bélice y su padre abandonó el hogar cuando era pequeña. Tenía frases ocurrentes, como cuando una vez, sentada frente a la TV, viendo la entrega de los premios Oscar y con apenas 4 o 5 años, le preguntó a su madre: "¿Y a mi por qué no me ponen una alfombra roja cuando llego a la escuela?"
De una humilde infancia, Jones amaba los deportes, sobre todo el básquetbol, que asumía con habilidad y agilidad. Incluso llegó a ganar el título de la NCAA con la Universidad de Carolina del Norte. Pero fueron sus allegados más íntimos los que dieron un dato esclarecedor sobre su infancia: "Marion tenía 8 años, botaba la pelota de básquetbol a toda hora. Sin embargo, cuando le dijeron que escribiera en un pizarrón un sueño para su vida, sorprendió a todos". ¡Y vaya si había motivos para la perplejidad con la leyenda!: "Quiero correr y ser campeona olímpica".
Si alguien tenía dudas sobre sus condiciones, las evaporaría en pocas temporadas siendo la mejor atleta de su escuela durante la secundaria. Y a los 17 dio una señal más que evidente: logró la medalla plateada con la posta de 4x100 en los Campeonatos Mundiales juveniles disputados en Seúl.
Fue en la Universidad de North Carolina donde empezó a salir con CJ Hunter, uno de los entrenadores. Inflexibles reglas internas, acerca de que no se permitían relaciones sentimentales entre alumnos y adiestradores llevaron a que el lanzador de bala renunciara a su cargo para acompañar a Jones en su carrera. La historia de amor perfecta. Se casaron en 1998, un año después de la graduación de ella.
Las victorias en Sydney 2000
Jones se tornaba imparable y algunos ya se animaban a compararla con Florence Griffith Joyner, dueña del récord mundial (10s49), reina olímpica en Seúl 1988, con piernas de rugbier y uñas postizas interminables. En 1997, en el Mundial de Atenas, Marion conquistó el oro en los 100m y los años subsiguientes no paró de cosechar triunfos en esa distancia, en los 200m y en salto en largo. La era Jones estaba en marcha. Y Sydney 2000 era, claramente, un lugar ideal para cumplir con ese sueño de chiquita.
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Cuando Marion cursaba todavía los estudios primarios, un tal Víctor Conte dejaba su gusto musical por el bajo y pasaba a liderar un nuevo emprendimiento, llamado BALCO. ¿El objetivo principal del laboratorio? Colaborar con los atletas en la recuperación física tras el esfuerzo. "Atacar la pérdida de minerales del organismo" era el mensaje.
BALCO padeció problemas financieros hasta que encontró la llave del suceso en 1996: Bill Romanowski, jugador de la NFL. Con su ingreso en el "equipo BALCO", la firma pegó un salto de calidad. Rápidamente fueron incorporándose otras figuras del deporte profesional, como el beisbolista Barry Bonds y la ascendente Jones.
Como sucede inexorablemente cada vez que una nueva figura irrumpe en el escenario de un deporte como el atletismo, las sospechas del doping brotan en paralelo. Y para quienes sostienen que algunos deportistas pueden querer sacar ventajas de manera ilícita, pero que no serían tan estúpidos como para exponerse en un Juego Olímpico, sólo basta con recordarles un nombre: Ben Johnson, el aguafiestas de Seúl 88.
Jones vivió su etapa de esplendor. Exitos deportivos, cachets de hasta 100.000 dólares por participar en competencias (las famosas garantías para los deportistas), reconocimiento mundial, figura marketinera, contratos millonarios en dólares con firmas como Nike, Panasonic y General Motors en tiempos en los que no era fácil conseguir semejante respaldo, ya que claramente el atletismo no era fútbol, ni tenis, golf, NBA o una pelea de pesados. Y aquellos 10s75 de los 100 metros en Sydney, o los 21s85 de los 200 metros, ganando ambas pruebas por 3 o 4 metros de diferencia sobre la escolta, fueron la historia misma.
Conte tenía desarrollado, bajo la conducción de su químico Patrick Arnold, un sistema combinado de sustancias que solían pasar "bajo radar" en los controles. Se componían de eritropoyetina, hormona del crecimiento humano, modafinilo, crema de testosterona y tetrahidrogestrinona. Uno de los preparados más impactantes en aquel entonces fue el que se denominó "The Cream", un ungüento aparentemente inofensivo, pero que generaba un aumento de testosterona, disminución de la grasa corporal y tonificación muscular. Y lo que era más tentador: no arrojaba resultados del incremento de testosterona cuando se realizaban controles. La tetrahidrogestrinona, o THG, un anabólico esteroide de diseño, fue otro de los elementos más usados por BALCO para lograr músculos más grandes y fuertes.
El "éxito BALCO" fue empezado a seguir de cerca por los investigadores federales. La Usada (Agencia Antidopaje de Estados Unidos) realizó seguimientos encubiertos a Conte y su equipo y la bomba explotó en el verano de 2003, cuando la agencia recibió, de manera anónima, una jeringa con restos de sustancias misteriosas. La historia cuenta que "el arrepentido" fue Trevor Graham, ex entrenador de Marion Jones y Tim Montgomery.
Conte, pese a ser conocido como un hombre de códigos, no resistió "la apretada": es más, dicen que confesó ante la mínima percepción de lo grave que podía ser la situación para él. Y acusó directamente a Jones de haberse dopado para Sydney 2000: "Tomaba THG, ese fue el secreto de su preparación olímpica". Un impacto tremendo para la carrera de la inmaculada Marion.
"Niego tajantemente las acusaciones, son infundadas", fue la defensa de Jones. Pero ya empezaba a ser mirada de costado. CJ Hunter nunca fue demasiado querido en el atletismo y siempre sospechado. De hecho, se retiró antes de Sydney 2000 aduciendo lesiones (algo que suele suceder en algunos deportes), cuando los trascendidos indicaban que no había superado testeos preolímpicos. Y por Montgomery nadie se inmolaba en su defensa. Tiempo después, muchos empezaron a hilar el contenido de las acusaciones de Conte con la merma notoria en el rendimiento de Jones al llegar a Atenas 2004 e irse sin pena ni gloria, envuelta en lágrimas. Aquella sonrisa había desaparecido detrás de las suspicacias. Y lo peor estaba por llegar.
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La relación con Tim Montgomery no sólo le dio a su primer hijo, sino también problemas serios. El velocista norteamericano, recordman mundial de los 100 metros entre 2002 y 2005 con 9s78/100, apareció envuelto en un caso de fraude y lavado de dinero, que indirectamente perjudicó a Marion Jones. Se separaron en 2005. La llamada "Novia de América" pasó rápidamente a ser la protagonista de "La gran estafa de América".
La confesión y las lágrimas
Siguió compitiendo Jones, aunque en menor escala. En 2006 tuvo un alerta: en una prueba, dio positiva con EPO (eritropoyetina), pero en la contraprueba salió negativo y pudo evitar momentáneamente la debacle.
Pero las tinieblas la abordaron poco después, en octubre de 2007. "Con gran vergüenza, estoy delante de ustedes para decirles que he traicionado su confianza. Decepcioné a mi familia, decepcioné a mi país y me decepcioné a mi misma. Les pido perdón por mis acciones y espero que en sus corazones lo puedan hacer. Les mentí cuando declaré sobre el caso BALCO y que nunca usé THG. Y también mentí cuando dije que no sabía nada de la red de los cheques en la que estaba involucrado mi ex marido", confesó ante los federales, que ya habían detectado años antes varios depósitos en sus propias cuentas. Una confesión que no la absolvía de su culpa ni la haría sentir interiormente mejor: era consciente de que acababa de perder todo. La gloria, el dinero, el prestigio y hasta su libertad.
Cárcel, acusaciones e intento de suicidio
Dopaje y delito, un combo destructivo por donde se lo mire. Marion Jones, la chica que volaba en Sydney 2000, terminó atravesando un portal diferente e impensado en marzo de 2008: el de la prisión de Bryan, en el estado de Texas, a poco más de 160 kilómetros de la ciudad de Austin, donde Marion había establecido su nuevo y más duradero matrimonio después de tantos golpazos sentimentales y deportivos: se unió a otro atleta, Obadele Thompson, de Barbados, con quien volvería a ser madre por partida doble. Tenía 32 años y toda la vergüenza encima. Ya había llorado por TV, ya había confesado su culpabilidad, y si algo era seguro es que no pasaría inadvertida en la prisión, por más normas de seguridad especial que haya recibido.
Seis meses de reclusión y 800 horas de trabajos comunitarios fue la sentencia. Sumados al otro impacto: la Federación Internacional de Atletismo le retiró todas las medallas conseguidas en Sydney 2000, borró sus estadísticas. La sacó literalmente de la historia. Y hasta fue recriminada por compañeras de equipo, como Passion Richardson, que compitió con ella en la posta dorada de 4x100 de Sydney: "Yo competí limpiamente, no tengo que sufrir los actos y las consecuencias de las decisiones de otra persona".
En prisión, Marion se entrenaba en una pista de tierra, que tenía unos 400 metros de extensión; trabajaba con pesas y buscaba despejar su mente en jornadas que se le hacían interminables. Fueron 6 meses y otros 48 días (estos últimos de reclusión solitaria por pelearse con otra presidiaria). Como a tantos que pasaron por una circunstancia semejante, Jones llegó a pensar en el suicidio. Tenía dos hijos en ese entonces: Monty, de 5 años, y el pequeño Ahmir, de 1. Ambos cumplieron años estando su madre en prisión y en un video, tiempo después, llegó a quebrarse en medio de los recuerdos.
"Después de salir de la cárcel quería tomarme un tiempo para concentrarme en los niños y pasar tiempo con mi marido. Ya no era una atleta. Lo tomaba como un nuevo trabajo: madre y esposa a tiempo completo. No aparecía en la tapa de la revista People ni en avisos publicitarios, pero en comparación me gusta este trabajo, si es que puedo llamarlo así. Me costó mucho tomar la decisión de enviar a los chicos a Barbados para esos meses que no iba a estar en la casa. Era mejor que estuvieran con los abuelos, los tíos y los primos. Fue muy duro. Como los cumpleaños de Monty y de Ahmir. Sobre todo de Monty, que era ya más grande. Ellos no cometieron ningún crimen para no tener a su madre en el día más especial. Nunca podré recuperar esos días perdidos, pero espero compensarlos".
Hasta ese viernes 5 de septiembre de 2008 en el que volvió a gozar de libertad condicional, esperándola las tareas comunitarias. Sin haber sido redimida socialmente. Doblada por la vergüenza.
¿Fue todo? No. Tuvo que vender una casona en Carolina del Norte, en la zona de Chapel Hill, valuada en US$ 2.5 millones y donde era vecina de un ilustre como Michael Jordan. También tuvo que desprenderse de la casa de su madre, además de perder todos los contratos publicitarios. Fue impedida hasta de votar en las elecciones presidenciales. Entró en bancarrota y ni podía tener una cuenta bancaria. Pensó en la publicación de un libro para promover una doble finalidad: contar su verdad y empezar de cero en la destruida parte comercial de su vida. Ya había publicado una autobiografía en 2004 ("La vida en la línea rápida"), pero claro, no incluía su admisión de los fraudes cometidos. Ahora confiaba en que las confesiones de una estrella arrepentida sería un buen relanzamiento de su vida. On the right track (En el camino correcto) se denominó la publicación que vio la luz en 2010, que ofrece varios pasajes relevantes para contarnos qué le pasó, cómo fue que sucedió y qué piensa que hubiera ocurrido con su vida si sus decisiones hubiesen sido diferentes. Con frases que repite en charlas comunitarias.
- "Sospecho que todo lo vivido me ha hecho un poco más sabia que la mayoría de la gente de mi edad. Diría que no hay que apresurarse nunca para tomar una decisión difícil. Hay varios momentos en los que desearía haber dado un paso atrás y considerar todas las consecuencias de las elecciones que tuve. Si lo hubiera hecho, probablemente las cosas habrían resultado diferentes. Esa es una gran parte de mi mensaje para la gente. Cuando te enfrentes a una decisión difícil, ya sea para hacer trampa o sobre algo importante, tómate un descanso antes de elegir".
- "Nunca me he dopado conscientemente. Suponía que estaba tomando compuestos vitamínicos para fortalecerme. Eso creí".
- Al referirse al coraje, Jones da su punto de vista: "Es relativo y depende de a qué te enfrentas. El coraje puede verse al entrar en una nueva escuela el primer día y también en una mujer en la cárcel, teniendo contacto con sus hijos luego de 10 años, con el temor lógico de que no la reconozcan. Ambas cosas requieren de mucho valor".
- "Te cuesta entender la importancia de la gente que te rodea. Cuando no decían lo que yo quería escuchar y sentía que me criticaban por mis acciones, me alejé de ellos. Pero esas personas son las que te cubren las espaldas, tu red de apoyo. A ellos es a quienes ahora les pido ayuda cuanto tengo un día difícil".
- "Puedo ayudar a un millón de chicos a no tomar malas decisiones en sus vidas, y los críticos seguirán hablando sobre sustancias que mejoran el rendimiento porque esa es la burbuja en la que viven".
- "Lamento haber perdido ciertas relaciones. Aunque muestre arrepentimiento, algunas personas están tan decepcionadas que no pueden perdonar u olvidar. La culpa de haber defraudado a tanta gente sigue siendo una lucha para mí a veces. Pero me gusta pensar que Dios no nos da más de lo que podemos manejar".
- "Para mí, hoy lo primordial es inspirar a la gente con mi historia. La felicidad no se basa en lo que tienes o en lo que puedes conseguir: es lo que haces para ayudar a otras personas".
La actualidad de una ex campeona
¿Qué es de la vida de Jones? En pareja con Thompson, con hijos ya más grandes (Monty tiene 17; Ahmir, 13, y Eva-Marie, 11), a los 44 años pasó por distintas etapas de reinvención. Dio charlas en empresas, hablando sobre cómo tratar de evitar de incurrir en errores que cambien para siempre una vida. En entrevistas de TV revivió su pasado, los tiempos de gloria, los de ocaso, sin evitar emocionarse.
Hasta tuvo un fugaz regreso a las canchas de básquetbol, jugando en la WNBA a los 35 años en el equipo de Tulsa Shock. "Estoy entusiasmada. Puede que no sea la típica novata en la Liga, pero les aseguro que tengo la energía de una debutante. Soy una competidora. Quiero jugar contra las mejores del mundo y eso es lo que voy a hacer", decía por ese entonces.
Y desde hace algún tiempo trabaja como personal trainer en Camp Gladiator, una de las pujantes empresas de fitness de Estados Unidos y que tiene una sede en Austin, la ciudad donde reside la ex velocista.
En su libro autobiográfico, entre tantos recuerdos, señala sobre aquella noche mágica de Sydney, previa a la coronación en los 100 metros, comiendo spaghettis y mirando al William Wallace interpretado por Mel Gibson junto a CJ Hunter: "Nadie me puede robar este momento". La realidad le terminó sacando mucho más que ese momento de felicidad efímera. Casi como lo que dura una carrera de 100 metros.
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