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Mariano Mastromarino hizo historia en los Juegos Panamericanos: ganó el bronce en la maratón
Quedó tercero y consiguió la primera medalla del día para la Argentina; desde 1951 que un atleta no entraba al podio en esta disciplina
TORONTO.- "Ha vinto l'intruso". "Ha ganado el intruso", tituló un diario italiano cuando Mariano Mastromarino triunfó en diciembre pasado en la Maratón de Buenos Aires, clasificatoria para los Juegos Panamericanos. "¡Salí de la carrera, salí! ¡No te metas que es una carrera!", le gritaban desde un auto un oficial de la organización de la prueba, convencido de que el atleta se había colado entre los punteros keniatas en el kilómetro 37. Lejos de ser un intruso, el marplatense ganó en buena ley y su insólita anécdota le dio un tinte épico a su victoria, además de una inusual repercusión en los medios internacionales.
Ahora, con el bronce en Toronto, Mastromarino se cuela en la misma historia del atletismo nacional, un entrometido que se transformó en el primer argentino en subirse a un podio de una maratón panamericana luego de 64 años. El único registro databa de Buenos Aires 1951, los primeros Juegos, cuando se impuso el santafecino Delfo Cabrera -campeón olímpico vigente por entonces-, escoltado por el correntino Reinaldo Gorno. Le faltó poco a Mastromarino para inmiscuirse en Río 2016: apenas quedó a 45 segundos de la marca mínima. No le alcanzó con el tercer puesto y su tiempo de 2h17m45, a 41 segundos del ganador, el cubano Richer Pérez, y a 9 del peruano Raúl Pacheco.
El marplatense de 32 años vino a atesorar la marca para los Juegos y no la medalla, aunque se le dio al revés. Con el resultado cambiado, muerto de calor, igual transpiraba feliz sobre el asfalto de Toronto por su logro más importante como maratonista. El Colo irradiaba emoción; su rostro delataba las huellas de sus duros entrenamientos en el pueblo salteño de Cachi; 2300 metros sobre el nivel del mar, la preparación ideal. Nunca la tuvo fácil, ni en el atletismo ni en la vida. "Es lo más lindo que me tocó en este deporte", suspiraba este ultraliviano que en 2010 se quedó sin beca nacional y vendió pulóveres para salir del paso. Su horizonte asoma diferente: con aquella victoria en Buenos Aires llegaron los sponsors, el reconocimiento y la chance todavía concreta de llegar a los Juegos con la marca requerida de 2h17m para la prueba de los 42,195 km. "El sueño olímpico sigue intacto porque corro la Maratón de Valencia en noviembre o voy a Rotterdam en abril de 2016", le aseguró a la nacion.
Suele decir Mastromarino que corre en un cuerpo prestado, porque en realidad debería pesar mucho más que 54 kilos. Sus hermanos Fernando y Mariano lo superan con creces en la balanza, y la explicación está en su apellido italiano, sinónimo de buen comer. Esas tertulias familiares de los domingos son tentadoras, generosas en la variedad de pastas y postres. Pero el Colo hace un culto de la disciplina y sólo ve cómo los platos pasan de mano en mano en la mesa. Jamás se aparta de la planificación del uruguayo Leo Malgor, que corrió en los Juegos Panamericanos de 1995. Es el mismo entrenador que detectó en él un interés especial por el atletismo, cuando en plena cita brindó una charla motivacional en el barrio Santa Mónica de Mar del Plata. Entre el grupo de pibes, Malgor pudo distinguir a ese coloradito silencioso que escuchaba atentamente cada uno de sus conceptos. Luego, sería su alumno predilecto.
Formado originalmente por el profesor Daniel Díaz, Mastromarino empezó a destacarse en los Juegos Bonaerenses de 1998 y 1999. Quebró récords nacionales en pruebas con obstáculos en las categorías menor y juvenil, fue campeón sudamericano juvenil y mayor y se consagró en el Panamericano Junior en la misma modalidad. Su etapa de declinación se dio entre 2009 y 2010 y pensó seriamente en dejar el alto rendimiento. Pero reflexionó, se levantó con un nuevo ímpetu y en 2012 buscó la marca mínima para los 3000 metros de los Juegos de Londres. Estuvo ahí, a 4 segundos. En el día clave en el Cenard, el especialista brasileño que iba a asistirlo nunca llegó, porque quedó atrapado en el tránsito infernal de San Pablo antes de volar.
Le pasó de todo: ya en modo maratonista, quiso perseguir el registro mínimo en la Maratón de París para clasificarse a su primer Mundial, el de Moscú, pero lo estafaron en la compra de los pasajes. Por suerte, pronto se apilaron las tarjetas de crédito de sus amigos para tapar el agujero económico. "No es una revancha contra nadie. Siento que hice bien las cosas y hoy puedo disfrutar de algo tan lindo como una medalla", jura Mastromarino, que se consolidó en los últimos años en maratones (había ganado en la cita de Mar del Plata en 2013) y ayer conmovió con una gran remontada, en un circuito áspero y ondulado. Se sostuvo en la primera mitad -traspasó los 20 kilómetros en 1h6m5, en el 15º lugar-, y a partir de allí traccionó más fuerte con sus piernas para alcanzar el cuarto puesto a los 35 kilómetros, a 40 segundos de Daniel Vargas. Finalmente atrapó al mexicano en los últimos 2000 metros y actualizó los libros del atletismo criollo. "No sé de dónde saqué fuerzas", reconoció aquel que, por ahora, quiere seguir viviendo dentro de un cuerpo prestado.
tb/fc
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