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Leandro Paris, todo a pulmón: de vivir en una carpa a llegar a un Mundial
Tiene 22 años y ganó el oro de los 800 metros en el Sudamericano; va a participar en Londres; se entrena en una pista de tierra en San Luis y se siente orgulloso de su carrera en ascenso
“Hay una verdulería de acá [en San Luis] que me apoya. Necesito algo, voy y me lo dan”. Leandro Paris no se oculta ni se esconde. Vive como corre los 800 metros. Sin remordimientos, se sufren (los sufre) de principio a fin. Siente orgullo por su historia de vida. Dice que todo lo que le sucedió lo fortaleció para ser quien es. Nació en Mendoza y vivió en el barrio Provincias Unidas, en Maipú. En el Babilonia (así se conoce al asentamiento), las drogas y las malas compañías hicieron estragos. Cuando tenía 10 años, su mamá se cansó de tanto desamparo social. Por ello, priorizó el bienestar familiar y convenció a todos de emigrar a El Volcán, una pequeña localidad de menos de dos mil habitantes a unos 20km de San Luis. “Ella quería sacarnos de ahí, quería un futuro mejor para nosotros. Y no se equivocó”, afirma contundente Paris, hoy con 22 años, mientras deja la pista auxiliar del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard). Su paso por Buenos Aires es fugaz: apenas pasa un fin de semana. Prefiere entrenarse sobre una pista de tierra en su hábitat, en San Luis.
De repente, se detiene, mira al cielo, da un paso más y continúa: “Tuvimos que vivir en carpa durante un año hasta que pudimos terminar de construir nuestra casita”. Ahora, una larga pausa le deja paso a un posterior pedido de disculpas. “Dame un momento por favor, aguantame un segundo”. Las lágrimas se sienten, brotan y Leandro las deja salir. A su lado, su novia Mariela lo arropa con un abrazo contenedor. Regresa a la conversación y con la voz entrecortada sostiene: “De nuevo te pido perdón. Siento mucho orgullo por todo lo que me pasó, estoy orgulloso de contar mi historia. Mi papá es de Chaco y mi mamá de Tucumán. Mi abuelo paterno era alcohólico. Mi papá se hizo cargo de su familia desde los 9 años, cuando salía a vender pan y se escondía la plata debajo de las plantillas de las zapatillas para dársela a su madre. Y mi vieja no conoció a su mamá porque murió en su parto. Ella, de chiquita, vivió limpiando de casa en casa para que la pudieran mantener. Todo eso me da fuerza y potencia para correr y para ser quien soy. Y, por supuesto, para llenarlos de orgullo, porque a ellos les debo todo”.
Tras conquistar el título Sudamericano Sub 23, en 2016 obtuvo su primera beca deportiva del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) y luego otra de la Secretaría de Deporte. Dinero en mano, sin dudarlo, alquiló un pequeño departamento cerca del centro de San Luis. Así ganó tiempo, mucho tiempo, ya que su vivienda anterior quedaba a 5 km de la parada del colectivo que todos los días lo trasladaba a la capital puntana para estudiar el profesorado de Educación Física (se recibe este año) y para entrenarse en la pista de tierra del estadio Ejército Argentino.
“Más de una vez tuve que ir corriendo para no perder el colectivo”, recuerda. Esos viajes en colectivo marcaron su hoja de ruta como un surco indeleble. Todos los días hacía el mismo camino rumbo al destino que él quería, hacia su propio destino, el que elige escribir. “Nos mudamos a un departamento muy chiquito en San Luis porque donde vivíamos era un lugar muy inestable. No teníamos agua caliente y todas las tardes de invierno salía a cortar leña para calentar la casa con una salamandra. La casa era muy precaria, con mucha humedad en las paredes y los techos”, apunta. “Quería tener agua caliente, gas natural, cosas mínimas para vivir mejor, ¿no?”, agrega.
De un bolso saca la medalla del Sudamericano de Atletismo, de Asunción. En rigor, le pregunta a su pareja dónde la dejó. “Soy bastante despistado. Pierdo muchas veces el celular, pero no quiero perder esta medalla”, cuenta entre risas, al tiempo que busca la complicidad de su compañera que lucha contra una pesada valija cargada con ropa deportiva que aprovecharon para comprar en Buenos Aires y luego vender en San Luis. “Al llegar a la concentración del Sudamericano me tiré en el piso a llorar. La medalla de oro fue muy sorpresiva para mí. Fui a buscar una medalla, es cierto. Esperaba ganar el bronce o la plata, pero se dio la gran posibilidad y la aproveché. Todavía falta mucho por hacer”, apunta y corre en pose para el fotógrafo, que dispara con su cámara. El chic-chic-chic, como una ráfaga de ametralladora, acompaña la escena danzante de Leandro en el aire y hacia adelante en una sucesión sin fin y en slow motion.
–Con todo lo que estás contando, la conexión con Braian Toledo aparece de inmediato: las privaciones, la casa, el amor y la familia…
–Admiro mucho a Braian por todo lo que luchó y cómo supo sobreponerse siempre a la adversidad. Es un luchador de la vida. Él se las rebuscaba para ayudar a su mamá y yo trabajaba en la construcción con mi papá. El último año de la escuela secundaria trabajaba junto con él, de 7 a 12.30 y una hora después estaba ingresando en la escuela. Por eso, Braian fue un ejemplo para mí. Si bien nunnnncaaa (remarca el nunca con firmeza) pasamos hambre, siempre sentí la necesidad de irme y llevarlos a un lugar mejor. Por mí y por mi familia. La pobreza que pasé me marcó el camino. Eso sí, en mi casa nunca faltaron el amor, la familia y los valores.
–En agosto, con 22 años, vas a participar en un Mundial, en Londres. ¿Te llega en tu mejor momento?
–Es parte de un gran sueño que tengo desde chico. Antes quería ser jugador de fútbol porque ese era el sueño de mi papá. Hasta fui a Buenos Aires a realizar una prueba en el Bajo Flores. Quedaron en llamarme, pero preferí dedicarme a correr. Quise seguir el fútbol por mi viejo. Por eso hacía las dos cosas hasta que me decidí por correr. Uno de mis sueños lo logré: clasificarme para un Mundial. El otro es estar en un Juego Olímpico.
–Para ese segundo sueño, ¿no pensaste en irte a vivir al exterior para competir con mayor frecuencia?
–Por ahora no, siento que no me hace falta, salvo ir afuera para competir y volver. Quiero quedarme en San Luis hasta el Mundial. Logré el Sudamericano entrenando en mi lugar. Acá siento el amor, el afecto de los míos. Acá me entreno contenido. Se han presentado oportunidades para ir a otro lado, como Cachi, en Salta, pero prefiero estar acá, estar cerca y no llenarme de preocupaciones. Si pasa algo, lo puedo resolver. La idea es tocar una vez a la semana la pista sintética en Mendoza o la de Buenos Aires. Nada más.
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