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Julián Molina, entre la gloria, el abandono y el regreso: de vender empanadas a Tokio 2020
Mar del Plata, Campeonato Nacional de 10.000 metros, una competencia que consiste en girar 25 vueltas a la pista de atletismo. No suena muy emocionante. Pero el desenlace de la carrera sorprendió a los especialistas y provocó que el público transformara el estadio en un verdadero circo romano.
En la punta van cuatro de los mejores fondistas del país: Luis Molina (atleta olímpico en Río 2016), Joaquín Arbe (múltiple campeón argentino de todas las distancias entre 800 m y 42km), Julián Molina (de 26 años, y que hacía dos semanas había abandonado en la maratón de Sevilla) y Bernardo Maldonado (una de las mayores revelaciones de los últimos años). Faltan 10 vueltas para el final y los cuatro recorren a la velocidad del viento la calma que antecede al huracán. Una vuelta más y Maldonado pasa de correr muy rápido a mucho más rápido (para los especialistas giró una vuelta en 1m07s), dejando al trío que lo acompañaba sin fuerzas para reaccionar.
Luis Molina, a pesar de su pasado olímpico y de estar corriendo la carrera más rápida de su vida, no puede acompañarlo. A Joaquín Arbe quizá le pesan todos los campeonatos nacionales que ya ganó y decide abandonar la lucha y la carrera. El entrenador de Julián Molina ve a su discípulo y piensa: "Este abandona, viene cuarto y viene mal". Sería otro abandono más en dos semanas luego de la experiencia de Sevilla. Maldonado se iba rumbo a la victoria, sin contendientes, inalcanzable, a coronarse por primera vez en su vida campeón nacional de 10.000 metros.
"Ninguno en ese momento se acordaba de Julián Molina", declara convencido el propio protagonista, "pero yo estaba seguro de que lo agarraba, tenía que mantener hasta que llegara mi momento". Nadie hubiese apostado en contra de Maldonado.
"Cuando mira para atrás me doy cuenta de que no está tan seguro", explica Molina. Y añade: "Se equivocó en rematar tan temprano; yo lo esperé hasta tirar la última bala". El tema es que Molina tiró su última bala desde lejos, Maldonado ya se le fue y todavía quedan unas cinco vueltas por delante. Es entonces cuando el público también empieza a notar la repercusión de su impulso. El chico que había abandonado hacía 13 días en España aún no estaba muerto: la sigue peleando y empieza a descontar.
El aliento comienza a envolver la pista. Faltan cuatro vueltas y Molina descuenta másy más. Está a 60 metros de Maldonado y la gente se estira sobre la baranda que protege la pista, los quiere empujar a puro grito. Tres vueltas y Maldonado mira otra vez para atrás, ve que se acerca y está a 50 metros. Molina alarga la zancada y el público lo arenga. Dos vueltas para el final y le cuesta descontar: aún son 40 metros diferencia. Hasta que suena la campana y el estadio arde. El campanazo significa que entran en la última vuelta, apenas un minuto por delante luego de casi media hora de batalla. Llegan a la recta final con Bernardo Maldonado 15 metros por delante, que lucha, deja todo, pero ya no tiene nada. Molina lo alcanza 20 metros antes de la línea final. Pasa al frente y se lleva el dedo índice a la sien, lo gira en el universal gesto de locura y sonríe de oreja a oreja al traspasar la llegada y coronarse campeón nacional. "Es que soy un loquito que corre", explica Julián "y me tenía fe de que podía".
¿Quién es "este loquito que corre"?
Marcos Julián Molina nació hace casi 26 años, un frío invierno en Paraná. Cuando tenía 18 años falleció su mamá. Julián siempre buscó un futuro fuera de su casa. "Es complicado el tema de mi familia", explica. "Mi papá creo que ni sabe que salí campeón argentino".
Empezó a correr en parte como el camino para llegar a un sitio distinto. Pero el atletismo no da plata y el entrenamiento se lleva mal con ocho horas de trabajo. Fue y vino entre el deporte y los apuros económicos: probó de policía, trabajó en un puerto, construyó bicicletas, cocinó en la rotisería de su familia, e incluso hizo jornadas de 12 horas en una fábrica, pero ahí se peleó con otro empleado y huyó corriendo. Sus piernas firmaron el telegrama de renuncia.
Con idas y vueltas comenzó a entrenarse hace siete años bajó la dirección de Cristian Crobat. Pero Crobat vive en Rosario y la distancia no ayudaba. Faltaba algo más.
"A Julián lo conocí en Mar del Plata", cuenta Martina Aguirre. "Fui de paseo con la novia de Cristian Crobat y al final terminamos trotando todos los días. Julián siempre nos hacía reír". Martina volvió a su casa en Rosario y atrás volvió Julián. Hace ya dos años, en la cuna de la bandera, nació el amor.
Cerca de su entrenador, con pareja, solo le faltaba una familia al lado. "Yo lo cuido como madre", sentencia Laura Aguirre, la mamá de Martina, la suegra de Julián. Su marido Daniel lo acompaña a entrenar en bicicleta. "Es el hijo varón que no tenemos", define Laura y su otra hija, Candela se suma, "es como un hermano para mí". Ahora sí, con entrenador, novia y familia adoptiva, Julián empieza a brillar.
Con el tiempo le llegó cierta repercusión. En agosto del año pasado fue noticia en todos los medios del país. Se consagró como el mejor argentino en la media maratón de Buenos Aires, le ganó entre otros a Mariano Mastromarino , maratonista olímpico en Río 2016, que además había logrado ese día la mejor marca de su vida. Pero con una particularidad que se refleja desde sus palabras: "Vendí empanadas para poder llegar hasta acá". Se transforma en el Rocky argentino que estaba faltando.
"Cuando lo escuchamos dijimos: uh, no! mirá lo que dijo", confiesa Martina "pero al final eso fue lo mejor que dijo". Lo catapultó a la fama y los sponsors que antes le cerraban las puertas ahora hacían cola para hablar con él. "Fue una locura", recuerda Julián "el teléfono empezaba a sonar a las cinco y media de la mañana, al tercer día colapsé de tanta presión, me largué a llorar y le dije a Martina que lo atienda ella, yo ya no podía más". Cristian, su entrenador, reconoce que nadie esperaba eso "Llevo 22 años en el atletismo de alto nivel nacional y jamás vi una cosa así, el nuestro no es un deporte popular". Ese fue el inicio de una seguidilla meteórica.
"Le dije que apagara el teléfono y que volviera a entrenarse porque si no se le acababa toda la fama", recuerda Cristian Crobat. Y así fue: había que revalidar el logro. Al mes ganó los 10.000 metros en la Copa Nacional y superó, entre otros, a Luis Molina, maratonista olímpico en Río 2016 que además había logrado ese día la mejor marca de su vida (casi un deja vu del mes anterior). Pero faltaba otra.
Llega enero y viaja a Concordia, Entre Ríos para correr la ultra tradicional Maratón de Reyes, donde el rey indiscutido es Federico Bruno, maratonista olímpico en Río 2016, nativo de Concordia, ganador de las últimas cinco ediciones de la carrera que este año llegaba a su 40° aniversario. La competencia con mayor público del país convoca decenas de miles de concordienses y entrerrianos a alentar a sus atletas, y a su campeón. Finalizando en las tribunas repletas del corsódromo para bañar en aplausos al ganador. Allí fue Molina, a buscar su deja vú.
Ganó la 40º edición de la Maratón de Reyes logrando el récord de circuito. Nunca nadie había corrido tan rápido sobre esas calles onduladas, y superó, entre otros, a Bruno, maratonista olímpico en Río 2016 que además había logrado ese día la segunda mejor marca de su vida. Julián repite la historia por triplicado y piensa: "Ya le gané a los tres maratonistas olímpicos, ahora tengo que conseguir los anillos yo".
Entonces, se entrena como nunca antes lo había hecho. "Viajamos con diez de los mejores alumnos a Salta, a los 2300 msnm de Cachi para la preparación especial de Julián", recuerda Crobat. Luego mueven cielo y tierra para conseguir los pasajes para cruzar el océano y viajan a la maratón de Sevilla, a buscar la marca que pueda hacerlos pensar en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Sin embargo, el atletismo no es regla de tres simple y vencer a los tres olímpicos no significa necesariamente tatuarse los cinco anillos. Cuando aún le faltaban más de 10 kilómetros para terminar la maratón española, Julián Molina abandona.
"Nunca había entrenado tan bien como para el maratón, me puse muy triste", recuerda. "Y lo vi muy triste a mi entrenador, eso me partió el alma".
"Julián abandonó el domingo, pero el martes ya se estaba entrenando", cuenta Cristian, su entrenador. Y desde ese primer entrenamiento hasta el inicio de esta historia en Mar del Plata, en el Campeonato Nacional de 10.000 metros, pasaron sólo 12 días. "No me cabe duda de que a Julián lo empujó en esa remontada, más que su físico, el grito de la gente", asegura Cristian. Y apunta: "Creo que la gana por la bronca que le quedó por la maratón de Sevilla".
"Fue un final impresionante, me sorprendió la gente, había muchísima adrenalina", recuerda Martina, que quizás era la que más gritaba en la tribuna de Mar del Plata. "Yo siempre le tengo fe, porque siempre me sorprende", cuenta.
"Luego de ganar lo volví a ver a Cristian con una sonrisa y con eso recuperamos lo del maratón", cuenta Julián. Así sigue creciendo Molina, con la vista del otro lado del mundo, al menos hasta el 24 de julio del 2020, cuando en Tokio se encienda la llama olímpica.
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