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Jesse Owens, el campeón que se sintió discriminado en su país después de la hazaña en la Alemania nazi
Hace 80 años, el estadounidense se convirtió en la máxima figura de los Juegos de Berlín, al ganar cuatro medallas doradas en pleno auge del nazismo; fue una de las gestas más grandes de la historia olímpica
Los Juegos Olímpicos están atravesados por historias que se transforman en eternas. De mujeres y hombres que protagonizaron hazañas inolvidables y proezas impensadas.
Aún con el riesgo que siempre implica caminar por la cornisa que divide lo justo de lo injusto, es muy probable que lo logrado hace 80 años por el estadounidense Jesse Owens en Berlin 1936 sea el hito máximo del olimpismo moderno. No sólo por su logro deportivo (cuatro medallas doradas en atletismo), sino por el contexto en el cual lo construyó. Y para eso, es necesario viajar en el tiempo.
El Comité Olímpico Internacional había elegido a la capital de Alemania como sede en mayo de 1931, casi dos años antes de las elecciones que determinaron la asunción de Adolf Hitler como Canciller germano. Poco después de su arribo al poder, el Führer vio en los Juegos una oportunidad estupenda para aprovecharlos como espacio en el cual exhibir ante el mundo el éxito del nazismo y su teoría de la superioridad aria.
Es entonces cuando apareció en escena Owens. Un estadounidense de raza negra que a los 22 años derribó cualquier uso propagandístico que haya querido hacer el líder alemán del espíritu olímpico.
El atleta nacido en Oakville, Alabama, sorprendió a los alemanes cuando el 3 de agosto ganó los 100 metros. No conforme con eso, al día siguiente Owens sumó su segunda medalla dorada en el salto en largo, y 24 horas más tarde fue inalcanzable en los 200 metros. El broche también fue dorado. El 9 de agosto, Jesse logró junto al equipo estadounidense la posta 4x100 metros, encadenando cuatro medallas en 6 días.
En esa especialidad, la de los velocistas, la gesta fue tan grande que sólo se repitió dos veces. Entre los hombres, en Los Angeles 1984 y recién 48 años después, el estadounidense Carl Lewis se trepó a lo más alto del podio en esas mismas disciplinas y comenzó a revolucionar su deporte. De las mujeres, la única en ganar cuatro medallas doradas en una misma cita olímpica fue Fanny Blankers-Koen, en Londres 1948. En suelo británico, la holandesa se consagró en las pruebas de 100m y 200m, en la posta 4x100m y en los 80m con vallas.
El único atleta que desde antes que Owens tuvo una marca superior (cinco oros), fue Paavo Nurmi, el finlandés volador, que consiguió esa gesta en París 1924.
Suele afirmarse que la inolvidable actuación de Owens humilló a los alemanes y resultó un golpe al régimen nazi impuesto por Hitler. Sin embargo, no fue tan así. El Führer quedó muy conforme con la performance de los germanos, que fueron claros dominadores del medallero, en un hecho sin precedentes en la Era Moderna de los Juegos. Los anfitriones sumaron ochenta y nueve medallas (33 doradas, 26 de plata y 30 de bronce), mientras que el segundo, Estados Unidos, sumó 56 (24 oros, 20 platas y 12 bronces).
Otro mito que trascendió con el tiempo es que Hitler, incómodo por los triunfos de un atleta de raza negra, se negó a saludar a Owens durante la ceremonia de entrega de medallas. Falso. Lo cierto es que, luego de aplaudir y felicitar a los primeros ganadores de esos Juegos (ambos alemanes), Hitler no repitió las salutaciones ni siquiera con los otros germanos, por una supuesta recomendación de las autoridades del COI, para agilizar las premiaciones.
Fue el propio atleta el que desarticuló aquel mito, que aún hoy perdura. En su autobiografía (The Jesse Owens Story, 1970), el estadounidense afirma que recibió una felicitación oficial por escrito del gobierno alemán y que, luego de la entrega de medallas, Hitler sí lo saludó. “Cuando pasé cerca suyo, el Canciller se levantó, me saludó con la mano y yo le devolví la señal”, relató.
Asombrados por sus triunfos, más de 110.000 personas en el estadio Olímpico de Berlín ovacionaron a Owens. Incluso, muchos alemanes le pidieron autógrafos. Owens dijo en sus memorias que durante su estadía en Alemania se le permitió viajar y hospedarse en los mismos hoteles que los blancos. Nada más paradójico para el estadounidense, que en su tierra no tenía igualdad de derechos con respecto a los blancos.
El colmo tuvo lugar cuando Owens regresó a su país y el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, no lo recibió en la Casa Blanca, porque consideraba más importante continuar con su campaña electoral y conseguir el voto del sur estadounidense, claramente segregacionista.
En su libro, el propio atleta resume la situación que le tocó vivir en menos de un mes: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias que me habían contado sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del colectivo. Volví a la puerta de atrás y no pude vivir donde quería. Y si bien es cierto que no fui invitado a estrecharle la mano a Hitler, tampoco fui invitado a la Casa Blanca a saludar a mi presidente”.
Después de construir hace 80 años en Berlín lo que tal vez fue la gesta más grande de la historia olímpica, Jesse Owens regresó en silencio a su trabajo habitual: como botones del hotel Waldorf-Astoria.
pl/jt
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