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Erriyon Knighton, en los 200 metros de Tokio 2020: a los 17 años es algo más que el más rápido de la clase
Terminó cuarto en la distancia, tras causar sensación en las series eliminatorias; es uno de los jóvenes talentos del atletismo estadounidense
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TOKIO.- Tenía 15 años cuando un entrenador le recomendó pasar del fútbol americano al atletismo. “Anotó un touchdown en su primera atrapada del partido. No creo que lo hayan tocado”, recuerda un ex compañero en un detallado perfil publicado en HHS Today, el periódico escolar del Hillsborough High School de Tampa, Florida. Había cumplido 16 cuando consiguió el segundo tiempo juvenil más rápido de la historia en los 200 metros. Estaba por cumplir 17 cuando renunció a las competencias colegiales amateurs para firmar con una marca de indumentaria alemana. Estaba terminando el último año de la secundaria cuando quebró los récords mundiales Sub 18 y Sub 20 de los 200 metros. Es el competidor masculino más joven en representar a los Estados Unidos en un Juego Olímpico desde 1964. En la noche del oro de Andre De Grasse, Erriyon Knighton fue el novato sensación. La perla de Tokio 2020. El prospecto que llegó desde las pistas. El joven que venció a varios experimentados antes de llegar a la final de los 200 metros en los Juegos con un ritmo demoledor y una mirada algo conocida. Entre simpática y arrogante. De aquel que se sabe superior y que paso a paso está quebrando todos los tiempos de un viejo conocido: Usain Bolt.
Nacido en enero de 2004, llegó a Tokio con números interesantes para su edad: los 100 metros en 10s16 -logró hacerlo por debajo de los 10s en Clermont, Florida, pero su 9s99 fue con +2.7 de viento-, y los 200 en 19s84 -en junio de este año, en Eugene, Oregon. Es el joven más rápido del mundo, y algo de su potencial lo mostró en las clasificaciones olímpicas del martes: fue primero en la serie 4 de la primera rueda, con un tiempo de 20s55, y también lideró la semifinal 1, con 20s02. ¿Le pesó la etiqueta de “nuevo Bolt” en la final? La historia recién empieza. Lo cierto es que terminó en un nada despreciable cuarto puesto.
El canadiense De Grasse tuvo su ansiada revancha y finalmente pudo quedarse con un oro en los 200 metros, tras la plata en Río 2016 y tres bronces en otra distancias (100 metros en Río 2016 y Tokio 2020 y 4x100 en Río). Un metal esquivo también en mundiales y con una sucesión de agónicas derrotas, pero que finalmente apareció en el estadio Olímpico con un tiempo de 19s62. En un cierre norteamericano, a De Grasse lo escoltaron los estadounidenses Kenneth Bednarek (19s68) y Noah Lyles (19s74). Knighton, entre cinco y nueve años más joven que los ganadores de medallas, cruzó la meta en 19s93. En la previa, el chico de los 200 metros sonrió -aunque más tímido que en las series-, se robó varios segundos de cámara y trató de aflojar la tensión con pequeños movimientos de brazos. Todavía sin tanto desarrollo muscular como sus competidores -a los 17 años está a años luz de un portento físico como Lyles-, sí mostró una buena capacidad para dar pelea en los primeros metros. Después, no pudo sostener el ritmo de los tres de arriba, que se despegaron del pelotón.
Tras el retiro de Bolt, el mundo del atletismo insiste en buscar un sucesor. Lo cierto es que no lo hay, ni aparecerá a la brevedad. Sí hay buenos proyectos que empiezan a tener la posibilidad de ir a buscar el oro -terreno casi prohibido durante el reinado del jamaiquino-. Le sucedió al italiano Marcell Jacobs, que se quedó con los 100 metros, o al mismo De Grasse, ahora dueño de los 200. Algo similar ya pasó en los Mundiales de Londres 2017 o en Doha 2019, con Christian Coleman aprovechando el vacío. Su ausencia en Tokio -suspendido por no estar disponible en diferentes pruebas de dopaje- también dejó un hueco que otros intentan ocupar. Y en esa lista de herederos empieza a hacer ruido un atleta colegial. El niño de los 200.
Dicen que, más allá de su mirada en las series clasificatorias de Tokio, Knighton no cambió su manera de ser, que solo sigue siendo un alumno que corre rápido. “Como si fuera una persona normal”, acota este atleta que todavía no administra los dólares que le ingresan por su último contrato. Tiene más dinero del que nunca tuvo, pero gran parte va a una cuenta bancaria, mientras que el resto sirve para pagar su factura de teléfono y para gastos de su madre. Mientras suma millas olímpicas con tan solo 17 años. Y sigue corriendo. Como aquel verano en el que su entrenador de fútbol americano colegial le pidió que se uniera al equipo de atletismo. Un entrenamiento al que le vio potencial: si corría más rápido podría ser un mejor receptor, ser más veloz que los defensores y anotar más touchdowns. Fue demasiado rápido y llegó a Tokio 2020. El futuro está en sus manos. Y en unos pies que no conocen de límites.
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