Fue hace ya dos décadas, pero Gladys Norma Bravo de Ríos, con 59 años, aún hoy lo recuerda como si hubiese sido el domingo pasado. Sintonizaba radio Nacional a todo volumen en el patio de su casa en Esquel (Chubut), y mientras lavaba la ropa a mano le decía a Ñaco (Zulema) y a Lalo (Darío): "¡Shhh! Ustedes ni hablen". Los vecinos también escuchaban la transmisión estridente que llegaba del patio de los Ríos. A 600 kilómetros se corría el maratón Tres Ciudades Patagónicas, la carrera de 42km más tradicional desde el río Negro hasta Ushuaia. Atraviesa Gaiman, Rawson y Trelew y reúne a los mejores atletas de mil kilómetros a la redonda.
"Corría Cachano Barría, que es del barrio. Era emocionante sentir que nombraban a un vecino", recuerda Gladys. Lo que no imaginaba aún es que en ese mismo patio, por esa misma radio, estaría 20 años después esperando escuchar el nombre de su hijo, Lalo. "Vinieron mis consuegras, mi cuñada, sus hijas, estaba toda la familia", describe Gladys. "Hicimos unos churrasquitos y esperamos. Yo pensaba que podía ganar". Darío "Lalo" Ríos, ya para ese entonces con 32 años, se había convertido en un señor atleta. "Me emocioné mucho cuando escuché que ganó", recuerda su mamá. "Cuando la llamé por teléfono después de la carrera, no pude hablar con ella: lloraba tanto que no le salían las palabras. Me tuvieron que pasar con mi hermana", cuenta Darío. Y Gladys da los motivos: "Una se emociona tanto porque empezó de grande".
El gaucho Darío, el hombre que vivía solo en el campo
¿Pero qué hacía entonces Darío Ríos antes de ganar maratones? "Era gaucho", explica Eulalio "Coco" Muñoz, atleta, vecino, amigo y quien lo ayudó a ganar su última maratón, en Rosario, hace menos de un mes. "Gaucho, gaucho, ¿eh? Andaba en las jineteadas, desfilaba a caballo para la fiesta del pueblo, hasta sabía enlazar montado". Sergio Benjamín Ríos, el papá de "Lalo", se crió en el campo y siempre trabajó con la leña. "Ahora con el gas complica un poco, pero también alambra y tiene sus changas", dice Darío.
Don Sergio traía la leña desde el monte en un carro de bueyes y hasta dejaba que manejara Lalo cuando era chico. Creció aprendiendo el oficio del padre y a los 25 se fue de puestero a un campo perdido en Santa Cruz. Cuatro o cinco meses sin bajar al pueblo. Los peones de la estancia le llevaban los víveres cuando pasaban por el puesto. "En el invierno me abastecía bastante y ya ahí me quedaba tranquilo", explica Lalo. Cuidaba vacas, ovejas, y se pasaba quizá un mes sin ver una cara humana. "A 15 kilómetros de mi puesto a veces había señal de radio. A veces me iba a caballo hasta ahí para escuchar noticias de Esquel". Así iba la vida de Lalo allá por el año 2005: sabía tanto de atletismo como un atleta de yunta de bueyes.
Se hizo atleta a los 28
Fue recién a los 28 años que el atletismo golpeó su puerta. Darío estaba de vuelta en Esquel, trabajando de peón de albañil. Un compañero le pregunta: "¿Te animás a correr?". Lalo dudó, lo más cerca que había estado de un atleta fue cuando trabajaba en el campo y por una temporada se sumó a la cuadrilla un chico que corría, el "Lali" González. "Lo acompañaba después del trabajo cuando el Lali salía entrenar", recuerda Darío. "Iba a la par y pensaba: «Mierda que corre este». Por suerte yo iba en tractor".
Pero se animó. Y bastante más que eso: empezó a correr bajo la tutela de Rodrigo Peláez, su actual entrenador. Así lo describe Coco Muñoz, quien hace siete años se entrena a la par: "Lalo es muy disciplinado, no te pone un por qué. Le dicen: 'Hoy hay 50 km' y él contesta: 'Bueno, son 50, no hay problema'. Cansado o no, va y lo hace".
A poco de empezar descubrieron que lo suyo eran las grandes distancias. Nada de 10 o 20 kilómetros: el gaucho Ríos afrontaba los 42 kilómetros de la maratón como todo un baqueano. Al año nomás debutó en esa histórica carrera patagónica, la Maratón Tres ciudades, del 2009. Al siguiente año corrió la maratón de Rosario, el viaje más largo que había hecho en su vida. Y meses más tarde largó la maratón de Buenos Aires, y de yapa tuvo su primer viaje en avión. Pero a partir de ahí todo se quebró, o al menos su rodilla.
Fueron un par de años duros, largos y de rehabilitación, hasta que volvió a estar en la línea de largada de una maratón. Ya era todo un atleta, el campo había quedado atrás y ahora era conocido como "el gaucho que se depila las piernas".
Dentro del paquete de costumbres atléticas, viene la de depilarse las piernas. No sirve para evitar infecciones como en las caídas de los ciclistas, ni para favorecer el deslizamiento como en los nadadores, sino simplemente para quedar más lindo.
Depilado y entrenado estaba Darío "Lalo" Ríos listo para correr nuevamente la carrera que marcó su infancia mientras la escuchaba en el patio de su casa, donde debutó como maratonista. Con los pies sobre el asfalto de Gaiman, tenía 42 kilómetros por delante para atravesar Trelew y cruzar la línea de llegada en Rawson, casi tocando el mar Argentino. Del otro lado de Chubut, sobre la falda de la cordillera de los Andes, en Esquel, toda su familia llenaba el patio de la casa, esperaba escuchar los pasos de Lalo a través de la radio.
Ese larguísimo vuelo en avión
La historia ya la conocen, pero no termina ahí. El gaucho transformado en atleta recién retomaba el galope. Corrió siempre peleando la punta, en las maratones de La Pampa, Montevideo, Mar del Plata, y soñó en grande. Buscó la marca para los Juegos Olímpicos de Río 2016. Tras ese sueño recorrió mucho: "El viaje más bravo fue cuando volamos a Berlín. Era la tercera o segunda vez que iba en avión, pero un poco más asustado porque pensé que era una hora, como hasta Buenos Aires. Estando arriba me dijeron que eran como 12 o 13. ¿Pero esto lleva tanta nafta? pregunté yo".
Compitió en la Maratón de Berlín en el 2014 y en el 2015 y en Rotterdam ese mismo año, donde logró la que aún hoy es su mejor marca: 2h19m53s. No le alcanzó para estar en Río 2016. Sin embargo, ese año tuvo su propia medalla al consagrarse campeón argentino de maratón en Rosario.
En 2017 fue subcampeón nacional en La Pampa y el año pasado también probó en maratones de montaña. No le fue mal: volvió de Montevideo como subcampeón sudamericano. Hace menos de un mes ganó otra vez la maratón de Rosario. Le hizo de "liebre" (el atleta que ayuda a otro un parte de la carrera yendo pegado adelante, marcando el ritmo y tapando el viento) a su amigo "Coco" Muñoz. "Lo vi corriendo enfocado", relata Muñoz. "Cuando a él se le pone algo lo hace, y yo soy un agradecido de poder ayudarlo. Fue una alegría inmensa ayudarlo a ganar".
Quería un trofeo...de jineteada
"Yo siempre quise tener un trofeo de jineteada", se sincera Lalo. No lo tuvo, y quizá nunca lo tenga. Su entrenador lo obligó a bajarse de potros embravecidos y el atletismo lo llevó a depilarse las piernas. Esas mismas que lo transformaron en el hombre más rápido de su provincia, que lo llevaron a recorrer el mundo. Que lo convirtieron en campeón. "Pero me sirvió el campo", aclara Darío, "porque me enseñó a ser aguerrido".
Ahora su sueño es el campeonato mundial de montaña que se celebra en noviembre en el K42 de Villa la Angostura. "Aún no sé si me pondrán en el equipo", reconoce Darío "pero si no iré por mi cuenta, quiero estar". No es el único que quiere estar. "La verdad que yo nunca lo vi correr afuera de Esquel", confiesa Gladys. "Soy empleada doméstica, se me complica para viajar. Pero si llega a correr el Mundial vamos a hacer lo que podamos con tal de ir y acompañarlo".
"La mayor virtud de Lalo es la humildad. Cuando empecé siempre estuvo ahí para ayudar, me regalaba remeras, zapatillas", recuerda Muñoz. "Fue el primero de nuestra provincia en correr debajo de las 2h20m, pero nunca se le subieron los humos. Cuando uno logra cosas el ego trata de salir a flote", reconoce Coco, quien no es solo su amigo, sino una de las mayores promesas del atletismo argentino. "Él nunca dejó que eso pasara".
"Los vecinos me dicen: Lalo sale por todos lados, por todos los medios, y no cambia", cuenta Gladys, su mamá, sobre su hijo, gaucho y atleta. Y se responde, "¿Y por qué iba a cambiar? Lalo es el mismo desde que nació".
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