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Cristian Gorbea, el maratonista que estuvo 42 horas perdido y cambió su vida para siempre
Una mala decisión en una carrera lo dejó al borde la muerte; luego de ser rescatado dejó su trabajo y empezó a contar sus años de nuevo
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De los 350 participantes, él fue el único que no llegó a la meta. Aquel 11 de septiembre de 2010 quedó grabado a fuego en su vida para siempre. Esa noche sin luna, a falta de 20 kilómetros para el final, a 2.000 metros de altura, en medio del cerro Champaquí, en Córdoba, se equivocó de camino y terminó colgado de un precipicio con 100 metros debajo suyo. Parece una novela de ciencia ficción, pero es la realidad misma. Hace 11 años, justamente su segunda edad, aquella jornada que empezó con toda ilusión para Cristian Gorbea, finalizó en su peor pesadilla, de la cual salió ileso de milagro tras un par de días y pudo contarle, con 61 años, su increíble experiencia a LA NACION.
“Mi amigo Lisandro ‘El Jefe’ Tagle me comentó de esta carrera de 80 kilómetros, nunca la había corrido. Veníamos con entrenamientos, pero nunca esta distancia”. Así se enteró Gorbea de la ultra maratón “Half Mision”.Con la línea de salida ubicada en la plaza de San Javier, Córdoba, el ex gerente de recursos humanos del Banco Hipotecario inició la aventura al mediodía con serias intenciones de, tras subir varias cuestas, llegar a la cumbre del cerro a las 9 de la noche. Sin embargo, tras empezar con un sol radiante y un clima cálido, nunca pensó que a esa hora comenzaría una noche dramática, con caída de temperatura en picada incluida.
“Por suerte, fue el único accidente grave que tuve y espero que no se repita nunca más”, cuenta Cristian, quien iba en el puesto 33 justo en ese momento. Poco le importó la ubicación parcial que tenía tras perderse y quedarse solo en medio de la nada. Y así revivió ese instante: “No quería estar ahí, me arrepentí, mi mente se bloqueó hasta que empecé a aceptar la situación. Me abrigué con la manta de supervivencia y pasé la noche más larga de mi vida”.
Enfocándose inicialmente en el objetivo de vivir la experiencia y llegar a la meta, junto con su gran amigo Tagle, su perspectiva dio un vuelco de 180 grados al no poder divisar ningún puesto de control cercano. Sin embargo, para mala suerte de él, no fue lo único que pasó: tras ir en sentido equivocado, resbaló y cayó 25 metros en pocos segundos sin poder pedir ayuda ni moverse.
Esa situación fue la que marcó un punto de inflexión en su cabeza, un antes y un después que ni en sueños hubiera imaginado. “En esos dps días pasó de todo por mi mente. Pensás que vas a salir y viceversa, tratás de conservar toda la energía posible, la esperanza se te cae porque la vas perdiendo con las horas, pero te aferrás a la chance que alguien pase y te escuche”.
Y continuó con su relato: “Pensé que no venían en un corto plazo, alguien iba a pasar en algún momento porque la organización estaría buscándome. Mi familia y amigos también, los rescatistas, sabía que iban a mover cielo y tierra hasta dar conmigo sin saber el tiempo o si la comida me iba a alcanzar”.
Tras 42 horas de desesperación y soledad, esa esperanza que nunca se apagó, se hizo realidad: el perro de un baqueano llamado Felipe encontró su rastro y, con los gritos del maratonista y su silbato, llegó a dar con su paradero. Víctima de algunas heridas leves en una pierna y sobreviviente gracias a una cantimplora, chocolates y frutas de su mochila, Gorbea fue rescatado con una soga.
Luego de, según él, “volver a nacer”, el aficionado atleta tomó algunas decisiones fuertes en su vida. Una de ellas fue irse del banco en el que estaba por no ser feliz allí, y la otra resultó no festejar su cumpleaños 50. En 2011, ya en su propia consultora, Cristian volvió a ser partícipe de la maratón que no había podido finalizar el año anterior. “Volví a correrla al año siguiente con el rescatista que me salvó. La completé. Esa era la misión pendiente que tenía”.
Al respecto, amplió su testimonio: “La corrí con más precauciones, no bajé solo, volví a ver el lugar en el que me perdí, me di cuenta de que había tomado una mala decisión en ese momento y me quedé esa noche a la misma hora, un año atrás, agradeciendo poder estar ahí otra vez”.
Aquel sitio resbaladizo por el musgo, el mismo que 365 días antes padeció y luego revivió, es el que figura en su libro “Un sendero equivocado”, publicado en 2020. Con el slogan “42 horas al borde del vacío” en la tapa, Gorbea pudo contar esta experiencia cordobesa tiempo después.
El maratonista también relata que, cuando volvió a la base, lo esperaban rescatistas, periodistas, bomberos y hasta un ex compañero de trabajo, Carlos López, que viajó especialmente a ayudar en la búsqueda.
Tras su retorno a casa sano y salvo, en su primer cumpleaños luego del accidente, invitó a 200 personas. Sin embargo, nunca contempló que, dentro de esa cantidad, de sorpresa, estaban los desconocidos que lo ayudaron vestidos con trajes naranjas.
Luego de sufrir esas dos jornadas y pasada una década, el atleta amateur dijo que su mayor logro es “estar en la línea de largada, entrenado y feliz”. Pero si el final hubiese sido diferente, habría sido imposible haber estado en las maratones de la Antártida (100 kilómetros) en 2017 y del Polo Norte (42 kilómetros) en 2018.
Cristian Gorbea, una persona común a la que le pasó algo fuera de lo común. Un individuo que, todos los años desde 2011, vuelve a San Javier, el pueblo cordobés que le cambió la vida, para agradecerle.
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