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Brian Burgos, el campeón de las zapatillas gastadas y remendadas una y otra vez
El corredor de Río Cuarto, con escasos recursos, se las arregló para dedicarse por completo a su pasión
- 13 minutos de lectura'
¿Te pusiste a pensar dónde estás parado? No de forma metafórica, no implica reflexionar sobre tu entorno y tu proyecto de vida, sino donde estás parado literalmente. Más allá de las medias o soquetes que puedan envolver tus pies, durante gran parte del día, la humanidad se para sobre su calzado. Zapatillas, zapatos, sandalias, borceguíes, ojotas, botines, alpargatas, pantuflas, los 19 músculos que posee cada pie se protegen, abrigan y aíslan de la superficie terrestre por el calzado. Para la gran mayoría pasa desapercibido, excepto cuando en un encuentro importante queremos lucir bonitos o cuando se desatan los cordones, el resto del tiempo son ignorados. Pero, ¿qué sucede cuando toda tu pasión, la que te lleva a esforzarte hasta la lesión durante años, la que te quita el sueño por las noches, la que te inflama el pecho de alegrías y anhelos, depende del calzado? Incluso de tenerlo o andar descalzo, de que te lo regalen o lo destruyas corriendo. Esta historia habla de eso, de una pasión, de muchas zapatillas arrebatadas a la vida y usadas hasta destruirse, que cambiaron una existencia.
Brian Burgos es el protagonista de esta historia, pero alguien que lo conoce mucho es su zapatero. Ariel Nadales es nieto, hijo y ahijado de zapateros. La segunda mitad de su vida la dedicó a reparar calzado; la primera mitad se la pasó aprendiendo cómo lo hacía toda su familia. Ha tenido miles de clientes, desde el refinado zapato de gala hasta el humilde borcego trabajador pasaron por sus manos cuidadosas. Pero nunca olvidará cuando, hace más de una década, Brian entró a su local en Río Cuarto.
Flaco, bajito, rubio, ojos claros, cara de bueno. “Cayó con unas zapatillas rotitas, me dijo que tenía que correr. Sabía que no daban más, pero me pidió que hiciera lo que pudiera”, recuerda con detalle Ariel. El zapatero hizo lo suyo y Brian las pudo seguir usando muchos kilómetros más. Y siguió volviendo, con las mismas zapatillas. Nadales sabe del rubro, no solo del calzado sino también de los clientes: “Acá tenés de todo, hay gente y gente… Está el que te la pide de un día para el otro, que se piensa que vos estás esperando que llegue para largar todo y arreglarle el calzado a él… Y un buen trabajo lleva tiempo, si te apurás nunca queda bien... Pero Brian viene y te avisa diez días antes, te da margen, ya sabe cuándo tiene la próxima carrera. Es muy piola, en todo sentido, es muy buena persona”.
Es que la historia de Brian fue siempre atravesada por el calzado. Empezó, como en muchos casos de grandes corredores, cuando lo invitaron a una carrera. Nunca había corrido, fue y la ganó. Brian tenía por entonces 17 años, también tenía ganas de probar algo nuevo, pero lo que no tenía eran zapatillas para correr, ni pantalones cortos para la ocasión. Igual ganó, de jeans largos y zapas de calle. “Unas Adidas blancas con rojo, de tela fina… yo esas las guardaba para salir”.
Se subió al podio y le dieron el trofeo más grande, sin saber que, al bajarse, iba a cambiar su vida. Se contactó con una atleta de referencia en Río Cuarto, María Susana Benítez, y ella lo empezó a entrenar. Brian pasó su adolescencia por seis escuelas que lo fueron echando o invitando a irse, se había enviciado con la quiniela, se rateaba para ir a jugar al pool, según el mismo declaró en esta nota “era un indio”. Pero un indio raro, porque también fue el mejor promedio de su salón en cuarto año. Lo que no se imaginaba es que el cambio iba a ser tan grande como para dejar la noche, las juntas, la joda y volcarse a correr.
Susana, su entrenadora, decidió empezar bien desde las bases, desde abajo. Así que le regaló un par de zapatillas que ella ya no usaba más para entrenar (por lo gastadas) pero que para ese pibe que quería probar, irían bien. “También era Adidas, del modelo adizero adios, color naranjas, muy gastadas, pero yo las sentía como que eran las mejores”.
Como no iban a estar gastadas las zapatillas de Susana, si antes habían sido de Ismael Langat, uno de los corredores kenianos que vivieron, y compitieron, en Argentina. Así Brian pasaba a ser el tercer usuario de esas zapas naranjas (y no sería el último). Pero las hizo valer, su segunda carrera fue el campeonato cordobés de cross country, donde se consagró subcampeón y se ganó el pasaje al Campeonato Nacional. Ya no sería una carrera de escuela, ya saldría de la provincia, y se enfrentaría a los mejores. “Ahí estaban todos los que yo podía ver en la tele”, cuenta Brian, y también recuerda cómo le fue: “Abandoné… me quedé con una bronca, sólo quería ponerme a entrenar lo antes posible para mejorar”.
Así fue que se entrenó y entrenó muchos meses, pero cada vez competía menos. Una tarde de verano, hablando con uno de sus mejores amigos, Hugo Morales, este le pregunta cómo venían los entrenamientos, que no lo veía tanto en carreras como antes. Brian le confiesa que las zapatillas ya estaban con las últimas y no las veía para largar una carrera. Entonces Hugo hizo una apuesta fuerte (fuerte para esa edad, tenían menos de 20 años). “No te preocupes amigo, que se viene tu cumpleaños y yo justo te iba a regalar unas zapatillas”.
“Fuimos a un local deportivo en Río Cuarto”, recuerda Brian, “Hugo me dijo que elija, yo busqué las más económicas, tampoco quería que gaste tanto”. Señaló un par de 500 pesos. “Eran unas Adidas negras, livianas, con huecos en la planta, las líneas eran verdes agua. La verdad, eran más para caminar que para correr, pero fue la primera vez que tuve un par nuevo”.
El 29 de marzo de 2013, Brian cumplía 19 años y empezaba a darle kilómetros a esas zapas negras. “Les di hasta que se descosieron. Se las llevé a Ariel, que me las acomodó y les puede dar un poco más, fueron unos dos años, hasta que no aguantaron más”. ¿Cuánto son dos años en la vida de una zapatilla? Para un corredor promedio, dos o tres mil kilómetros, en el caso de Brian, doce mil.
Y Brian se dedicó a correr. ¿Cómo corría mientras tanto su vida? Se fue a vivir a lo de Pepe, el padrino de su madre. “Me acompañó desde muy chiquito y cuando empecé a correr me fui a vivir con él. Pepe de marcas no sabía nada, pero me acompañaba a todas las carreras, fuimos a muchas provincias. Se ponía recontento cuando me iba bien y se lamentaba conmigo cuando me iba mal. Me había adoptado como un hijo y él era como un padre para mí”. Pepe lo acompañó hasta el día del amigo del año pasado, cuando falleció.
Su mamá Lorena se había quedado sola con Brian cuando él tenía cinco años y su padre se fue corriendo. Luego ella formó pareja con Jorge Zabala, que lo adoptó a Brian como un hijo y estuvieron diez años juntos. Brian lo recuerda así: “Él me daba todos los gustos, se separaron antes de que yo empezara a correr, cuando tendría unos 15 años. Antes de eso me regaló unas Nike plateadas, que estaban muy lindas, para salir. Son las zapas que más recuerdo”.
Mientras tanto le corría a la vida. Fue mejorando, ganando carreras, cambiando de entrenadores, sumando kilómetros, mejorando sus marcas. Cuando empezó a hacerse conocido como atleta en Río Cuarto, algunas empresas comenzaron a darle una mano. “En 2015 me pude comprar mis primeras zapas”, recuerda Brian como si fuese hoy, tenía por entonces 21 años. “Eran una Adidas adizero adios, todas rojas, con las marcas de las atletas keniatas en maratón. Era una edición limitada que me trajeron desde afuera”. Hasta el día de hoy las sigue teniendo y cada tanto las usa. “¡Es que esas fueron un cañazo! Porque fueron las primeras con las suelas Continental. Te digo que si les llego a arreglar las puntas, que se me descosieron, quedan nuevas”.
Incluso llegaron buenos años, con sponsors que confiaron en él. Sauconic fue una de las marcas que le dieron apoyo, y también calzado, muchas zapatillas. Y en este momento de la historia aparece un informante que cuenta sobre el desvío en el destino de varios calzados. Ezequiel Camarato también es de Río Cuarto, tiene tres años menos que Brian, y algo para contar.
“Al Brian lo conozco desde que empecé a correr hace diez años. Yo lo tenía del barrio, de verlo pasar. Un día fui y me sumé al grupo. En sí todos querían correr con él, porque siempre fue el más rápido de Río Cuarto. Pero de todos los que pasaron, yo fui el que más duré”, cuenta orgulloso. Así es que Camarato se fue haciendo amigo, y supo qué pasó con varias de esas zapatillas que recibía Brian.
“La verdad es que nunca estuve muy bien parado económicamente”, confiesa Ezequiel. “Desde chiquito trabajé, pero nuestra familia siempre estuvo con lo justo”. Si bien está un poco mejor porque hace tres años que trabaja en una fábrica de helados, recién ahora, después de diez años corriendo, se pudo comprar su primer par de zapatillas. “Sinceramente Brian me fue ayudando un montón, me debe haber pasado como seis o siete pares de zapas”.
Así se descubre el desvío final de varias de esas zapatillas e incluso el destino de primer par de Brian. Las que originariamente había estrenado el keniata Ismael Langat, que luego usara Susana Benítez, para pasarle a Brian en sus primeros años, terminaron en los pies de Ezequiel Camarata. “Estaban muy gastadas”, recuerda Ezequiel, era esperable ¿no? “Pero para mí eran impresionantes, porque nunca había tenido un calzado. Las usé cinco años, realmente hasta la último que se puede usar una zapatilla”.
Más allá del calzado y los kilómetros, lo que pueden enseñar esas Adidas naranjas es que lo que uno descarta puede ser la felicidad de otro, como en la vida misma.
Pero volvamos a Ezequiel y Brian, que se hicieron muy amigos a fuerza de compartir miles de kilómetros, incluso en la pandemia. “Me pasé casi toda la pandemia entrenando con él en casa de Pepe”, recuerda Ezequiel. “Brian había conseguido una cinta para correr. Más de cien kilómetros por semana le metíamos. Llegamos a tiradas de 25 kilómetros; mientras uno miraba la tele, el otro corría”.
Pasó la pandemia y volvieron a correr en libertad. Incluso en muchas carreras ambos se llevaron los dos primeros puestos. Aunque Ezequiel reconoce: “Le he llegado a menos de un segundo, pero nunca le pude ganar”. Brian siguió mejorando, ganó carreras históricas, como la legendaria Carrera de los dos años, que se celebra en Río Cuarto desde hace casi medio siglo. Se larga quince minutos antes de que termine el año y se celebra la llegada al año siguiente, con toda la ciudad alentando en las calles. Nunca la había ganado un local. Brian había conseguido dos veces el segundo puesto. Pero ganar es ganar, faltaba eso. Y lo logró en 2017.
Así también en el Campeonato Nacional del 2022 corrió los 5.000 metros en 14m03s, lo que hace que varias veces en carreras de calle haya tardado menos de media hora en hacer 10 kilómetros. Es decir, corre muy rápido. Y se adapta a lo que toque correr, incluso con borceguíes.
Una última historia antes de llegar al final de este viaje de zapatillas. El año pasado se realizó la reinauguración de la pista de atletismo de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Brian fue de público, en pleno invierno, de campera, remera manga larga, jeans y borceguíes. Las carreras programadas se fueron retrasando mucho. Una posta mixta (carrera de cuatro integrantes) se cansó de esperar y los dos chicos se fueron. Quedaron solas Catalina, de 8 años, y Manuela, de 10. Se pusieron muy mal, al borde del llanto, Brian las vio y les dijo: “No se preocupen chicas, que acá justo está mi amigo Manuel y yo que tenemos muchas ganas de correr”. Así fue que largaron, y Brian, que había corrido tantas veces con zapatillas deshilachadas, esta vez lo hizo con borceguíes, y para alegría de las chicas, ganaron las postas. “Se me cargaron los gemelos porque la pista era de arena, al otro día me re costó correr, quedé todo contracturado, pero bueno, valió la pena”, reconoció.
Luego de la pandemia Brian empezó a largar también las carreras de montaña. Allí logró su sueño, el de vestir la camiseta argentina en un Mundial; en realidad, ya en dos, el Mundial de Tailandia 2022 y el de Austria 2023. Pepe llegó a verlo irse a Tailandia, pero no a Austria. Igual vio más que Hugo, el amigo que le compró sus primeras zapas, que no llegó a ver tanto, murió en los vicios de la noche, quizás sin saber que tan buena había salido su apuesta.
Pero Brian siguió corriendo, y hace un par de semanas se consagró campeón argentino en la distancia classic, los 15 km. La época de la abundancia de calzado quedó atrás. Ahora la verdad que va largando con lo que tiene. Así fue que, a mitad de carrera, las zapatillas dijeron basta.
El que las conocía bien era, ¿cómo no?, Ariel, su zapatero. “A esas le habré hecho diez o doce parches, unas azules. Le dije que ya no tenía más nada que hacerle, pero venía y me decía, la última vez, siempre era la última vez”. Esta vez sí fue la última porque las zapas explotaron. Pero las ganas de salir campeón pudieron más que los agujeros y, con parche o sin parche, Brian llegó primero en Catamarca, donde se coronó, por segunda vez, campeón nacional de montaña.
“Brian tiene un sueño y piensa todo el tiempo en eso, nada le quita de la mente su objetivo”, lo describe Ezequiel Camarato. “Él no se excusa cuando las cosas no funcionan y siempre lucha para salir adelante”. En esa búsqueda de su sueño, la que lo vio desde el primer paso, fue Lorena, su mamá.
“Pensé que correr iba a ser algo del momento”, confiesa sorprendida. “Pero a medida que pasaba el tiempo ponía todo su empeño en las carreras; empezó a hacer doble turno de entrenamientos, dejó de salir a bailar, dejó muchas cosas que no le hacían bien”, enumera. Y más allá de los campeonatos nacionales, las marcas o las participaciones mundialista, detalla con total objetividad: “Es una excelente persona, muy bueno, respetuoso, inteligente, muy amable, es muy especial,”. Y para que no queden dudas: “Estoy muy orgullosa del hijo que me salió”.
Brian corre dos veces por día, de lunes a viernes; le suma un par de turnos de gimnasio a la semana, y los sábados y domingos realiza entrenamientos largos. Eso le da unos 160 kilómetros cada siete días, lo que un aficionado suma en un mes. La pregunta final sería: ¿Para qué rompe tantas zapatillas?
“Si bien comencé tarde a correr, cuando ya no era un nene, ahora es más que mi trabajo. Es mi filosofía de vida. No podría pasar un día sin correr. Si vuelvo a nacer, volvería a correr. Cuando ya no pueda competir, lo seguiré haciendo como un estilo de vida, creo que un verdadero atleta nunca se retira. Y la verdad que también es un deporte económico, lo podés hacer en cualquier lado, en cualquier horario, hasta incluso con cualquier zapatilla”.
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