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Braian Toledo: “Me fui a Finlandia porque me cansé de que me ganaran siempre”
Con 23 años, el atleta de Marcos Paz habla sobre el cambio radical de su vida y su carrera a partir de radicarse en un país con costumbres muy distintas; hoy trata de disfrutar y apunta a lograr su pico a partir de Tokio 2020
LONDRES.– ¿Cuál fue el clic para irte a Finlandia?
-Me fui porque me cansé de que me ganaran siempre. Sentir que estás ahí, pero que faltan siempre cinco para el peso. La Argentina me dio muchísimo, mi ex entrenador también, pero justamente la jabalina crece en Europa. Me pregunté qué pasaba si conseguía lo que necesito tener para ser mejor.
Braian Toledo camina por la costanera del río Támesis y disfruta. Cruza el Tower Bridge y disfruta. Le toman fotos, pero también saca su celular y se lleva un recuerdo. A los 23 años habla como un experimentado. Se lo nota centrado, con objetivos claros. Y confiesa que cuando visitó Londres en 2012 no disfrutó. Tenía sólo 18 años y cumplía el sueño de cualquier atleta: estar en los Juegos Olímpicos . Pero dice que llegó con mucha presión, que no la pasó bien. Lo que podía ser la mejor experiencia para una promesa como él terminó transformándose en un calvario. Se fue a Marcos Paz y estuvo tres meses y medio deprimido. Perdió kilos, estaba mal anímicamente. “Fue por escuchar mucho ruido de afuera”, cuenta. Por eso, habla una y otra vez del disfrute. Lo subraya. Y lanza su carrera hacia adelante. “¿Qué sería un buen Mundial? Disfrutarlo. Entender que vengo de un año de muchos cambios y tener los pies en la tierra. No me tengo que desesperar porque lo que yo busco empieza en Tokio 2020 ”, explica, en una conversación con LA NACION, mientras se mueve por una ciudad que lo recibió sin un verano a la vista. Pero con temperaturas mucho más agradables que los 14 grados bajo cero con los que corre una hora y medio bajo en la nieve en Kuortane, el pueblo finlandés que desde abril se convirtió en su nuevo lugar en el mundo.
“Mi objetivo es entrar en la final. Pero con quienes compito ya pasaron por este momento y ahora están acá [pone la mano arriba] y yo estoy acá [en el comienzo de una curva ascendente]. Es parte del proceso. Que te ganen, que te ganen, que te ganen”, explica. Y proyecta para el día después: “Pienso en Tokio. No es el principal objetivo de mi carrera, pero sí el comienzo de la carrera adulta. De 26 a 32 años es la mejor edad del lanzador. En París o Los Ángeles, con 30 años, estaría en el tope máximo. Y después vendría a remarla con los pibes, para que me vuelvan a ganar como ahora, je. El círculo es así, todo vuelve”.
Toledo iniciará su participación en el Mundial este jueves a las 16.35, en el Grupo B de la etapa de clasificación de lanzamiento de jabalina. La mínima para alcanzar la final será de 83 metros, o ingresarán las mejores 12 distancias.
“Te tienen que ganar, que te lo hagan duro, que te des cuenta de que no es venir y tirar. Porque, por ejemplo, el problema que tenemos en la Argentina es que no tenemos nivel. Entonces uno va a participar. En Finlandia no vas a participar. Si no estás bien, te pasan por arriba. Hay días en los que no estoy bien y prefiero no presentarme. Porque para ir a pasar vergüenza, mejor no ir. Porque no es que te sacan un par de metros cuando vos estás mal: cuando estás mal te sacan 10, 20 metros. Y eso es duro”, comenta.
Braian dejó Marcos Paz en abril pasado y viajó a Finlandia, donde lo entrena el coach finlandés Kari Ihalainen. Serán entre seis y ocho meses allí y después se volverá a la Argentina. Para retomar la misma dinámica en 2018, y en 2019. Y así hacia adelante. Cuando habla de Finlandia no le pone límites a la estada. “¿Por qué me fui? Me fui porque me cansé de que me ganen siempre”.
Ya sin pelo –los 340 kilómetros hasta Helsinki para encontrar una peluquería confiable lo llevaron a raparse– y con mayor masa muscular, parece otro de aquel Toledo que llegó a la final olímpica hace sólo un año en Río. Cambió desde lo físico, pero también desde la cabeza. “¿Si el esfuerzo y el desarraigo son los caminos para crecer? No sé, pero sí sé que es el camino que yo elegí. Es el camino que pude ver para mí. Es duro, la vida es dura, los nórdicos son gente dura. Un día, con 14 grados bajo cero, íbamos a correr. Me estaba acomodando para hacerlo en las cintas, pero vino mi entrenador y nos sacó a correr una hora y media por un bosque nevado. Ahí vas entendiendo que te tenés que adaptar a una cultura diferente, que eso sirve. Que después me recuperaría y que la próxima vez me entrenaría todavía mejor”, relata. Y cuenta que Ihalainen no es un entrenador exitista. Que es duro, que no gesticula, que no lo felicita ante un desempeño, pero que le enseña mucho más que cuestiones técnicas: “Me dice que lo simple es lo mejor. No lo fuerte. No. Lo simple y lo natural. Podés ganar o perder. Pero vos tenés que disfrutar, tenés que hacer algo que te haga sonreír”.
Y recuerda un pasado donde la cabeza estuvo a punto de explotar. Donde la esperanza juvenil estuvo a centímetros de quebrarse: “Con los años me fui dando cuenta de que la gente siempre va a hablar. Antes no aceptaba que hablaran mal, ahora sí. Por eso la pasé tan mal después de 2012, cuando yo llegaba como subcampeón mundial juvenil y me sentía el peor del mundo. Pero entendí que esto no define nada en mi vida. Que es un torneo en el que tengo dar mi mejor versión. Tengo que mantener una línea, tomar esa idea de los finlandeses. Que son como los suizos, como un Federer, que no sabés si está triste, si está feliz. Eso lo estoy aprendiendo”.
Pero hay un Braian antes de la jabalina. El que vivía en una casilla, el del padre ausente, y una madre que lloraba porque no sabía lo que le iba a dar de comer el día siguiente. El que le hacía la tarea a sus compañeros a cambio de 25 centavos por dibujo. El que caminaba con un tacho hasta la única canilla del barrio. El de los sueños que nacieron en el piso, entre cartón y lonas, porque no entraba en la cama.
“Un día hablando con Kari, me preguntaba de dónde venía yo. Él viene de una familia dura. Pero una familia dura en Finlandia come y vive bien. Cuando le dije yo también, él interpretó que éramos parecidos. Pero cuando me pidió detalles, empecé a contarle la realidad: que no comíamos, dónde dormía, que no teníamos ropa. Y ahí se quebró, me tocó la espalda y me dijo Vas a ser muy grande. Ahí entendió. Para ellos es imposible que alguien con ese pasado pueda llegar”, relata.
Con sólo 23 años, ya es todo un experimentado en la delegación de atletas argentinos que viajaron al Mundial. Compañero de viajes de Germán Chiaraviglio (30) y Jennifer Dahlgren (33), ahora ve con buenos ojos el recambio que llega desde la pista. “Antes viajaba solo. Me juntaba con Germán, con Jenni, que eran más grandes. Ahora disfruto que gente de mi edad se vaya sumando al equipo. El recambio es bueno, aunque lamentablemente no lleguen lanzadores. Pero confío que van a venir”, señala.
Esa confianza no es casualidad. Espera que detrás de un Toledo vengan muchos más: “Hace 10 años entrenábamos tres gatos locos. Éramos tres y [Gustavo] Osorio, mi ex entrenador. Y ahora paso por el predio y lo veo a él con 50 o 60 chicos. Muchos empiezan con jabalina, pero después ven que no les va bien o que son buenos para otras cosas y se cambian. Pero lo bueno es que vayan a tirar jabalinas”.
Por su parte, y con la colaboración de un grupo de sponsors, coordina reuniones con escuelas donde va a difundir el atletismo. Recuerda su infancia en Marcos Paz, en la que el hambre era parte del día a día, en la que sufría. Y se mueve en un ambiente que siente que el atletismo es el deporte “más despreciado y menos ayudado” en la Argentina. Por eso busca devolver parte de lo que consiguió: “Quiero trabajar para que los chicos tengan más opciones”.
Lanzó 80m83 en 2017. Fue en Raasepori, Finlandia, su mejor marca del año. Su mayor distancia son los 83,82m del Mundial de Pekín 2015. En Río 2016 marcó 81,96m.
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