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Matías Robledo: el velocista que buscaba explotar
Los últimos tres años fue el campeón nacional de 100 metros, nadie le gana pero sueña con algo más, un viaje por una vida que se consume en menos de siete segundos
“El entrenador no me quiere”, se quejaba Matías Robledo a los 18 años, y aún hoy lo confirma su entrenador, Javier Morillas: “Es verdad, no lo quería”.
Matías se subió al escenario del atletismo nacional infantil al ganar los 100 metros de los Torneos Evita. Allí le pasan el dato a Morillas, él pide referencias sobre ese chico Robledo y saca sus conclusiones: no le parece prometedor. A los pocos meses, otro entendido de la velocidad le viene con la noticia.
-Javier, fijate que hay un tal Robledo que está corriendo fuerte.
-Ya lo conozco, no tiene futuro.
Al final, las autoridades del club no dieron más vueltas: “Morillas, tenés que entrenar a este pibe”. Y así, como un cuento de hadas, empezó la relación entrenador-atleta. El principio fue duro, distante, muy frío para este pequeño atleta que extrañaba el calor de su Corrientes natal. “Pero Matías se encargó, a fuerza de ganas y conducta -recuerda Morillas- de demostrarme que el equivocado era yo”. Ya pasó casi una década y aún lo sigue entrenando. “Además, somos muy amigos”. sonríe Matías, y el entrenador recuerda el inicio como “uno de los grandes errores que he cometido” pero se consuela “por suerte la historia termina mejor”. ¿Cómo terminó la historia? Hoy, Matías Robledo es el tricampeón nacional de 100 metros llanos, hace tres años que ningún compatriota le gana una carrera. Hoy es el hombre más rápido de la Argentina.
Pero en verdad la historia no termina ahí, de hecho apenas empieza. Este febrero, Matías está lejos, muy lejos de la Argentina. Cruzó el enorme charco del Atlántico, voló hasta España para -literalmente-, explotar. Es que su mayor talento no está en los 100 metros, sino en algo más corto, más rápido, más explosivo: los 60 metros indoor. Esta especialidad del atletismo se desarrolla bajo techo (por eso indoor) y es común en el invierno europeo. Incluso, estas pruebas tienen su propio Mundial, pero ese es otro sueño y lo contaremos más adelante.
La explosión original
Los 60 metros son una explosión. Nadie se cansa, ni siquiera transpiran; largan y llegan, en menos de siete segundos. Los atletas salen disparados tan fuerte que al final de la recta paran con una colchoneta. Como cuando lanzaban al hombre bala en los circos; pero acá el cañón son las piernas. Y el talento de Robledo es esa explosión. Su partida tiene un gran nivel. ¿Cuán grande? Eso es lo que fue a averiguar a España.
Todo empezó hace siete años con un sueño. Robledo y Morillas soñaron con ir a un Mundial. En los 100 metros no había chances, la única opción era esa extraña prueba: 60 metros bajo techo. Buscaron pistas indoor en la Argentina: no hay ninguna. Hay varias al aire libre, pero en su mayoría su estado es deplorable. En Sudamérica, tampoco. El resto del mundo quedaba muy lejos, así que siguieron soñando. Pero mientras tanto, no dejaron de entrenar.
Hace cinco meses el sueño ya no se aguantó más: Robledo decidió que debutaría en los 60 metros. Aún no sabían bien dónde, cómo ni con qué; pero empezaron por lo más importante, entrenar. Ya con el objetivo puesto, las semanas pasaban y cada vez se acumulaba más pólvora. En su interior, se estaba armando la gran explosión.
Levantarse temprano, entrenar, ir a trabajar, volver a entrenar, ir a cursar (el profesorado de educación física en el Romero Brest), dormir. Al otro día: temprano entrenar, trabajar, entrenar, cursar, dormir. Al otro: temprano entrenar, trabajar, entrenar, cursar, dormir. Los días se pegoteaban con el calor del verano; pero sorprende hasta donde puede empujar un sueño.
“Es así todos los días. Si compro chocolate, él no come. Si le digo de mirar una película, él me dice que tiene que madrugar”, cuenta su señora, Virginia Sciuto, sobre el detrás de escena. “Si Alma –nuestra hija de 2 años y medio– llora porque se va temprano, él se pone triste; pero se va a entrenar”. No es tan difícil se atleta, lo difícil es ser atleta y además tener una vida. “Pero nosotras lo apoyamos en todo”, aclara Virginia, “y Alma ya entiende”. Así lo cuenta la misma Alma:
-Mi papá está en el avión.
El 2016 llegaba a su fin, las piernas cada vez tomaban más forma de cañón, y ya se había definido el dónde, el cuándo pero aún faltaba el con qué. La gira por España costaba 50.000 pesos y Robledo, por ganar cada Campeonato Nacional, había recibido 0 pesos, así que aún sumando los tres campeonatos, todavía estaba lejos.
La sorpresa de Navidad
El 24 de diciembre, Matías empieza sus vacaciones laborales, pasa Navidad en Capital y Papá Noel no le trae nada muy distinto al año pasado. Pero al otro día viaja a Corrientes y ahí el destino cambia.
-Hola, ¿con Prudencio Roblebo?
-Sí, soy yo, ¿con quién hablo?
-Con el intendente de Bella Vista. ¿Podría pasar por el municipio? Tengo algo pasa su hijo.
-Matías está en casa. ¡Ya salimos para allá!
Costaba creerlo pero en la Municipalidad le entregaron el cheque para cubrir la gira por Europa. Era 26 de diciembre, parecía Papá Noel, pero en realidad era la Lotería Correntina que nuevamente le brindaba el apoyo. “Yo había viajado para celebrar con mi familia que egresaba como profesor de educación física”, reconoce Matías “¡Y me confirmaban que viajaba a Europa!”. Vacaciones, recibida y los pasajes en el bolsillo. Salían sonrientes de la Municipalidad, Prudencio Robledo miraba a su hijo y meditaba “ya logró todo lo que yo quería” pero no pensaba ni en viaje, ni en el título, ni el Mundial, “ya es feliz”, se repetía para sus adentros.
Llegamos al gran día, domingo 5 de febrero y Matías está en los tacos de partida, rodeado del estadio cubierto de Sabadell. Las voces hablan en catalán, pero él está atento a una sola boca, la de la pistola de largada. Grita el disparo y sus piernas explotan: sale lanzado a lo largo de 60 metros. Corrió muchos, muchos años, para llegar a volar sobre esa recta. No tiene tiempo a pensar todo lo que tuvo que pasar, en 6,92 segundos cruza la línea primero. No sólo fue el más rápido de su serie, sino de todas las que se hicieron, pero es un atleta invitado y no puede pasar a la final. No le importa, sus piernas atravesaron experiencia. “Sentí buena aceleración los primeros 40 metros”, analiza luego de la carrera. “Sobre el final vi tan cerca la llegada que apuré demasiado y acorté la zancada. Pero ya rompí el hielo y aún queda mucho por competir”, precisa.
¿Qué queda por competir? El martes 7 estará en el Meeting Internacional de Cataluña en Sabadell, mientras ultiman los trámites para ser parte del GP Ciudad de Valencia el viernes 10. Sí es seguro un torneo control el 12 en Cataluña y aguarda la invitación para finalizar el 24 con el Meeting Internacional de Madrid. “Acá me está ayudando mucho Diego Aldrey”, reconoce Matías, “gracias a él pude ampliar la agenda” (Aldrey es el presidente del Club Dinami-k Atletismo Vilanova). ¿De qué dependen las invitaciones? Del nivel que vaya mostrando en las competencias. Este domingo empezó de la mejor forma, pero el 7 el nivel va a ser muy superior y en la pista se ven los pingos. Y se verá cuanto puede pulir su marca. El año pasado la mínima para el Mundial fue 6,65 segundos, el récord nacional es 6,69 y lo escribió Jorge Polanco hace dos décadas, o sea, tiene que ser el argentino más explosivo de la historia, al menos si quiere cumplir su sueño.
Sobre los tacos estaba solo y la llegada la cruzó en solitario, pero Matías sabe que hay mucha gente atrás. “Me enteré recién de grande; pero cuando me tuve que ir entrenar a Buenos Aries, mis viejos lloraban sin que los viera”, recuerda el campeón nacional, “pero me dejaron crecer”. Nélida Gómez y Prudencio Robledo, a la distancia, también estaban en esa pista de invierno, junto con su hijo. No eran los únicos, en realidad eran una patota: su kinesiólogo Juan Fontana, su masajista Gustavo Álvarez, su nutricionista Maru Caracciolo, sus doctores Enrique Prada y Sergio Caivano. Ninguno se subió al podio, no salieron en ninguna foto, pero todos empujaron desde el otro lado del mundo. “Así como mi familia nunca dejó de apoyarme, hoy Virginia y mi hija Alma son la familia en la que me sostengo día a día”, dice. Su nena apenas habla, pero ya aprendió lo más importante:
-Papá corré rápido y traé regalo.
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