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Así debía ser: de la larga espera al final cinematográfico
Los 7000 hinchas de CUBA deliraron en la Catedral con una fiesta eterna
La pelota se incrustó entre los postes del ingoal que da espaldas a la pileta y la Catedral pareció estremecerse: la marea teñida de azul y negro se derrumbó como un dominó. El festejo cubano se hizo carne, lágrimas, abrazos y emoción en la cancha del CASI. El vozarrón, contenido por más de cuatro décadas, rugió desde las entrañas. "Dale campeón...", vociferaron las 7000 almas; chiquitos en hombros de padres con los ojos vidriosos, señoras, hermanas, hijos, nietos y abuelos... toda la familia de CUBA. El desahogo retumbó en un final cinematográfico. Así debía ser.
El panorama en la fiesta de Universitario terminó con un tapizado azul y negro en el campo de juego. Las banderas, encima de la gente y los jugadores, fueron de un lado a otro. Una hacía referencia a Lincoln, donde nació el medio scrum Joaquín Hardoy. Otra, sentida, colgaba desde el mangrullo que utilizó la gente de la TV: una imagen gigante de Juanqui Migliore, que murió durante un partido ante San Fernando, en 2008. Su hermano Agustín, back del campeón, dio la vuelta olímpica mientras otra, de fondo negro y letras blancas ondeaba: "Juanqui Migliore presente".
Tute Moroni, autor del único try del partido y una de las grandes figuras del campeón, improvisó una típica escena fútbolera, trepado a la baranda que separa la tribuna central del terreno: junto con sus amigos, y de cara a La 4 B -así se llama la hinchada de CUBA, en referencia a los cuatro barrios residenciales que rodean al anexo de Villa de Mayo-, el centro, acompañado por un eufórico Facundo Bosch, entonó el grito de guerra: "Vengo desde Villa de Mayo, barrio de murga y carnaval...".
Del lado de Hindú, como ya es un clásico, la tribuna tuvo muchas pelucas amarillas enruladas, al estilo Valderrama, banderas de La 26 -como se hacen llamar por el kilómetro 26- y la murga "Los caprichosos de Torcuato", que aportó bombos y trompetas hasta en la derrota, en un gesto loable.
El elefante, infaltable insignia de Hindú, también estuvo. Un camión con grúa hidráulica se ubicó sobre la calle Varela y desde allí emergió el paquidermo de fibra de vidrio. Ni bien Güemes acertó el histórico penal, se hundió detrás de la arboleda.
Tras la levantar las copas, una de manos del intendente Gustavo Posse, llamada San Isidro Capital Nacional del Rugby, y la oficial de la URBA, el trofeo DirecTV, del presidente de la Unión, Luis Gradín, continuaron los cánticos con una dedicatoria múltiple. Ni siquiera se olvidaron de la prensa, a la que le pidieron el reconocimiento para la banda "más grande que hay". Deliró Lucas Piña, el gran capitán. El agua empapó a jugadores e hinchas. Nada importó. La fiesta que tiño a San Isidro de azul y negro seguirá muchos días más.
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