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Ascenso: Darío Dubois, el futbolista metalero que se pintaba la cara para enfrentar al poder
Jugaba en Midland y se maquillaba como sus héroes del black metal para reclamar condiciones más dignas para los jugadores
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El sudor del precalentamiento chorrea por sus sienes, zambulle los dedos sobre la pintura barata que le regaló su novia, se mira un segundo en el espejo y sin molde ni diseño se embarra de blanco y negro su tez morena.
Es 1998 y en una de las categorías más carenciadas del famoso fútbol argentino hay un jugador que hace ruido en silencio. Detrás de todo el plantel del Ferrocarril Midland trota Darío Dubois, un futbolista con talento y disciplina, pero sin los medios económicos para subsistir a la golpeada liga del ascenso. Corre con la cara pintada a ocupar su lugar en la zaga central.
Se va a jugar el clásico de Merlo entre Midland y Argentino, dos equipos del ascenso que juegan a quedarse con 40 pesos por persona. Los rivales creen que es una provocación, pero no es a ellos a quienes dedica su arte. El árbitro también se pierde entre la legalidad del disfraz y el reglamento obsoleto de la AFA. Darío hace ruido en silencio.
“El pibito que salía pintado con diseños satánicos al campo de juego”, como se decía, usó su maquillaje para denunciar sobornos, intentos de coimas y falta de pago en el ascenso. Difundió las penurias que sufren los futbolistas que corren detrás de la pelota por un sándwich y una coca. “Si me ponés para ganar la agarro, pero si me ponés para perder te la tiro en la cara”, aseguró durante una entrevista radial.
Ese primer partido se convirtió en un antes y un después para el jugador que portaba uno de los apellidos más populares de Francia. Desde 1994, cuando debutó en Yupanqui se había propuesto introducir a sus compañeros al black metal, deseaba mezclar el rock con el fútbol, pero el destino quería otra cosa.
Falleció en 2008, a los 37 años, sin glorias deportivas ni la fama de un músico. Se fue solo, con el respeto de sus compañeros y el cariño de los admiradores que pudo cosechar en su fugaz carrera. Su tenacidad y determinación para exponer lo que pasaba en el ascenso lo hicieron ganar enemigos. Sentía que como había nacido iba a partir: de clase baja. Tampoco esperaba hacer mucho dinero como futbolista, solo quería ganar lo justo para subsistir.
Las denuncias
“Acá hay muchas coimas y se sabe. Ya se sabe quién va a salir campeón en la A y la B, con 5000 pesos arreglás”, declaró durante una extensa entrevista con En una baldosa. Esto caía mal en los dirigentes y árbitros del ascenso y retumbaba en el escritorio de Julio Grondona, entonces presidente de la AFA.
Jugó en la C y D. Empezó como marcador central en Yupanqui, allá por 1994. Luego pasó por Lugano, Laferrere, Midland, Victoriano Arenas, Deportivo Riestra, Sacachispas y Cañuelas. En total, disputó 146 partidos y convirtió 13 goles, acumuló pocas tarjetas amarillas en toda su carrera. Era de los que se tomaban en serio las sanciones. “Las odio”, afirmó.
“Mi mayor anhelo es salir campeón y poder ascender”, confesó.“ Juego para mí, mi club, para estar arriba de la tabla y cumplir mi sueño”, insistió. Su pintura le ayudaba a tener la atención de los medios y fanáticos, pero lo alejaba de los dirigentes. “Los DTs me decían que mientras no bajara el rendimiento futbolístico que hiciera lo que quisiera”, afirmó una vez mientras se recuperaba de una lesión. Ese “hacé lo que querés” duró solo 14 partidos, el rumor del pibe rebelde y pintado ya circulaba por los pasillos de la AFA.
“Esto me da polenta, vos te pintas la cara y salís a guerrear. Sé que los rivales se van a asustar, pero el reglamento no lo prohíbe. Yo escucho black metal bien podrido, una música que me parte la cabeza y tengo ganas de jugar así como soy”, afirmaba antes de cerrar para siempre el estuche de las acuarelas de agua que le habían dado identidad hasta en el país de sus ancestros.
En el lapso de unas semanas, la máxima autoridad del fútbol argentino creó una ley que le prohibía a Darío salir al campo de juego con el rostro que se había convertido en el símbolo de la rebeldía y revolución. Tenía que dejar el maquillaje si quería conservar los 500 pesos de sueldo del club.
La otra pasión
No por tratarse del ascenso se relajaba con su carrera: cumplía a rajatabla los regímenes alimenticios que le recomendaban y se consideraba un profesionalidad porque el fútbol, decía, “ayuda a mi economía”. En él había encontrado otras motivaciones: “Lo hago porque me encanta la parte física, el entrenamiento me hace sentir bien. Y, sirve para costear mi carrera de músico”, comentó.
Así honró su otra pasión. Tocaba el bajo en la banda Tributo Rock, formada por varios jugadores de la D para homenajear a Vox Dei. Integraba otra tributo a Riff y una de cumbia villera: “Corre Guachín”. “Hice todo como músico. Toqué para cinco y 500 personas”, afirmó.
Darío se sabía distinto, entendía que ninguno es capaz de hacer semejante rito en la previa de un partido. Sus máscaras a prueba de agua también hacían tributo a los payasos, pinturas satánicas y brujos contemporáneos.“ Todos dicen que es una payasada, para mí no lo es. En el fútbol son re fascistas, es un ambiente asqueroso donde todos tienen que ser pelitos cortos y afeitaditos”, describió. En su vida cotidiana vestía con cadenas, ropa negra y con tachas, “pintado y con historietas”.
A mediados de 2005, se rompió los ligamentos y su entonces club Victoriano Arenas no se hizo cargo de la operación ni los gastos post operatorios. Decidió demandarlos, pero la causa no prosperó. Tres años más tarde, una madrugada de marzo, cuando salía de trabajar recibió dos disparos en sus órganos vitales que lo tuvieron dos semanas peleando por su vida en el hospital Paroissien, de La Matanza.
Hacía pocos días había firmado un contrato con la banda Attaque 77 para ser el sonidista de un proyecto, pero el destino ya había jugado sus cartas. “Nací y moriré de clase baja”, había dicho un par de años atrás.
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