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Argentina - Brasil: Lionel Messi, de la cruz al efecto redentor que traería el Maracanazo II
Tras años de frustraciones y destratos, el capitán de la selección está en el umbral de un título reparador, por la talla del rival eterno y un escenario de fábula en Río de Janeiro
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Alcides Ghiggia sembró demonios ahí. Gárgolas y espectros que los brasileños no han logrado espantar del Maracaná. Entre las mitologías más fascinantes del fútbol de todos los tiempos se anotan el delantero charrúa, Uruguay y el Maracanazo de 1950, ese grito de rebeldía con eco eterno. Único. Pero único e irrepetible no significan lo mismo. Brasil nunca más volvió a perder un partido oficial en el coloso de Río de Janeiro. Nunca más, pero los espíritus no se han ido. El bestiario sobrevuela, ni las sucesivas remodelaciones del gigante de cemento pudieron expulsar a todos los demonios. Y aparece Messi, rencoroso con cara de ángel. El capitán herido, con el cincel como látigo para domar a sus propios fantasmas. Brasil-Argentina, en el Maracaná, con aroma a reparación histórica. El cierre de la Copa América era en Barranquilla, o en Buenos Aires, a lo sumo, hace un puñado de semanas. Quizás asoma un designio divino al final de un torneo marcado por las torpezas terrenales.
¿La consagración argentina en el patio brasileño significaría un segundo Maracanazo? No, pero la huella ganaría la inmortalidad. ¿Messi saldaría 15 años de frustraciones deportivas con la selección? Siempre dependerá de los humores del tribunal popular, pero íntimamente, el título le traería el alivio que busca con una desesperación que aprendió a disimular. La cancha del dolor de su vida puede ser el escenario de la purificación. No jugará Mario Götze ni el rival será Alemania, campeón del mundo 2014 para siempre. Pero Brasil abre otra dimensión. Es gloria, es orgullo. Es venganza, claro.
Juega con arte Messi esta Copa. Y con pólvora. Y con rabia. Está enojado con el pasado de espinas, con los cuatro mundiales y las cinco Copas Américas anteriores que, en algún momento, lo llevaron a pensar si él no era el problema. Se mira la cicatriz de la Copa 2019 y todavía se enfurece porque sigue convencido: favorecieron a Brasil.
Messi necesita ser campeón. No será más brillante, simplemente será campeón. O no tan simplemente. Lo quieren él y tantos más. Al extremo de que esta noche, para furia de Neymar, muchos brasileños lo elegirán al argentino. Porque su cruzada, algo quijotesca, martillando contra un destino impiadoso, despertó hasta insospechadas adhesiones afectivas. Algo parece auspicioso si en Brasil no serán pocos los torcedores de Messi. Si la final tendrá un marco de resonancia que ni en sueños figuraba (¿sería igual la antesala de una definición, digamos, Argentina-Paraguay, en Barranquilla) en el fixture original. Si Messi frenó en 76 su metralla de goles…, para acechar los 77, el récord de Pelé, vigente hace medio siglo.
Brasil es ideal para el coro de sirenas. Para el encantamiento. Pero el ‘Scratch’ es casi un tormento para el capitán de la Argentina. Las estadísticas abruman: once superclásicos –4 triunfos, 6 caídas y 1 empate– ya jugó Messi y todavía no ganó ninguno oficial. Los cuatro triunfos fueron amistosos intrascendentes: en Doha 2010, en Melbourne 2017 y en Riad 2019. Todos 1-0, todos amistosos sin valor. Y hubo otro, que al menos de distinguió del rebaño: el 9 de junio de 2012, en New Jersey, en la victoria por 4-3, Messi hilvanó un fabuloso hat-trick. Pero enfrente no estuvo el Brasil A, sino un Sub 23 que se preparaba para los Juegos Olímpicos de Londres y contaba con desconocidos como Romulo, Bruno Uvini, Leandro Damiao y el arquero Rafael Cabral. Sí, Neymar. En síntesis: no tuvieron rentabilidad las pocas veces que Messi ganó el clásico.
¿Y los otros siete duelos? Prácticamente se cuentan por derrotas: seis caídas y apenas un empate. El bautismo ocurrió en 2006, luego del Mundial de Alemania y en el inicio del ciclo Basile. En Londres: victoria por 3-0 del ‘Scratch’. LA NACION calificó con un 3 la actuación del rosarino. Sí, a Messi le pusimos un 3. Al año siguiente, en 2007, Messi volvió a cruzarse con Brasil en la Copa América de Venezuela. En la final… y otra vez la Canarinha se impuso 3 a 0. Dos jugados y dos goleadas en contra para abrir el historial. Vaya comienzo.
Un año más, ahora en 2008, al menos llegó el primer empate. Ese clásico sudamericano por las eliminatorias para Sudáfrica se saldó sin goles, pero el recuerdo de aquella noche fue que la Pulga salió ovacionada por los torcedores cuando el ‘Coco’ lo reemplazó en el último minuto por Rodrigo Palacio. Primera manifestación de adoración en Brasil. La revancha, ya en 2009 y ahora con Maradona como entrenador, trajo otro mazazo: la mudanza a Rosario no disimuló ninguno de los desatinos del ciclo y la caída por 3-1 también arrastró a Messi.
En 2014, con Martino como DT y en la lejana Pekín, se sumó otra derrota amistosa por 2-0, con un Messi tan descolorido que hasta falló un penal ante el arquero Jefferson. Llegaría Bauza, que en su quinto partido ya chocaba contra Brasil y era vapuleado 3 a 0, en Belo Horizonte, con Messi impotente. Y el último traspié, el de la Copa América 2019, el del arbitraje del ecuatoriano Roddy Zambrano, del enmudecido VAR y Messi acusando de corrupta a la Conmebol. Messi recibió un 7 de LA NACION, el mejor clásico ‘en serio’ de su carrera. En su boletín, Messi no muestra ningún Argentina-Brasil trascendente. Quizás sea otra pista hacia la redención: tantos antecedentes apagados para una actuación fulgurante. Esta noche todo puede cambiar. Messi juega para vengar el pasado y domesticar tormentos del futuro.
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