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Joaquín Arbe, de perder a las bolitas a ganar en todas las distancias
Campeón Nacional desde los 800 metros hasta el maratón, pasando por todas las distancias, debutó tapado de pies a cabeza; dice que no debió confiar en el Enard
Son cuatro o cinco pibes jugando a las bolitas. Es el año 2002: ya se había inventado el Tamagotchi pero jamás había llegado a Esquel, donde sus menos de 30.000 habitantes viven libres de mascotas digitales japonesas y los chicos juegan a embocar pequeñas esferas de vidrio en un pocito cavado artesanalmente en la vereda. Hasta las seis de la tarde, cuando todos se van y Joaquín Arbe queda solo. Sus amigos salen corriendo, es la hora de ir a la escuelita de atletismo; Joaquín agacha la cabeza, mete las tres o cuatro bolitas que le quedaron en el bolsillo –cuentan las fuentes que no tenía muy buena puntería– y se va caminando a la casa, despacito. Es medio petiso, no tiene pinta de atleta, ni siquiera sus amigos lo invitan a correr. Nadie imagina que una década y media más tarde, tendría más de más de 50 medallas nacionales e internacionales colgando de su cuello. Nadie imagina que Joaquín recuperaría en las pistas de atletismo lo que perdió en la cancha de bolitas.
Adentro de las pistas y afuera también: porque este fin de semana brindó a lo grande para celebrar su triunfo en los 8k de La Nación Corre, y hoy su lista de victorias se reparte por todas las calles del país. Un puñado de ejemplos: los campeonatos nacionales de maratón 2014 y 2015 en Santa Rosa, los nueve oros en los nacionales de cross country. Así lo resume una de las personas que mejor lo conoce, Oscar Raimo, su entrenador desde hace tres años: “Versatilidad, potencia, velocidad. Posee la fuerza que da la montaña; en nuestra cordillera tenemos la Kenia argentina”.
A 20 horas de Capital Federal en auto (y metiéndole pata), está Esquel. Allí Arbe disfruta de la gran cantidad circuitos para hacer largos fondos, aunque reconoce que el invierno suele ser un poco fresco. “Se nos congela la transpiración en el gorrito y se hace escarcha”, explica entre risas.
Pero volvamos al pasaje de perder a las bolitas a ser el más rápido de la cuadra. La historia sigue así: un buen día los amigos le dijeron “vení con nosotros, enano, de última te sentás y nos mirás”. Y Joaquín fue, pero no se sentó. Verónica Ramírez, la profesora de la escuelita de atletismo le hizo un par de testeos y desde el inicio arrancó mal. “Le gané a todos lo que venían entrenándose”, recuerda Joaquín. “¡”Estaban re enojados!”.
Con el atletismo fue un flechazo, transpiró y se enamoró, pero había un problema de vestuario. “No me gustaba vestirme de atleta”, reconoce. Tal es así que la primera carrera lo tuvo en la línea de largada con medias de fútbol hasta las rodillas, bermudas desmontables con cierre –también hasta las rodillas–, y sobre la musculosa que le habían dado, se puso una polera manga larga, de esas bien abrigadas. Igual no le fue mal, salió segundo, y se quedó con hambre de gloria.
Superó su timidez inicial, se destapó –literal y deportivamente hablando– y empezó a brillar en cuanto campeonato nacional hubiera: 800, 1500, 3000, 5000, obstáculos, cross. Ganó en todas las categorías y en todas esas distancias. Era el pibe maravilla. Pero la vida sigue afuera del atletismo y a los 16 años fue papá de Emanuel. Dejó la secundaria y se puso a trabajar. Abuelo cartero, padre cartero, tenía el linaje marcado. “Probé de cartero, pero no me gustó”, admite Joaquín: “le tenía que llevar algún telegrama de deuda y la gente me explicaba que ya lo había pagado; al final se la agarraban conmigo”. Buscó por otro lado la herencia y fue a trabajar con su abuelo materno, Daniel Toro: empezó como peón de albañil. Le tomó el gusto a la construcción y pudo seguir corriendo. Hasta 2008. “Ese fue mi peor año”.
Lo curioso es que en su peor año –al menos en lo deportivo–, fue cuando nació su mayor debilidad: Maia. Sacando eso, el resto: todo mal. Se peleó con su esposa, Alejandra Carinao, se fue a vivir solo a Comodoro Rivadavia. Era campeón nacional de todo, pero con 17 años, aún no se había metido en la elite de las carreras de calle. El atletismo le daba medallas pero no plata. “Todavía no tenía de sponsor a la provincia”, pasa lista Arbe, “bah, no tenía ningún sponsor”. Había conseguido un trabajo para venderle diarios a los petroleros, era buena plata: “No lo podía dejar pasar”. A las cuatro de la mañana iba hasta la ruta a recibir los diarios. Ya no competía, estaba lejos del atletismo “aunque siempre pensaba en volver”, afirma Joaquín, “amaba correr: quería ser reconocido en las carreras importantes”. Pero mientras, tenía que mandar plata para Maia y Emanuel. Lo que los chicos no sabían era que el papá hacía los 8 kilómetros corriendo todas las madrugadas para ir a buscar los diarios. Él sabía que iba a volver.
Y volvió. Primero a la casa, con Alejandra, su mujer, y después a las pistas. “Hugo Guerra me dio una mano grande, me ayudó con las zapas y las vitaminas”, recuerda Arbe. Ese 2009 lo vio clasificarse en obstáculos al Sudamericano y al Panamericano junior en San Pablo: obtuvo cuarto y sexto puesto. Con zapatillas en la pista y con las pantuflas en su casa, ya daba pasos más seguros. “Hemos tenido muchísimas adversidades”, reconoce Alejandra, “pero siempre salimos adelante”. Ella también corre y entiende sobre esa vida paralela que llevan los atletas entre los sueños deportivos y la realidad cotidiana. Volvió a la construcción y de a poco pasó de peón a capataz. “Aunque todavía no me animaba a levantar paredes”, reconoce Joaquín porque “salían (le salían) medio torcidas”. Su familia le dio una casa para que pueda acomodarla. “Empecé a correr a otro nivel, a ganar un poco de plata en la calle”, dice Arbe, “y a levantar cabeza”.
Con el subsidio de la provincia de Chubut se hizo dos piezas y el baño. Y en 2016 llega el Iberoamericano de atletismo en San Pablo, con Joaquín Arbe en la línea de largada de los 3000 metros con obstáculos.
El Ibero, como los grandes torneos de atletismo, es de esas competencias que generalmente se corre en forma táctica, especulando mucho con los ritmos, agazapados acechando las medallas. Pero en Brasil se dio la carrera más rápida de las dos últimas décadas: el octavo bajó de 8m50s. Joaquín metió la mejor marca de su vida, récord de Chubut, cuarta mejor tiempo del historial argentino: 8m40s. Para que se hagan una idea, eso equivale a correr en 28m35s los 10.000 metros. No sólo ganó una linda medalla de plata sino también una beca del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard), que tanta polvareda despertó en los últimos días merced a la reforma tributaria que implementó el gobierno Nacional.
Pero un imprevisto cambio de planes del Enard lo complicó económicamente, “Me confíe con la beca”, se sincera Joaquín. “Me habían dicho que era por dos años, pero duró uno”, agrega. Empezó a construir la habitación para Maia y Emanuel, levantó las paredes (ahora sí derechitas), techó, sacó fiadas las aberturas; pero le avisaron que no había más beca cuando tenía que empezar a pagarlas. “Por eso cambié los planes de fin de año, le metí más carrera para sacarme las deudas”. En ese momento, Arbe sumaba likes a raudales en Facebook e Instagram, sus fans le llenaban el muro de felicitaciones, pero las redes no sabían que tantos trofeos levantados tenían un motivo: pagar las ventanas de sus hijos pibes.
Este 2017 vino más estable. New Balance, Lotería de Chubut, Chubut Deportes y Gentech suplementos lo están acompañando: ahora puede soñar. “Me gustaría preparar un buen maratón”, se ilusiona. “Sin entrenamiento específico corrí 2h20m solo por el puesto (y la plata). Berlín, Londres serían buenas opciones, yo me tengo fe para 2h14m”. Y no es el único que le tiene fe. “Joaquín es un verdadero talento”, define Raimo: “Si hace el trabajo correcto en la pista puede llegar hasta la cima del Everest”, se entusiasma. “Correr en 2h12m es posible para él y tiene en sus piernas el pasaje a Tokio 2020”, añade.
“A Maia le gusta correr, dice que quiere ser campeona”, cuenta Joaquín y le brillan los ojos. “Cuando me vio ganar una carrera en la que me dieron plata, ella ganó su categoría y pidió plata también”, se ríe y afirma: “Es muy competitiva”. Alejandra también ve esa conexión padre-hija. “A Joaquín le explota el corazón cada vez que corre Maia”, relata la madre. Y describe: “Es igual o peor que él: cabeza dura. Cuando se le cruza por la cabeza algo, no para hasta conseguirlo”.
Tal vez ese sea el secreto mejor guardado de Joaquín, perdedor a las bolitas, pero ganador de la vida.
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