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Alexánder Alekhine, el genio del ajedrez cuya vida aún provoca admiración y repugnancia
Arthur Larrue glosa en “La diagonal Alekhine” los últimos años de uno de los ajedrecistas más novelescos y polémicos
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De los centenares de personajes fascinantes que dio el ajedrez, el ruso-francés Alexánder Alekhine puede ser quien más sentimientos de admiración y repugnancia generó.
El novelista francés Arthur Larrue, expulsado de Rusia por su implicación en la disidencia contra Vladímir Putin, recrea en La diagonal Alekhine (Alfaguara) los convulsos últimos siete años de una biografía que da para varias películas. Y enfatiza unos asquerosos artículos antijudíos escritos por el único campeón del mundo muerto en posesión del título.
Mañana del domingo 24 de marzo de 1946, habitación 43 del hotel Parque de Estoril (Portugal). Alekhine (cuya transliteración del alfabeto cirílico debería ser Aliojin, según la RAE y el Libro de Estilo de EL PAÍS, pero casi nadie lo llama así) es encontrado muerto a los 53 años junto a un tablero con las piezas en la posición original y los restos de su cena.
La versión oficial es que se asfixió por un trozo de carne atravesado en su garganta. Pero, como Larrue glosa en su novela con un estilo vigoroso y gran dominio del oficio, no pocos deseaban su muerte por muy diferentes razones, y todo indica que no falleció de modo natural, a pesar de que su alcoholismo extremo anunciaba una vida corta.
Alekhine (Moscú, 1892) fue encarcelado más de un mes en Alemania cuando la Primera Guerra Mundial lo sorprendió en el torneo de Mannheim, en 1914.
Su familia, aristócrata, fue expropiada tras la Revolución bolchevique. Y él, encarcelado otra vez, en Odesa, y condenado a muerte, pero indultado (por Trotsky, según algunas fuentes, aunque no está claro) debido a su gran fama como ajedrecista.
Luego logró salir de la Unión Soviética porque estaba casado con una periodista suiza, a quien abandonó al llegar a París. Todas las mujeres con quienes se emparejó eran adineradas y mayores que él.
Destronó al legendario campeón del mundo cubano José Raúl Capablanca en Buenos Aires, 1927. Perdió el título por alcoholismo en 1935 ante el neerlandés Max Euwe, a quien —tras una cura de abstinencia— derrotó claramente en un duelo de revancha, en 1937. Asombraba en sus exhibiciones de partidas simultáneas a ciegas (con los ojos vendados o de espaldas a los tableros, memorizando la situación de todas las piezas en cada partida).
La novela de Larrue se desarrolla a partir de 1939, cuando Alekhine regresa de un viaje a Buenos Aires y se establece en la Francia ocupada por los nazis, que le presionan para que escriba artículos antisemitas.
Durante años se debatieron dos aspectos de esta historia: si fue él quien realmente los redactó; y, en caso afirmativo, si tuvo elección o debió elegir entre escribirlos o la muerte.
Larrue es tajante: “No hay duda alguna de que los escribió él, aunque a los ajedrecistas les gustaría más la teoría de que no tenía elección o de que fueron escritos por otros. Es verdad que estaba en un país ocupado. Y que la historia la escriben los vencedores. Pero él era un aristócrata ruso, con una gran tradición de antisemitismo. O sea, que es un hombre de su tiempo y de su origen geográfico. En ese momento, el antisemitismo era una opinión bastante extendida”.
Para aclarar hasta qué punto Alekhine piensa realmente lo que firma en esos artículos, Larrue los compara con lo muchísimo que el controvertido campeón escribió sobre ajedrez: “En sus 18 libros de análisis de partidas y sus numerosos artículos técnicos, Alekhine busca una verdad científica. Por el contrario, sus artículos antijudíos son una herramienta de combate. Alekhine pudo elegir, pero prefirió no hacerlo”.
Larrue fue expulsado de la Universidad Herzen de San Petersburgo, después de trabajar cuatro años como profesor de literatura francesa, cuando publicó la novela Partir en guerre, donde da testimonio de su convivencia estrecha con disidentes anti-Putin. Y ve a Alekhine como un producto de una seña de identidad histórica de la mayoría de los rusos “que prefieren a sus líderes más fuertes que justos”.
Lo concreta así: “Los rusos valoran mucho la fuerza. Relacionan el respeto con el miedo, de un modo algo infantil. Si el Gobierno nos les infunde miedo, le pierden el respeto, como le ocurrió a Gorbachov. La gran mayoría de los rusos saben que Putin es un criminal y un ladrón, con un cinismo absoluto. Pero también saben que Putin genera miedo, no solo dentro de Rusia sino en el mundo, y eso les encanta”.
El héroe de su novela, subraya Larrue, no es Alekhine, sino Rudolf Spielmann, un ajedrecista austriaco-judío muy brillante, ganador varias veces contra Alekhine y Capablanca, a quien le dedica solo unas páginas: “Spielmann, quien se dejó morir de hambre, representa la inteligencia y la sensibilidad que siempre acaban apareciendo para demostrar la fragilidad de esa supuesta fuerza devastadora, que puede fascinar a mucha gente. Esa fuerza es falsa, malsana, mortífera, y está basada en mentiras”.
Más allá de los claroscuros de un campeón de ajedrez atormentado, Larrue eligió a Alekhine porque deseaba “escribir una novela sobre los límites de la soledad y el orgullo de un hombre solo, un ajedrecista sin equipo de analistas ni un estado que lo apoye. Esa soledad está conectada con la de algunos poetas o con la del escritor francés Louis-Ferdinand Céline, quien tanta influencia tuvo en mí. Y es lo más tenebroso y maligno del ajedrez, que en el caso de Alekhine le llevó a desconectarse de la comunidad a la que pertenecía, la de los ajedrecistas”.
De modo que a la conocida soledad del corredor de fondo se añade la que descubrió Larrue: “La del campeón del mundo, la del mejor en su actividad. Me pregunto si esa posición no te lleva a la desconexión del mundo real. Desde ese punto de vista, encuentro una similitud con Napoleón Bonaparte cuando se sentó en un trono después de dominar Europa”.
Aunque el novelista galo halla “una gran conexión entre el ajedrez y la literatura, porque el ajedrez es un espejo del mundo, y permite a los artistas que lo ilustren por medio del ajedrez”, La diagonal Alekhine tuvo una dificultad especial: “Amar al personaje, empatizar con su parte positiva para que la novela también la refleje. Me hubiera encantado jugar al ajedrez como Alekhine. Pero el resto de su vida es, digamos, mucho menos deseable”.
El penúltimo periodo de la vida de Alekhine, justo antes de su retiro en Estoril, transcurrió en España, donde dio numerosas exhibiciones de partidas simultáneas durante las que era capaz de beberse una botella de coñac.
También trabajó durante un corto periodo con el niño prodigio español Arturo Pomar (1931-2016), de familia judía chueta, cuya peculiar vida —así como la del campeón del mundo Bobby Fischer, antisemita patológico—, inspiró la premiada novela El peón (Pepitas de calabaza), de Paco Cerdá.
Para no dispersar en exceso la trama de su novela, Larrue no se ocupa en ella de Pomar: “Pido disculpas a los ajedrecistas españoles. Sé que su biografía también es novelesca”.
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