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Veselin Topalov, la historia de un campeón mundial efímero del ajedrez
Jugaba como un artista y fue víctima de su propio impulso; logró concentrar su máximo de energía en un sólo momento, que luego no pudo mantener en el tiempo
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En la historia del ajedrez hubo campeones mundiales que duraron poco tiempo en ese sitial de supremacía. En general ello ocurrió cuando quien era campeón se aseguraba un match de revancha para el caso de perder con el desafiante, y luego, al imponerse en ese cotejo desquite, recuperaba la corona. Así ocurre en otros deportes, por ejemplo en las luchas y el boxeo. En el caso del ajedrez, como el sistema de clasificación para lograr el status de desafiante, es muy exigente y competitivo, podía pasar que el campeón vencido no tuviera otra oportunidad. Este sistema suponía una enorme ventaja para el campeón vigente, que también retenía la corona en caso de empate. Por eso el encuentro de revancha se terminó aboliendo, aunque, según las circunstancias, se volvió a utilizar, como en los interminables matches entre Karpov y Kasparov.
De estos campeones mundiales efímeros podemos mencionar al holandés Max Euwe, que venció a Alexander Alekhine en 1935, pero perdió la revancha en 1937; a Vasily Smyslov y Mijaíl Tal, que vencieron a Botvinnik, pero al cabo de sólo un año perdieron el desquite ante la notable capacidad de reprogramación del patriarca del ajedrez ruso.
Otro campeón efímero, más reciente, y cuyo reinado tampoco duró más de un año, fue el búlgaro Veselin Topalov.
Cuando en 2005, Topalov ganó el Mundial disputado en “La caja de los trebejos”, en Potrero de Funes, San Luis, parecía iniciarse una nueva etapa en el ajedrez. Kasparov se había retirado, y por eso se había disputado un torneo entre los ocho mejores para determinar al campeón. En aquél entonces los jugadores dominantes eran Anand y Kramnik, pero la irrupción de Topalov, que jugaba un ajedrez emprendedor y aguerrido, daba una nota de emoción a la lucha por la primacía. Su estilo era muy agresivo y ponía en vilo a los aficionados. Topalov, en su juventud, recorría Europa jugando torneos abiertos y mostrando un notable talento. Muchos se sorprendían de que un ajedrecista tan bueno no estuviera participando en torneos de la élite. Cuando Topalov accedió a competir con los mejores, debió afrontar un período de resultados inestables; no estaba acostumbrado todavía al alto ajedrez. Pero fue forjando un estilo de juego personal y ambicioso, al que pulió y refinó cuando pudo.
En aquél torneo de San Luis, Topalov realizó una performance extraordinaria, superando con holgura a sus adversarios. Luego de la feliz entronización, siguió en el corto plazo logrando primeros puestos jugando partidas espectaculares. Todo parecía marchar sobre rieles, pero los observadores experimentados subrayaron que arriesgaba demasiado.
Su rival para refrendar su condición de campeón era el ruso Vladimir Kramnik, que por su estilo posicional y meticuloso, sin brindar nunca puntos de ataque al adversario, era el más incómodo para Topalov. El subsiguiente match que los enfrentó, en 2006, fue un escándalo que dañó la reputación y también la calidad de juego del búlgaro. En las dos primeras partidas de ese encuentro, Topalov, jugando con su habitual agresividad e inventiva, construyó posiciones ganadoras... Sin embargo, perdió ambas partidas.
El ajedrez de alto nivel es un juego que apenas permite errores; Topalov, por su estilo, se exponía mucho a cometerlos, y los mismos llegaron en el peor momento. Luego de esto, el búlgaro perdió los papeles: apercibido de que Kramnik iba con demasiada frecuencia al baño, denunció públicamente que recibía ayuda informática durante la partida. Así que las cosas se enturbiaron, la relación entre los jugadores se rompió, y las partidas que siguieron fueron una guerra de nervios.
Kramnik, que se manifestó ofendido en su honor, amenazó con abandonar el match y no se presentó a disputar una de las partidas, la que perdió por ausencia. Topalov no se desdijo de sus acusaciones, aunque las mismas no pudieron ser probadas. Los organizadores convencieron a Kramnik de que siguiera jugando. Al fin, el encuentro terminó empatado, pero prevaleció el ruso en el desempate de partidas rápidas. La investigación posterior tampoco probó la supuesta ayuda informática que Kramnik habría recibido. Además, Kramnik también cometía errores durante las partidas. Cabe señalar que la carrera ajedrecística del ruso, tomada globalmente, fue más larga y consistente que la de Topalov.
Después de esta derrota, el búlgaro no volvió a ser el mismo. Aunque tuvo momentos de brillo, su nivel de juego fue teniendo altibajos, y de a poco cayó sensiblemente por debajo de aquellos que luchaban por la primacía del ajedrez mundial.
Tal vez, Topalov fue víctima de su propio impulso. Logró concentrar su máximo de energía en un sólo momento, que luego no pudo mantener en el tiempo. Cuando ese impulso perdió fuelle, se sintió extraviado. Y tal vez, si hubiese aceptado con más filosofía su resultado con Kramnik, su permanencia en la élite se hubiera extendido más tiempo. Queda la sensación que fue él mismo quien apagó su propio brillo.
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