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Sultan Khan, el misterioso genio de la botella en una India que creció a partir del impacto del “Expreso de Madrás” y es una potencia
En una historia que parece sacada de las Mil y una noches, dejó una huella a medio camino entre la realidad y la fantasía
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Hace unos cuarenta años, India contaba con pocos ajedrecistas destacados. Por entonces surgió Viswanathan Anand, al que desde muy joven ya se le veía un talento superlativo y que, con el paso del tiempo, le ganó el campeonato mundial a ruso Vladimir Kramnik, antes de cederlo frente al noruego Magnus Carlsen.
A partir del impacto del “Expreso de Madrás” –apodo de Anand por su velocidad para jugar y por su ciudad natal–, surgieron muchos ajedrecistas indios de primer nivel mundial y, así, el país se convirtió en una potencia de primera línea en el ajedrez. Hoy podemos nombrar, entre muchos otros, a Rameshbabu Praggnanandhaa y a Dommaraju Gukesh, que con 18 y 17 años, respectivamente, se ubican entre los quince mejores del ranking mundial absoluto. Este presente tiene una prehistoria.
India está en el comienzo. La mayoría de los estudios sobre los orígenes del ajedrez sitúan esa génesis en ese país. Hay leyendas famosas que lo ilustran. Como aquélla ya citada por Dante en la Comedia, en la que un rajá indio pidió a su visir que inventara un juego diferente a los demás y éste, después de hacerlo, le requirió en recompensa un pago en apariencia mínimo: un grano de arroz por una casilla del tablero y la duplicación sucesiva del número de granos por cada nueva casilla. Cuando se llegó a la 64, la cifra era tan astronómica que no alcanzaban a cubrirla con todas las reservas de arroz del reino.
Y hubo un maestro indio que fue como un eslabón perdido entre aquellos comienzos en la bruma de los tiempos y el moderno ajedrez indio. Es una historia tan curiosa la de este maestro que parece sacada de las Mil y una noches y merece ser contada. El protagonista se trata de Sultan Khan, que nació en una comarca de la entonces India británica, Sarghoda, en 1903.
Aprendió de niño el ajedrez. Siendo “sirviente” –eufemismo por “esclavo”– de un amo británico, cuando éste vio la destreza del joven al jugar decidió llevarlo a Inglaterra. Una vez allí, sin hablar inglés, como súbdito británico participó en el Campeonato Nacional Inglés, y para sorpresa de todos, lo ganó. Así, como salido de la nada, Sultan Khan inició su breve y fulgurante carrera, que duraría unos años, prácticamente entre 1929 y 1933.
Irrumpió como un meteoro en la elite del ajedrez, ganando partidas a varios de los mejores jugadores del mundo. Venció a Akiba Rubinstein, Savielly Tartakover, Salomon Flohr, Raúl Capablanca, entre otros. En tres olimpíadas, Hamburgo 1930, Praga 1931 y Folkestone 1933, fue el primer tablero de Inglaterra, y ganó el Campeonato Inglés, además del citado en 1929, en 1932 y en 1933. Capablanca, asombrado por el nivel de juego de Sultan Khan, dijo que se trataba de un genio. Pero al cabo de esos años de brillo, su empleador volvió a India y Sultan Khan decidió seguirlo. Retornó a su paraje natal y sintió ese retorno como a una liberación. No volvió a jugar al ajedrez.
Una vez que murió su amo, se dedicó a ser granjero y se volvió ciudadano pakistaní, ya que su natal Solar había pasado a ser parte de Pakistán. Allí murió en 1966. No enseñó a sus hijos a jugar al ajedrez porque pensaba que era mejor que aprendieran algo más productivo para sus vidas. Cuando la Federación Internacional de Ajedrez, después de la Segunda Guerra Mundial, empezó a otorgar en forma retrospectiva títulos de gran maestro y maestro internacional, se olvidó de Sultan Khan, lo que, de algún modo, situó al indio-pakistaní en un lugar como a medio camino entre la realidad y la fantasía.
El genio que salió de la botella causó conmoción en el mundo del ajedrez, pero a él no le gustó ese mundo, y volvió por sí solo a meterse en la botella.
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