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Faustino Oro y otros niños prodigio en el ajedrez, entre grandes maestros y campeones mundiales
El logro del chico argentino que derrotó a Magnus Carlsen propicia un repaso en el que surgen grandes nombres de la historia
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El ajedrez tiene una larga tradición de niños prodigio. En realidad, debiéramos hablar de jóvenes prodigio, ya que el rango de edad incluye tanto niños como adolescentes. Haremos un breve repaso de los principales casos.
En el siglo XX hubo un primer prodigio célebre, que ya se tiene por emblemático cuando nos referimos a este tema: Samuel Reshevsky (1911-1992), estadounidense nacido polaco, que antes de cumplir diez años ya era un consumado maestro y daba exhibiciones de partidas simultáneas.
Hay que decir que ser un niño prodigio no asegura una supremacía sobre los demás ajedrecistas de élite. Aunque Reshevsky fue uno de los mejores jugadores del mundo durante décadas, nunca resultó campeón mundial, y ni siquiera logró alcanzar la condición de retador al título. Eran los tiempos de la guardia pretoriana soviética, que, encabezada por Mikhail Botvinnik, junto a otros titanes, como Vasili Smyslov y Paul Keres, no dejaba resquicio para que ningún extranjero pudiera filtrarse en la cima.
Pero con el pasar de los años hubo otro prodigio que sí rasgó esa cortina de acero y llegó a ser campeón del mundo. Fue el también estadounidense Bobby Fischer (1943-2008), que sorprendió al mundo del ajedrez al conseguir el título de gran maestro a los 15 años de edad, en 1958. Por entonces esto fue considerado una hazaña extraordinaria, y lo cierto es que pasarían más de treinta años hasta que alguien obtuviera la condición de gran maestro (GM) a una edad más temprana. Para mayor sorpresa, quien consiguió superar ese récord fue una mujer, la húngara Judit Polgar, que lo hizo en 1991 a los 15 años y 4 meses. Judit mostró que las mujeres podían jugar al ajedrez en el nivel de los hombres, compitiendo contra ellos durante toda su vida deportiva con resultados notables. Polgar es la mejor ajedrecista de la historia, y la única mujer que alcanzó un lugar en el top 10 mundial.
Otro eslabón en esta cadena de prodigios fue el ucraniano devenido ruso Serguei Karjakin, que en 2003 batió el récord de precocidad para GM con 12 años y 7 meses. Lo que parecía imposible, que un niño de esa edad fuera gran maestro, fue logrado por Karjakin. El récord duró bastante, cerca de dos décadas. Hace poco tiempo, en 2023, un chico indio radicado en Estados Unidos, Abhimanyu Mishra, batió esa marca, a los 12 años y 4 meses. Y creo que este récord no va a durar mucho: la informática, internet, las herramientas de la modernidad, permiten a niños de todo el mundo aprender mejor y más rápidamente el ajedrez.
Por ejemplo, antes un pequeño debía esperar a que en la ciudad de su residencia hubiera un torneo de maestros para poder participar, tener la suerte de jugar con alguno de ellos en forma presencial y hacer de a poco su aprendizaje práctico. Ahora puede jugar todos los días muchas partidas rápidas con muchos maestros a través de las plataformas especializadas.
En esa estela, Faustino Oro, argentino de 10 años, ya ha batido muchas marcas de precocidad, como la de ser el más joven en alcanzar los 2300 puntos del ranking internacional Elo. Por su talento, su dedicación, su capacidad de aprendizaje, Faustino tiene margen de tiempo para romper el récord de precocidad en la obtención del título de gran maestro. Por otro lado, hay que ir con cuidado para no recargarlo de presión con miras a la obtención de marcas, a una edad en la que disfrutar del juego debe ser lo más importante.
¿Cómo se logra el título de gran maestro? El ajedrecista debe sumar estos requisitos:
- Alcanzar los 2500 puntos del ranking internacional Elo. Es una cifra exigente. Un parámetro: en Argentina no hay más de diez maestros que la superan.
- Cumplir tres normas de gran maestro. Cada una implica obtener determinado puntaje en un torneo oficial suficientemente fuerte como para que otorgue tal norma. Ese puntaje siempre exige un desempeño sobresaliente. Siempre se trata de torneos oficiales regidos por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), y de partidas de ritmo de juego clásico. Es decir, partidas que duran alrededor de tres o cuatro horas.
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