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El alfil y el caballo: dos piezas menores del ajedrez... pero no tanto
Ambos son considerados elementos secundarios, pero evolucionaron desde el origen de la disciplina
- 4 minutos de lectura'
Hace algunas semanas comentamos el origen de la dama en el ajedrez moderno. Ahora vamos a hacer un sondeo acerca del origen, la representación, y la función, de las llamadas “piezas menores”, el caballo y el alfil, en distinción con respecto a “las piezas mayores”, las torres y la dama, más poderosas.
Al profano la pieza que más le llama la atención es el caballo. Tanto por su insinuante perfil estético como por su saltarín movimiento. Es una pieza antigua, que ya aparece en el chaturanga, antecesor indio del ajedrez. Recordemos que hasta la reciente aparición (en términos históricos) de los medios de transporte mecánicos, el caballo era el indispensable primer servidor del ser humano.
En el ajedrez representa a la caballería en la formación de batalla, y su inspirado inventor, a semejanza de ésta, le dio un plus de movilidad al hacerlo saltar sobre piezas propias y ajenas, habilidad que le permite atacar mediante movimientos sorpresivos. Pero es de corto alcance; por eso, necesita ser centralizado para su lograr su mayor radio de acción. Para ser gráficos: un caballo ubicado en uno de los rincones del tablero, sólo domina dos casillas, cuando su máximo control es de ocho, cosa que se logra desde las casillas centrales, y así la mayor parte de las aperturas tiene como prioridad centralizar los caballos.
Ya Capablanca señaló que los caballos pierden fuerza a medida que van quedando pocas piezas en el tablero. Los alfiles, en cambio, pueden ser efectivos a la distancia. Un alfil desde su casilla inicial puede dominar cinco casillas una vez que se ha movido el peón central que lo libera. Y un alfil centralizado, digamos en d4, puede dominar hasta un máximo de trece casillas. Un desarrollo habitual del alfil es denominado con la palabra italiana “fianchetto” (pequeño flanco); consiste en mover el peón caballo una casilla y ubicar el alfil en la casilla que queda libre, “g2″ o “b2″ en el caso de las blancas. Ubicados así los alfiles ejercen su poder en las grandes diagonales del tablero.
La historia del alfil tiene su interés. Ese nombre se lo dieron los árabes: fil es elefante. Una reminiscencia de cuando los elefantes eran parte de los ejércitos en Asia y en el norte de África. Sabido es que Aníbal el cartaginés, los usó en su campaña contra Roma. En su versión primitiva el alfil tenía un movimiento limitado y era una pieza débil, pero cuando el ajedrez pasó a Europa experimentó un doble cambio. Primero, extendió su movimiento por toda su diagonal, lo que incrementó su fuerza.
También cambió su nombre en varios países europeos; en algunos, pasando a representar la importancia del clero: en inglés se llama “bishop” (obispo), en portugués bispo. En otros países fue variando su nombre y significado: en italiano es “alfiere”, abanderado. En francés “fou”, bufón. En alemán “laufer”, corredor.
Un alfil corre por casillas blancas y el otro por casillas negras. Eso da lugar a diferentes conceptos estratégicos. Por citar un ejemplo tenemos “la pareja de alfiles”, es decir los dos alfiles trabajando en conjunto, que es un recurso muy apreciado por los maestros, por su amplio radio de alcance. También el alfil y el caballo pueden interactuar muy bien. Aunque el jaque mate de alfil y caballo, entre los “mates puros” (es decir los mates sin peones) es el más difícil de ejecutar. En general se evalúa al alfil y al caballo de fuerza similar, considerando virtudes y defectos de cada uno. Los alfiles se desempeñan mejor en las posiciones abiertas, sin estructuras de peones fijas, y los caballos son mejores en posiciones cerradas.
En los tiempos primeros del ajedrez competitivo, los grandes jugadores románticos, tales como Tchigorin o Pillsbury, solían preferir a los caballos, pero ya campeones del mundo como Lasker o Capablanca le dieron preferencia al alfil, valoración que se mantiene hasta hoy, con los matices antes mencionados.
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