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Cien años de un título inolvidable: José Raúl Capablanca, talento natural y temperamento latino
En 2021 se cumple un siglo de una conquista única en el Campeonato Mundial; el cubano dejó una impronta imborrable, pero no advirtió el peligro que lo destronó en Buenos Aires
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En este 2021 se cumplen cien años de la conquista del Campeonato Mundial de Ajedrez por el único jugador latinoamericano y de habla hispana que lo consiguió: José Raúl Capablanca.
Capablanca (1888-1942) es una figura mítica del ajedrez. Ya su apellido guarda un algo de fascinación. Su impronta en el ajedrez fue imborrable. ¿Pero cómo fue que un nacido en Cuba, país en apariencia sin tradición ajedrecística, evolucionó hasta llegar a ser campeón?
Hilando fino se puede advertir que La Habana, ciudad natal de “Capa”, a fines del siglo XIX había sido sede de dos encuentros por el Campeonato Mundial entre el entonces campeón, Steinitz, y el ruso Chigorin. De este modo, es dable deducir que había en La Habana un ámbito adecuado para el desarrollo ajedrecístico. Capablanca aprendió a jugar a los cuatro años, observando a su padre practicar ajedrez con un amigo.
Cierto día, para sorpresa de los contendientes, sugirió una jugada que ellos habían pasado por alto. Enseguida jugó una partida con su padre y lo venció. A los trece años fue campeón de Cuba y, rápidamente, alcanzó el nivel de juego de los mejores del mundo.
Su debut en la arena internacional fue en el torneo de San Sebastián de 1911. Algunos de los maestros se opusieron a su participación alegando su falta de credenciales ajedrecísticas. Pero Capablanca ganó el torneo con claridad y acallando las críticas. Todos quienes compitieron con él consideraron que tenía un talento superlativo. En su La Habana natal, en 1921, hace cien años, le ganó el campeonato mundial a Emanuel Lasker, otro genio del ajedrez, y lo consiguió sin perder ninguna partida en el match, lo que le dio fama de invencible.
En ese momento en que Capablanca era una celebridad mundial, se radicó en Nueva York y se dedicó principalmente a realizar exhibiciones de partidas simultáneas. Un nutrido anecdotario se alimentó en torno a su persona y a su talento ajedrecístico. Por citar una: cierta vez, el maestro y escritor de libros de ajedrez ruso Znosko-Borovsky anunció que iba a publicar un libro titulado “Capablanca errors”, analizando las raras derrotas de “Capa”. Éste contestó diciendo que él había pensado editar un libro Znosko-Borovsky good moves (Las buenas movidas de Znosko-Borovsky) pero no había encontrado material suficiente para hacerlo. Creo que ese talento natural de Capablanca, unido a su temperamento latino, en algún momento lo llevó a dormirse en los laureles, y el cubano no advirtió a tiempo el peligro que representaba Alexander Alekhine, un jugador obsesivo y estudioso, que lo destronó en Buenos Aires 1927.
Luego de este match quedaron enemistados, y Alekhine nunca le concedió la revancha, cosa que fue posible en aquel entonces porque el campeonato del mundo no estaba reglamentado. El propio Alekhine, en un rasgo de honestidad, declaró: “Nunca he visto, ni espero ver, un jugador con tal facilidad para entender el ajedrez como Capablanca”.
Lo que hizo célebre entre los ajedrecistas al centroamericano fue su estilo de juego. “Capa” había logrado “in mente” la síntesis del ajedrez posicional. No necesitaba pensar: de un vistazo entendía cada posición, sus puntos fuertes y sus débiles, qué piezas había que cambiar, cuáles convenía preservar, y jugaba en consecuencia. Rara vez se decidía a atacar o a desarrollar un juego combinativo, pero si la posición lo pedía, lo hacía tan bien como cualquier otra técnica del juego.
Su último gran desempeño fue justamente en Buenos Aires, en la Olimpíada del año 1939, en cuando obtuvo la medalla dorada al mejor primer tablero, representando a Cuba. Muchos campeones posteriores reconocieron su deuda con Capablanca por su enfoque ajedrecístico. Dejó una indeleble impresión en Mikhail Botvinnik, patriarca del ajedrez ruso. Éste recomendaba “jugar según la posición, como lo hacía Capablanca”.
Una y otra veces en sus memorias, Botvinnik elige como ejemplo supremo de ajedrez superior al cubano. También Tigran Petrosian, Bobby Fischer y Anatoli Karpov admitieron su influencia en el desarrollo del propio estilo. Su libro Fundamentos del ajedrez siempre fue valorado como uno de los mejores para el aprendizaje del ajedrez. El término “capablanquino” ha pasado a ser un adjetivo que describe un estilo limpio y claro, o una técnica de juego impecable.
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