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Campeón sin escuela: Miguel Quinteros, el autodidacta que llegó a gran maestro
La mayoría de los grandes maestros de ajedrez sigue un camino parecido: cuando en la infanto-adolescencia comienzan a destacar, pronto encuentran un maestro que guíe sus pasos y acelere su aprendizaje. En tiempos modernos incluso son muchos los maestros que participan en el desarrollo ajedrecístico de los jóvenes talentos. En nuestro país, ocurrió que cuando en los años sesenta la gran historia ajedrecística de Najdorf y Panno amenazaba con no dejar descendencia, de la nada apareció un jugador de un talento superlativo. No tenía escuela, no tenía referentes, no se le conocía maestro alguno, cuando a los 19 años Miguel Ángel Quinteros ganó el Campeonato Argentino de 1966. Fue un autodidacta que emergió como un proyectil en el ajedrez argentino. Rápidamente se ganó un lugar en el equipo olímpico de nuestro país, y dio la nota en la Olimpiada de Siegen de 1970 al vencer al campeón ruso Lev Polugaievsky, y posibilitando así que Argentina obtuviera un gran resultado al empatar su match contra la todopoderosa Unión Soviética.
También fue autodidacta su forma de lograr el título de gran maestro: fue el primer jugador argentino que se fue de gira por Europa, sufragando sus propios gastos, jugando torneo tras torneo, compitiendo con los mejores del mundo, mejorando su nivel de juego en cada presentación.
Así consiguió las normas que lo acreditaron como gran maestro. Hacia fines de los setenta y comienzos de los ochenta alcanzó su máximo como jugador. Le faltó más contracción al estudio para luchar por el campeonato mundial, pero así y todo, en su mejor momento llegó a estar entre los mejores del mundo.
Ganó varios torneos internacionales y supo vencer a jugadores de la talla de Tigran Petrosian (Armenia, de la ex Unión Soviética), Lajos Portisch (Hungría), Bent Larsen (Dinamarca), Ulf Andersson (Suecia), Svetozar Gligoric (Serbia, de la ex Yugoslvia), entre muchos otros. Impresionante credencial.
Que su enfoque hacia el ajedrez incluía un punto de bohemia lo puedo ilustrar con una anécdota de la que fui espectador: en el año 1979 se jugaba en la Facultad de Derecho el Magistral Konex; entre las partidas importantes de aquél día se encontraba la que debían disputar Quinteros con el campeón inglés Anthony Miles.
Pero, dada la hora de comienzo de la partida, Quinteros no aparecía por la sala de juego. Según el reglamento de la época, tenía una hora de margen para presentarse hasta perder por incomparecencia. Pasaba el tiempo, crecía la incertidumbre en el público, y parecía que el maestro argentino perdería por ausencia. Faltando un minuto para cumplirse el límite reglamentario, como llevado en volandas, irrumpió Quinteros en sala de juego.
Pese a contar con una hora menos en su reloj, jugó la partida con la inspiración del vértigo y se anotó un espectacular triunfo para deleite de los aficionados. Quinteros merece un lugar destacado en la historia del ajedrez argentino.
Con el tiempo fue dejando de competir para dedicarse a la tarea de organizador de eventos ajedrecísticos de magnitud. De carácter sociable y jovial, entabló amistad con Bobby Fischer, haciendo de anfitrión las veces en que el americano visitaba Argentina. Como al propio Fischer, también trajo a Kasparov a la Argentina, fue activo gestor del Mundial de San Luis de 2005, y organizó muchos torneos importantes que permitieron a los jugadores argentinos competir con maestros extranjeros.
Siempre tuvo una actitud juvenil hacia la vida, así que ahora, pasados los setenta años, me lo imagino, pasada la euforia de otro tiempo, disfrutando de jugar su favorito ajedrez relámpago por Internet.
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