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Agustín Vernice, en Tokio 2020: de los pequeños engaños a su madre a la gran chance de medirse con los mejores en los Juegos Olímpicos
El representante nacional en el canotaje de los Juegos lo hará en la distancia K1 1000m; “Sé que cuando quiere algo, intenta todo para conseguirlo”, describe su mamá, Claudia
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Ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, la noche del 5 de agosto de 2016. Millones de televidentes disfrutan la fiesta que brota del estadio Maracaná. Sin embargo, mientras mira la pantalla, uno de ellos está llorando y no es de emoción olímpica, sino que son lágrimas de bronca.
Caetano Veloso con Anitta y Gilberto Gil cantan “Isto aquí, o que é?” en el escenario multicolor, mientras que Agustín Vernice esta en su casa, con sus 21 años, cuerpo de estatua griega y uno de los grandes talentos del canotaje argentino. “Yo quiero estar ahí, quiero ser olímpico”, se repite. Pero 360 días más tarde se convertiría -en K1 1000m-, en campeón del mundo sub 23. “Los momentos difíciles me motivan cada día, porque no quiero volver a pasar por aquello”, relataba Agustín desde Portugal a LA NACION, donde cortaba las aguas mientras descontaba remadas rumbo a Tokio, sus primeros Juegos. ¿Quién pensaría que tuvo que iniciarse en el deporte entre pequeños engaños y desviando fondos familiares que tenían otro fin?
“Sí, es una anécdota que quedó grabada en mucha gente”, reconoce la víctima de sus mentiras, Claudia, su propia madre. Agustín empezó entrenándose a los 12 años a escondidas. “Me molestó el ocultamiento; soy temerosa del agua”, reconoce Claudia, que agrega: “Me daba mucho miedo que se diera vuelta el bote y se ahogara”. Además está pendiente la cuestión de la desviación de fondos: el dinero que su madre le daba para la merienda, Agustín lo destinaba en el alquiler del kayak. Unas semanas más tarde no pudo soportar el cargo de conciencia, confesó y todo cambió.
“A los tres meses, mamá ya estaba durmiendo en carpa para acompañarme en cada competencia”, recuerda Agustín sobre el enojo de Claudia, que duró menos que una carrera de 1000 metros de su hijo. Terminó siendo integrante de la Comisión de Padres de Canotaje, acampando al lado de cada espejo de agua en que Agustín compitiera. Al segundo año, una amiga le prestó una carpa individual para que estuviera más cómoda, era junio, le pareció buena idea. “No logré cerrar ninguna de las cremalleras”, recuerda Claudia aún temblando. “¡Estaban todas rotas, nunca pasé tanto frío como esa noche!”.
“A veces peco de mal hijo o hermano por no contar lo que va pasando”, reconoce el ganador del Olimpia de plata 2017 y 2019. “Es que prefiero no hablar siempre del deporte, para desconectar un poco”. Valora que con su novia Agustina, que es arquitecta, puede hablar de construcciones en seco, lejos del agua. Sin embargo, lo que sucede en el agua no se puede dejar de citar: en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, se colgó de su cuello dos medallas doradas en menos de 90 minutos.
Más allá del brillo del oro, Agustín es el primero en poner los pies en tierra: “La manera de ver donde está parado cada país es en los Campeonatos Mundiales, ya que en mi prueba, Europa posee el mayor nivel”, explica Vernice, cuyo mejor resultado en un Mundial es un séptimo puesto. “Una final del mundo puede ser igual de meritorio que una medalla panamericana”, explica quien estuvo en dos finales, “pero entiendo que llama más la atención una victoria”.
Al final tampoco es tan difícil, se requiere 14 años de entrenamiento para terminar remando en triple o cuádruple turno por día. De 8 a 12, almorzar, siesta, de 5 a 7 de la tarde y luego a dormirse plácidamente. Con esa rutina de lunes a sábados, el premio es un domingo completo de descanso. Una opción extra sería cruzar los dedos para que el clima suspenda algún entrenamiento. “Debería ser por tormenta eléctrica”, aclara Agustín, “si no se rema siempre”.
Con ese nivel de entrenamiento, otro desafío grande es mantener el peso entre dos competencias cercanas. “Llegás con semejante dolor de todo el cuerpo que es difícil comer lo suficiente, es una lucha ver el plato y tratar a terminarlo”, explica Vernice sobre la calibración fina de una máquina diagramada para remar.
“Conozco a Agustín y sé que cuando quiere algo, intenta todo para conseguirlo”, describe Claudia a su hijo, quien aclara: “Mamá es mi fan número uno. En mi primer [campeonato] nacional en San Pedro, fuimos hasta Retiro en colectivo, de ahí una combi a la ciudad y luego caminando a la carrera”. No suele fallar, atrás de cada gran campeón, hay una madre que la rema.
* * *
Una bolsa de consorcio completa de basura por día. Botellas, plásticos, latas de aluminio, telgopor… no es el listado de una planta recicladora. Son los elementos que Agustín sube a su bote mientras rema por el arroyo Tapalqué en su Olavarría “casi” natal (llegó a los 7 meses luego de nacer en Bahía Blanca). “La cantidad de basura que se ve hoy día es muchísimo mayor”, asegura afligido Vernice. “Cada año se nota más todo lo que la gente tira a las calles y termina en el arroyo”.
Pasó media década de aquella bronca acongojada frente a la pantalla. Río de Janeiro quedó atrás y Vernice rema rumbo a Tokio. Será el único motor del kayak argentino que compita en los mil metros. Fueron miles de bolsas sacadas del arroyo. Millones de paladas clavadas en el agua. Y un objetivo, que explica él mismo: “Siempre soñé con eso, hay un largo camino a eso, antes está una final olímpica”. “Eso” que Agustín sueña y no nombra es una medalla olímpica. Llegó el momento de estar del otro lado de la pantalla: “Veremos donde estoy parado”.
La que dormía en una carpa con cierres rotos, la que servía los desayunos junto a la Comisión de Padres de Canotaje, la que conectaba colectivo, combi, caminata; está más allá de qué pase en la línea de llegada. “Con resultados buenos o no tan buenos -reconoce Claudia- la sensación es la misma: me siento orgullosa porque el deseo de lograr sus metas siempre pesó más que las frustraciones, el cansancio, las postergaciones o las renuncias”.
Agustín Vernice ya no tiene 12 años, pasó mucha agua bajo el bote, las olas del arroyo borraron las “causas pendientes”, ya nadie le recrimina que haya desviado la plata de sus meriendas...
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