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Agustín Vernice en los Juegos Olímpicos 2024: un cuarto puesto en K1 1000 que hizo historia en el canotaje argentino
El palista de Olavarría superó la ubicación en el quinto lugar de Javier Correa en Sydney 2000; en constante evolución, sueña con Los Ángeles 2028
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PARIS.- Es posible que Agustín Vernice sea uno de los deportistas argentinos de mayor jerarquía del momento y, al mismo tiempo, un atleta al que se le presta mucha menos atención de la debida. Simplemente porque el canotaje está lejos de ocupar la agenda deportiva y tampoco es un deporte que convoque multitudes. Pero lo que concretó en los Juegos Olímpicos París 2024 fue impresionante: terminó 4° en la final del K1 1000, después de un dramático photofinish, y superó la mejor actuación histórica de nuestro país, que correspondía a Javier Correa en Sydney 2000, con un 5° puesto.
Al oriundo de Bahía Blanca, olavarriense por adopción, se lo suele olvidar porque en sus temporadas regulares siempre oscila en esa delgada entre el quinto lugar y la zona de podio, siempre en finales. Encima, el calendario no lo favoreció para la consideración general del público: participó sobre el final de los Juegos Olímpicos y una cuarta ubicación –desde un pensamiento simplista- parece poca cosa, al lado de las medallas obtenidas por José “Maligno” Torres en BMX (oro), Mateo Majdalani y Eugenia Bosco en vela (plata) y Las Leonas (bronce).
Vernice (29 años), aquel que en su adolescencia se fascinó con el rugby y su familia “fierrera” quiso llevar para el automovilismo, entiende desde hace mucho la crueldad de esos juicios y la poca valoración, aunque no le importa y pronto volverá a mentalizarse para dar paladas rumbo a Los Ángeles 2028. A la hora del balance, este domingo, su tarea en el Vaires-Sur-Marne Nautical Stadium se apuntará como uno de los hitos salientes entre los 136 atletas de la delegación argentina.
Con un tiempo en la final de 3m28s10 -igualado con Uladizislau Kravetz, de Atletas Independientes, y a 4s7 del ganador, el checo Josef Dostal-, este “imbancable” del kayak, como se autopercibe, abandona la capital francesa con otro diploma olímpico al igual que en Tokio 2020, con la diferencia de que en Oriente había finalizado octavo, una pauta más de su superación.
“En otro momento hubiese pensado que si terminaba en un cuarto puesto, me iba a quedar mal porque no pude ganar una medalla. Pero éste fue un cuarto en el que lo di todo, no tenía más nada. Llegué un poco cansado a la final, aunque las competencias olímpicas tienen esta dinámica de semifinales y finales muy pegadas el mismo día y hay que adaptarse. Estoy contento porque, insisto: lo di todo, el ciento por ciento”, comentó el palista formado en el Club Estudiantes de Olavarría.
-¿Cómo sentiste la carrera?
-No sabía si venía octavo o cuarto, me llevé una sorpresa. Sabía que no estaba en posición de medallas, pero traté de no entregarme. En un momento era consciente de que había perdido esa zona de podio faltando unos pocos metros, aunque igualmente me quería quedar con la satisfacción de darlo todo.
-De acuerdo con tu evolución de los últimos años: ¿creías que tenías chance de llegar al podio?
-Sí, era posible. Pero también había una posibilidad de que no fuera así, porque son competencias muy cerradas y una cosa es entrenarse y otra, competir. Entrenándome hice cosas que creía que no podía hacer y el objetivo era plasmarlo acá. Un cuarto puesto no está mal.
-Tu logro superó al 5° puesto de Javier Correa en Sydney 2000.
-Es un sueño hecho realidad, pero no me gusta entrar en comparaciones porque son contextos diferentes. Y a veces un resultado es circunstancial, según entiendo. Pero ser “yo”, vivirlo en carne propia y tener la chance de estar en una final olímpica peleándola hasta el último metro me enorgullece.
-¿Qué proyectás para tu futuro deportivo?
-Tengo la suerte de haber contado con la energía y la determinación para haber mejorado cada año e ir por más. Ojalá en la próxima temporada sienta esa misma energía; yo creo que va a seguir siendo así, por supuesto. Por el momento quiero poner una pausa para disfrutar.
-¿Pudiste dormir en la noche previa a las últimas dos carreras?
-Sí, dormí, es algo que trabajé con mi psicólogo durante toda la temporada, porque he pasado más de una noche sin dormir. Lo primero que pensé cuando sonó el despertador es que el primer paso ya estaba dado.
-¿Cuánto evolucionaste respecto de los Juegos anteriores?
-Crecí muchísimo desde Tokio 2020 hasta acá. Ahora no me sorprende que me tiemblen las patas cuando voy a competir.
-¿Qué personalidad tenés?
-Soy imbancable: tengo un temperamento durísimo y exigente. A veces hablo mal y mi entrenador me tiene que soportar todos los días con mis virtudes y defectos. Trato de aprender de la experiencia. Si no, sería un tonto. No soy el mismo de Tokio y, si tengo la suerte de estar en Los Ángeles, no seré el mismo de París. De eso se trata: de lo que pudiste llevarte en base a esa experiencia.
-¿De qué manera evaluás el apoyo, para un atleta sudamericano como vos?
-El presupuesto debe ser mayor, porque tenés que estar muchísimo tiempo fuera de casa. Hasta querer formar una familia es algo muy complicado, mientras que a los colegas europeos se les facilita porque compiten acá y en dos horas se toman en vuelo y ya están en sus casas. Yo, en cambio, estoy a 13.000 kilómetros. Pero no es una excusa: todos tenemos dos brazos, dos piernas y los argentinos tenemos un corazón muy grande.
-¿Disfrutaste de los Juegos, más allá de la competencia?
-Un poco. Anoche hice algo impensado, que fue cenar con mi novia en un lugar cualquiera. Fue algo que no me hubiese animado a hacer en otros momentos y Gustavo, mi psicólogo, me dio el okey. Me dijo: ‘Vos tenés que estar concentrado mañana, no hoy”. Y eso me ayudó muchísimo a llegar y a dormir como un bebé. Además, mi novia es una grosa, una genia, porque sabe que yo estaba… perdón la expresión, con los huevos en la garganta, y me costaba comer. Ella me decía: “Dale, comé un poquito más”. Y yo comía un bocado y me repetía: “Dale, comé un poco más”. En Tokio recuerdo casi no haber comido y esta vez hablamos de otra cosa… Eso fue clave. Por eso es que uno no rema solo: mi familia remó conmigo.
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