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A Mo Farah correr le salvó la vida
Un documental que estremece sobre la vida del rey del atletismo
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“Matar a todos menos al cuervo”. El documental de 2016 de Al Jazzeera viaja a Gabiley, ciudad natal de Mo Farah, y documenta el genocidio contra el clan Isaaq. Mohamed Siad Barre, el general que gobernó Somalía de 1969 a 1991, ordenó “matar a todos menos a los cuervos”. Destruyó Hargeisa, capital de Somalilandia, a sesenta kilómetros de Gabiley. Miles de muertos y de torturados. El cineasta Zach Jama, refugiado en Canadá por sus padres, advirtió en pleno documental la necesidad de la gente de contar a sus muertos, mientras filmaba el trabajo que realizaba el antropólogo forense peruano José Pablo Baraybar en las fosas comunes.
“Reconocer para reconciliar”, decían unos en Somalilandia. Otros no perdonan que muchos de los asesinos todavía caminen tranquilos por las calles de Mogadiscio, capital de Somalía. En ese horror nació Mo Farah. El rey del atletismo cuenta ahora que Londres no fue inicialmente un refugio. Reveló que en 1993 lo llevaron engañado para trabajar como esclavo doméstico. Tenía nueve años.
Somalía está en el Cuerno de África, junto con Yibuti, Eritrea y Etiopía, 130 millones de personas, guerra y hambre, una de las regiones más pobres e inestables del mundo, a solo unas horas de vuelo de la ostentosa Qatar, sede del Mundial. Colonizada por Gran Bretaña, Italia y Etiopía, Somalía, en guerra civil tras la caída en 1991 de Siad Barre, invadida por los Estados Unidos, sufre hoy una cuarta temporada de sequía que liquidó cosechas, secó ríos, mató ganado y dejó al país cerca de una nueva gran hambruna (la de 2011 mató a 260 mil personas; la mitad de ellas, niños).
Se suman el conflicto interno y las consecuencias de la crisis climática y de la guerra en Ucrania. Miles escapan en caminatas eternas, y esquivando minas clandestinas, a campos de refugiados de la antes castigada Somalilandia, hoy, paradójicamente, más pacífica y estable, otra vez independiente desde 1991, con 4,4 millones de habitantes, camellos por todos lados, moneda, ejército y parlamento, pero no reconocida como una nación, por el temor de que otras regiones la imiten y África explote aún más. Somalilandia, uno de los países más pobres del mundo, también tiene su propia bandera. Es la bandera tricolor con la que Farah posó alguna vez antes de su coronación definitiva en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Ganó los 5000 y 10.000 metros (repitió en Río 2016). Su momento dorado. La Corona británica le concedió el título de “Sir”.
Through this documentary I have been able to address and learn more about what happened in my childhood and how I came to the UK. I'm really proud of it and hope you will tune into @BBC at 9pm on Weds to watch. pic.twitter.com/rqZe41gFm8
— Sir Mo Farah (@Mo_Farah) July 11, 2022
La consagración de 2012 movilizó a la prensa británica hasta Somalilandia. Faisal, el mayor de ocho hermanos, posando con su buzo del equipo británico (“Team GB”), mientras burro y vaca arrastran un arado de madera. Caminando casi siete kilómetros hasta Wajale, el pueblo más cercano con electricidad, para ver por TV a Mo, el héroe que regresa anualmente y ayuda a su pueblo.
En esa misma crónica de 2012, la familia reitera la historia oficial. Que tenían un buen pasar en Mogadiscio, hasta que la violencia forzó una primera mudanza a un campo de refugiados en Somalilandia y, luego, a la vecina Yibuti y que a los nueve años Mo se unió a su padre, que había vuelto a Londres. Nunca fue así. Su padre Abdi murió baleado cuando él tenía cuatro años. Y desde Yibuti, donde la madre lo envió junto con su gemelo al cuidado de un tío, el niño fue llevado a Londres. Víctima de tráfico infantil. La mujer que lo llevó le ordenó que cuidara niños en otras casas. Le aclaró que ya no era más Hussein Abdi Kahi. Debía llamarse Mohamed Farah.
Miles verán esta noche el documental de la BBC (la misma BBC que hace dos años sugirió que Farah corría dopado). Hoy todo es conmoción. Porque el campeón cuenta que lo engañaron diciéndole que en Londres vería a su familia. Y que se encerraba para llorar en el baño de su casa en el barrio de Hounslow. Y escuchaba “poemas” y “canciones tristes” que su madre Aisha le hizo llegar de modo clandestino. Conmueve ahora el abrazo con la madre en la granja de Somalilandia.
El campeón cuenta que decidió contar su verdadera historia por sus hijos y para denunciar el tráfico humano. Se estima -las cifras son extraoficiales- que hoy mismo hay unos 13.000 casos en el Reino Unido, donde el debate sobre los refugiados cobró fuerza tras la decisión del gobierno de realizar deportaciones masivas a Ruanda. “Lo más difícil -dice el campeón en el documental- es admitir que alguien de mi propia familia puede haber estado involucrado en la trata”.
Corremos desde hace dos millones de años, cuentan Martín De Ambrosio y Alfredo Ves Losada en su hermoso libro “Por qué corremos” (2012). Corremos por salud, placer, épica, competencia o para escapar. A Mo Farah correr le salvó la vida. Lo advirtió Alan Watkinson, su profesor de Educación Física, cuando vio que el niño en crisis se transformaba cada vez que salía a la pista. Tenía “alas en los talones”.
Vuelvo al documental sobre Gabiley, donde Mo construyó un estadio de fútbol y donde papá Abdi está en las fosas comunes que se descubren cuando cae la lluvia torrencial. “Matar a todos menos al cuervo”. Leo el dicho sobre la creencia de que el cuervo lleva el alma del fallecido “a la Tierra de los Muertos”. Pero lleva también “su profunda tristeza y el alma no puede descansar”. Y que entonces, “a veces, solo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal”.
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