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A 40 años de Malvinas: 12 nadadores y una travesía de 40 kilómetros en el Río de la Plata en homenaje a los ex combatientes
La conmemoración demandó unas 15 horas en promedio, con partida en aguas internacionales y Ensenada como destino; la dificultad del nado y la emoción de los veteranos de guerra
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Cuando los primeros nadadores llegaron a la costa de Punta Lara, Ensenada, comenzaron a sonar los acordes de la Marcha de las Malvinas. Fuera del agua estaban sus familiares y un grupo de ex combatientes. Había aplausos, banderas, abrazos y emoción. A las 16.30 del sábado 5 de marzo, la banda de la Escuela de Suboficiales del Ejército Sargento Cabral musicalizó la escena con la marcha que es también el himno de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. El grupo de veteranos de Malvinas recibió a los nadadores. Era el epílogo de la Travesía Río de la Plata, en la que 12 deportistas nadaron 40 kilómetros por el 40º aniversario de la gesta de Malvinas, que se cumplirá el 2 de abril. Un desafío que dejó de ser un sueño. Un sueño que ya era una realidad.
Atrás quedaron la ansiedad, la tensión y la adrenalina previas. Atrás quedaron las 15 horas de nado en promedio en el Río de la Plata, donde dos personas realizaron el cruce completo y otras fueron relevándose en equipo, cada una hora; cuatro nadadores en un grupo y otros seis distribuidos en dos conjuntos de tres. “Desde la organización canalizamos y amortiguamos todas las emociones de los nadadores, porque hubo muchas expectativas en juego”, dijo al llegar Gustavo García Gualtieri, el coordinador general del grupo Aguas Abiertas.
Resumen de la travesía
“Había muchos sueños que estaban por concretarse. Además, en las horas previas se sumaron todas las gestiones administrativas y operativas que se acrecientan en el contexto de la pandemia que aún vivimos”, agregó García Gualtieri, que remarcó que para llevar a cabo un acontecimiento de esta envergadura se requirió “muchísimo esfuerzo, concentración y no dejar nada librado al azar”. Valió la pena: “Los nadadores vivieron siempre esta travesía con alegría”, destacó el organizador.
Claudia Vicchio se entrena en el country club de Banfield y nadó en equipo con Soledad La Fico Guzzo, Marilyn Rayas y Silvina Crosa. Describió al río como “mágico y poderoso”, y sintió que nadar fue como un privilegio. “El movimiento continuo y la energía del río son inigualables. Hubo momentos en que tomé dimensión del lugar en el que estaba: en el corazón del río, sintiendo sus olas. Y en otros instantes pensaba sólo en dar una brazada más”, narró Vicchio.
Las dificultades del cruce
Los nadadores salieron al alba, en aguas internacionales, cuando aún se podía divisar las estrellas en el firmamento. No hubo tormentas eléctricas, ventarrones ni ráfagas, como sí estaban pronosticados. Apenas algunas gotas al llegar y el cielo nublado. “La mitad del cruce es el momento más difícil, porque se empieza a sentir el cansancio. Los nadadores, en ese momento, tienen como una batalla mental y aparecen los interrogantes: ¿continuar o no continuar?, ¿hay que seguir soportando?, ¿vale la pena este desafío? Allí aparecen los fantasmas y las situaciones más complejas tanto en lo físico como en lo mental”, advirtió García Gualtieri.
Para el cuarteto conformado por Vicchio, La Fico Guzzo, Rayas y Crosa, uno de los tramos complejos fue el de la primera hora y media de nado, justo antes del amanecer, cuando apenas veían las estrellas, las linternas de los kayakistas y la luz de la embarcación de apoyo. Pero en ese segmento inicial el río estuvo calmo, no había viento. Tener experiencia en el nado nocturno las ayudó en la orientación inicial.
Lo que en aguas internacionales era un río apacible, con la salida del sol fue cambiando. Sobre el mediodía se nubló el cielo y aparecieron las olas. Y esas condiciones se mantuvieron, dificultando el nado hasta el final. “Superaron los inconvenientes ampliamente, tomando decisiones con libertad y alegría”, celebró García Gualtieri.
“El viento tuvo oscilante, de entre 6 y 14 nudos, según la parte del río. Fue lo que más repercutió, ya que no hay costas cercanas”, añadió el coordinador de Aguas Abiertas. Cuando cruzaron los canales de navegación del Mitre y la empresa Buquebus, “más se movió el río”, relató García Gualtieri, como si el de la Plata tuviera vida propia.
“Cuando se nada en el río más ancho del mundo, uno ve agua por todos lados. Las costas están siempre a 20 kilómetros. De un lado, el río marrón, y del otro, el mar abierto. En un trayecto extenso se ve solamente agua. Los seguros de vida fueron las embarcaciones, los guardavidas. Los mástiles más altos de los veleros, que enarbolaron la bandera argentina, siempre flameando. El norte del nadador estuvo ahí”, comparó con emoción el organizador de la travesía.
El equipo integrado por Augusto Albini, Gustavo Brombini y Carlos Maquieira necesitó 12 horas y media para cubrir la distancia. Nadar en el Río de la Plata “es una sensación inigualable de contacto con la naturaleza”, coincidieron los tres. Y subrayaron que los cambios en los oleajes y el viento obligaron al grupo a modificar constantemente la técnica.
“Durante el tiempo de nado uno está pensando en mantener la técnica para evitar una caída en la eficiencia, que conllevaría un desgaste mayor. Hay que estar muy pendiente de las indicaciones del entrenador, que permanentemente está observando y asistiendo en todo, desde la hidratación hasta lo físico y lo anímico”, expresó Albini.
Martina Mastrángelo, Diego Suárez y Leandro Hereñú son oriundos de Luján, denominan “Paranacitos” a su grupo y realizaron en conjunto el entrenamiento. Al arribar, sintieron que todo el trayecto había sido complejo. Cruzar el Río de la Plata fue diferente a todo lo que habían transitado hasta el momento: otros ríos, lagunas, mar, aguas heladas. “Tuvimos que nadar con olas de hasta casi dos metros en algunos momentos, que venían de costado, de frente, de cualquier lado. Teníamos que acomodar el cuerpo continuamente”, manifestaron entre los tres.
“La única manera de llegar a la orilla es seguir las señales que vienen de afuera, de quienes asistimos permanentemente. Todo lo demás fue agua, agua y agua”, graficó García Gualtieri.
Casi en el desenlace de actividad, el equipo compuesto por Vicchio, La Fico Guzzo, Rayas y Crosa advirtió que llevaba más de media hora en el mismo lugar, sin avanzar. Un cambio en la corriente las arrastraba hacia Quilmes. Aún les restaban cinco kilómetros hasta la meta, con una hora de luz natural por delante. Y entendieron que era momento de dar por concluida la travesía. “Contra la naturaleza no se puede”, sostuvieron.
El homenaje por la gesta de Malvinas
Al llegar a la costa, Gustavo Brombini, del club Muñiz, sintió un abrazo de alguien a quien no conocía. El hombre le dijo: “Gracias por lo que hacen por nosotros”. Sólo entonces Gustavo advirtió que se trataba de un veterano de Malvinas. “Creo que como sociedad estamos olvidando a nuestros héroes. Hay que mantener viva la memoria”, enfatizó Brombini, que cree haber estado entre 13 y 14 horas nadando: perdió la noción del tiempo al salir del agua.
Luego de la Marcha de Malvinas, la banda de la Escuela Sargento Cabral tocó el himno nacional argentino. Los primeros nadadores alentaron a quienes aún estaban saliendo del agua entre los matorrales, los aplausos y los abrazos.
En la llegada, los ex combatientes presentes aportan rostros, emoción y nombres a la evocación malvinense: son Ramón Quarenta, Arturo Pedeuboy y Enrique Álvarez, del centro de veteranos de guerra de Luján. “Fue uno de los mejores homenajes que nos hicieron. Profundamente agradecidos”, manifestó Álvarez. Los deportistas, entonces, terminaron de dimensionar el valor de lo que acababan de hacer. Mucho más que 40 kilómetros de nado en el Río de la Plata.
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