Zygmunt Bauman: lo líquido como imagen de una época
El sociólogo polaco reflexionó obsesivamente sobre los cambios del mundo actual y fue un referente antiglobalización
"Cuando hablaba, escuchaba; cuando enseñaba, aprendía." Para la mayoría de quienes ayer se encontraron con la noticia de su muerte, Zygmunt Bauman fue, ante todo, el sociólogo creador de una de las más conocidas metáforas sobre el devenir de la sociedad posindustrial: el concepto de "modernidad líquida". Pero para su colega Keith Tester, coautor de La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones, Bauman fue un maestro, alguien capaz de dignificar la idea del diálogo y un intelectual cuyos libros y seminarios "eran lugares donde podíamos explorar juntos el modo de ser humanos".
Nacido en Poznan, Polonia, en 1925, Bauman fue testigo -incluso víctima- de las transformaciones que dieron forma al siglo XX; luego se convertiría en un atento observador de los procesos que alumbraron al siglo XXI. De origen humilde, conoció la persecución antisemita, la catástrofe de la muerte masiva, el hostigamiento político. Tradujo estas vivencias en un pensamiento donde, más allá de la mirada sociológica, lo que primaba era el imperativo ético, la insistencia de la pulsión humanista. Sus grandes temas fueron los vínculos entre modernidad y Holocausto, el impacto de la globalización, el consumismo y los modos en que la liquidez de lo financiero habría terminado impregnando un lazo social que, a su vez, se volvió "líquido". Prolífico (escribió más de 50 libros), como urgido por su tenaz crítica al orden global actual, se mantuvo activo hasta último momento. Justamente ayer, el diario español La Vanguardia publicó una entrevista realizada por correo electrónico donde, consultado sobre el Brexit y Trump, el pensador de 91 años lanzaba, no sin furia: "Estamos pagando el precio por los 30 o 40 años de atracón, de juerga otorgados por una serie de obsesiones demoníacas interconectadas, como vivir a crédito, la orgía consumista, la creciente brecha entre los ganadores y los derrotados, la nacionalización de las ganancias y la individualización de las pérdidas".
Testigo de la historia
Zygmunt Bauman era un niño cuando su familia, judía, se vio obligada a huir del nazismo y, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, se instaló en la Unión Soviética. Finalizado el conflicto, regresó a Polonia, donde militó en el Partido Comunista. Alguna vez aseguró que su adhesión a la izquierda tuvo que ver con el recuerdo de una infancia pobre y las humillaciones que vio soportar a su padre. Estudió Sociología y Filosofía en la Universidad de Varsovia, donde luego fue profesor. Pero Polonia, su tierra natal, le era renuente. En 1969, una campaña antisemita sacudió el régimen comunista: Bauman debió dejar su puesto en la universidad y emprender -otra vez- el camino del exilio.
Se instaló durante un breve tiempo en Israel, donde fue profesor en las universidades de Tel Aviv y Haifa. A principios de los 70, él y su familia viajaron a Gran Bretaña. La Universidad de Leeds se convirtió en su hogar: hasta 1990 dirigió el departamento de Sociología, y luego mantuvo prolíficos vínculos académicos (que incluye el Bauman Institute:http://baumaninstitute.leeds.ac.uk).
La aceptación que fue recibiendo en los círculos intelectuales europeos (obtuvo el Premio Amalfi de Sociología y Ciencias Sociales, el Theodor W. Adorno y el Príncipe de Asturias de Comunicación), no se correspondió con lo que ocurría en Polonia, donde nunca pudo dejar de ser controversial. Mientras su figura de humanista crecía -incluso, mientras se convertía en el gran referente de los movimientos antiglobalización-, en 2006 un historiador polaco reveló documentos que demostraban su antigua pertenencia a una organización estalinista, acusada de asesinar a opositores al régimen. Bauman reconoció haber integrado esa agrupación, pero aseguró que nunca desempeñó tareas que no fueran de escritorio.
La discusión sobre el concepto de modernidad, sus alcances y la impugnación de algunos de los presupuestos habituales sobre este término marcó la mayoría de sus trabajos. En Modernidad y Holocausto, de fines de los 80, cuestionó la idea de que la barbarie nazi se hubiera debido a un "fracaso" de los ideales de la modernidad. En una línea de pensamiento que se nutría de lo que ya habían trabajado Adorno y otros integrantes de la Escuela de Fráncfort, consideraba que en el dispositivo nazi había un componente de racionalidad, burocracia e industrialización plena y absolutamente moderno.
La reflexión sobre los claroscuros de la modernidad también está en la base de su concepto más popular. Cuando escribe La modernidad líquida lo hace cuestionando el binomio modernidad/posmodernidad. Para él, no habitamos una sociedad posmoderna, sino una instancia particular de la misma modernidad -su mismo anclaje en lo racional- que presidió la mayor de las catástrofes humanas. La diferencia estaría en que, mientras aquella modernidad se basaba en instituciones, pautas y modelos de sociabilidad "sólidos", la actual se construye a partir de la flexibilidad, la desregulación, el cambio continuo, la incertidumbre. El mundo líquido es la máxima expresión de la modernidad enamorada del cambio y la emoción permanente. También es el mundo de lo impredecible y, por ende, del miedo.
A fines de los 90, integrantes del movimiento antiglobalización sintieron que Bauman describía ese estado de cosas contra el que ellos se manifestaban. La noción de lo líquido impregnó -incluso a riesgo de cierta saturación- la obra del pensador: Vigilancia líquida, Sobre la educación en un mundo líquido, Vida líquida, Miedo líquido, Arte ¿líquido?
En los últimos años, su preocupación se centró en el drama de los refugiados (Extraños llamando a la puerta), el consumismo y la creciente tensión política a nivel global. "La gente hace historia mientras es hecha por la historia", le escribió a La Vanguardia. Desde ayer su nombre forma parte de esa historia a la que intentó pensar.
Redes sociales
"La soledad, sentirse abandonados, son grandes temores de estos tiempos de individualización (...) Muchos usan las redes sociales no para unir ni ampliar sus horizontes, sino por el contrario, para encerrarse en lo que yo llamo «zonas de confort», donde el único sonido que oyen es el eco de su voz"
Refugiados
"La gente que ayer estaba orgullosa de su hogar, de su posición en la sociedad, muy a menudo muy bien educada, ahora son refugiados y vienen aquí"
Felicidad
"Nos han hecho esclavos del consumo, las tiendas, las grandes superficies. La búsqueda de la felicidad equivale a ir de compras"
Temas
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