Yves Bonnefoy: el poeta que hizo de la memoria un país
Anteayer, a los 93 años, murió unode los mayor poetas franceses del siglo XX, Yves Bonnefoy. Había nacido en 1923, en Tours. Estudió matemáticas y filosofía, pero pronto se trasladó a París y se dedicó a la poesía. Fue candidato al premio Nobel por su obra poética pero también por su labor como crítico de arte y traductor. Escribió más de cien libros, que se tradujeron a una treintena de idiomas. Por ellos recibió, entre otros premios, el Goncourt en 1987 o el de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) a las lenguas romances en 2013.
En primera persona
Enterado de la reciente muerte "real" de Bonnefoy, pienso otra vez, busco decir otra vez, lo que su poesía es para mí. Lo que me hizo acercar a un lugar de evidencia: la traducción.
¿Pero cómo fue, si siempre lo que busqué fue traducir a un poeta único, al mismo Yves Bonnefoy? ¿O acaso porque él reunía la esperanza de poder llegar a hacer un habla con lo que habría sido en un comienzo una sílaba, borradas letras, una palabra desconocida, un rostro bajo la lluvia, un copo de nieve, un instante?
Y comenzar a traducirlo fue comprender imperfectamente, y buscar el sosiego de esa incomprensión en mi experiencia con las palabras, en mi propia "escritura". De modo que es con nuestra propia vida -lo que ella supone de riesgo en la inexactitud- como traducimos y leemos la poesía.
Pasada la gran primera época de su poesía -libros tales como Del movimiento e inmovilidad de Douve, Ayer reinante desierto, Piedra escrita y En el señuelo del umbral-, es en La vida errante donde recomienza sin duda su nuevo drama. En poemas que recogen de los primeros momentos de su obra toda la intensidad y la música, Bonnefoy retoma con más fuerza todavía ese acometimiento de la invención del lugar, de la permanencia en un mundo vislumbrado como arrière-pays (que podemos intentar traducir como transtierra o transpaís o el más definitivo ultramundo).
Es en Comienzo y fin de la nieve, en La lluvia de verano y en Las tablas curvadas, donde Bonnefoy sin vacilar, pero convenciéndonos, nos conduce a lo que entrevió como su verdadero paraíso: su memoria, su infancia, su obsesión; piedras y agua en una especie de sobrenaturaleza. País simultáneo que encuentra en algunos momentos de la pintura italiana del Cuatrocientos, en la arquitectura de Palladio, en las perspectivas de Brunelleschi y Alberti; en la tumba de Gala Placidia, en Ravena; o simplemente en el callejón sin salida de sus dos versiones de la Rue traversière de su Tours natal que concluye: "A los demás -y que sea la escritura, despliegue del ala, a veces -uno les debe el sentido".
Que sus palabras permanezcan.
El autor es poeta y traductor
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