Ya no se habla como antes
Voy a dejar de lado los balances del año, para qué amargarse por lo que todavía no se consiguió y si hubo cosas lindas ya son del pasado, y voy a arrancar el 2023 con un texto amargo, un texto que si existiera el libro de quejas de la vida (quién no tendría algo para escribir allí) debería quedar plasmado en sus páginas. Voy a hablar de la nueva tendencia a dejar de hablar.
Hace unas semanas compré por internet algo que solo se vende por internet y que no debería haber comprado porque la persona a quien iba destinado también lo compró. Pero como me di cuenta minutos después, me quise comunicar con la empresa que lo vendía para pedir un cambio o la devolución del dinero, pero no pude encontrar un solo número de teléfono en toda la web en la que había hecho la transacción. Sí di con un link que decía “Arrepentimiento de compra” y puse mis datos, mis motivos, lo demás y esperé. Silencio. A los tres días me llegó un mail que decía “recibimos su consulta”. Respondí y solicité un número de contacto. Silencio por dos días. Esto que había comprado tenía fecha de vencimiento por lo que si no lo cambiaba en las horas por venir, iba a perder el dinero y nunca es tiempo para perder dinero, menos lo fue 2022 (esto es lo poco que voy a decir sobre ese año) así que comencé a ponerme de mal humor. Llegó un mail. Peor. El mensaje, escueto, decía que debía brindar más información y yo insistí en que por favor me mandaran un teléfono para explicar lo que había ocurrido pero silencio. Recibí un nuevo mail recién al otro día; decía que mis datos estaban registrados y que solo quedaba esperar. Sobre el número, silencio. Faltaban 48 horas para que yo perdiera la plata y no tenía ni un nombre para maldecir porque los mails no estaban firmados. Volví a escribir. A las 12 horas del plazo llegó otro mensaje que decía que si la devolución había sido aprobada, me iban a avisar por mail. Pedí otra vez un teléfono y repetí que estaba por perder dinero y silencio. Busqué a la empresa en google y me ilusioné con encontrar lo que me negaban, silencio. Pregunté a mis colegas si tenían un contacto. Silencio. La busqué en redes sociales. Ahí sí estaba. Abrí el chat y solicité un número de contacto pero nada, de nuevo. Silencio.
¿A quién se le ocurrió manejar una situación a través de una seguidilla de mails? Hay cosas que solo se pueden decir cuando se habla. ¿Cómo se muestra la bronca en pocas líneas? Tenía la garganta hecha rabia por el desplante. ¿Qué es esto de no hablar? Me preocupa que sea una tendencia en ascenso, primero las empresas con los clientes pero luego las empresas con sus empleados, los empleados entre sí, los empleados con sus familias, los amigos, las padres con los hijos, las madres, los docentes en el aula, yo, por ejemplo, con mis sobrinos. Me preocupa porque cuando no hablamos decimos menos. En el chat decimos menos. nadie quiere escribir tanto. Tampoco hay espontaneidad o un hilo que lleve de un lado a otro. Y sin embargo… Ya no hablamos para pedir comida: abrimos una app, tocamos la pantalla del celular y listo. Ya no hablamos para los cumpleaños: mandamos mensaje. Ya no hablamos para saludarnos cuando termina el año. Hace no mucho después de las doce las líneas colapsaban porque todos nos llamábamos al mismo tiempo. Ahora no, ahora silencio.
La estrategia es brillante. Alguien tiene una queja pero no puede hacerla porque el destinatario no tiene teléfono. Y la queja que no se dice, ¿es queja? Per o si no hay teléfonos, si no se puede hablar para mandar a la gente al demonio, en ese hueco también queda lo otro: el amor, un te extraño, la admiración. Cuánta soledad.
En el siguiente resumen de mi tarjeta de crédito apareció el reembolso. nadie me lo había confirmado. Silencio.
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