Ya no hay tiempo para escribir cartas de amor
Los que tienen hijos chicos quizá ya saben esto. Entiendo que inspira debates pedagógicos y tengo por acá un estudio científico sobre el asunto; enseguida se los paso. El caso es que la escritura cursiva está desapareciendo.
Tan es así que es posible (improbable, pero posible) que alguien ni siquiera sepa qué es la cursiva. Es escribir a mano ligando cada letra con la siguiente. Así te enseñaban a escribir hace medio siglo; es, por mucho, más eficiente que usar las letras de imprenta. Es asimismo más difícil de aprender, según leí por ahí, como si difícil fuera sinónimo de malo. Dicho sea de paso, también se llama cursiva a la bastardilla o itálica. Pero no son lo mismo. Aquí me refiero a lo que coloquialmente llamamos letra cursiva o escribir a mano en cursiva. Y, para evitar quejas, sí, hay mucha variación respecto de cómo, dónde y cuándo se imparte esta destreza. Si se la imparte.
No es el punto. La irrupción de las así llamadas nuevas tecnologías fue tan explosiva que la cursiva no solo casi desapareció, sino que, para el que no conoce sus vericuetos, resulta ilegible. Es como un texto cifrado. La razón es simple. Las letras en cursiva tienen poco que ver con las mayúsculas de imprenta, y aunque conservan cierto parentesco con las minúsculas, las ligaduras y el estilo personal (tu letra, como se decía) vuelven los manuscritos muy difíciles de descifrar. Salvo que sepas escribir en cursiva, claro, en cuyo caso solo la proverbial letra de médico aparece como algo hermético; aunque los farmacéuticos parecen poseer un superpoder para leer las recetas.
Bromas aparte, siempre escribí en cursiva. He leído trabajos sobre los beneficios pedagógicos y neurológicos de escribir en cursiva; les dejo uno, de muestra. Hay muchísimos, para mi asombro. Acá hay otro, del gobierno de la provincia de Chubut, por ejemplo. Son esfuerzos loables. Pero se habla poco del placer de redactar así.
Escribir tiene fama de ser algo muy mental, la más cerebral de las artes. Nada que ver. Pero solo lo vas a entender cuando sientas el texto en el cuerpo. Si pretenden salvar la cursiva, la sensualidad me parece más atractiva que el rédito neurológico. No soy un experto, sin embargo.
Por razones imperiosas, no puedo escribir todo a mano, pero mis dos plumas están siempre listas y las uso para todo lo que no sea urgente. Hay algo extraordinario, además, en la naturaleza única de una página manuscrita. Tenga o no valor literario, es semejante a un ser vivo, a las hojas de hierba, a cada cielo de cada día de tu vida. Si te tomaste el tiempo de mirar, claro.
Mis primeros textos, que conservo, son de cuando tenía 10 años. Así que me pasé la vida sintiendo el papel bajo la pluma. Cuando era chico y ya tenía berretines de escritor, solo usaba la birome azul de trazo grueso; nunca fino, nunca de otro color. Hoy no puedo ni quiero dejar de empuñar mis plumas, advertir que el amor está intacto y sentir de nuevo ese regocijo, que en las jornadas más dolorosas es la única alegría que nos alumbra.
Pero esperen, no voy a despotricar contra los celulares ni a dar un sermón sobre el valor patrimonial del arte de escribir ni a pontificar sobre los buenos viejos tiempos.
Lo que quiero decirles hoy es que estos ocasos han ocurrido una y otra vez durante la historia de la civilización. La tarea poética (íntima, hermosa, apasionada) de escribir cartas de amor ha durado solo un puñado de siglos. Durante la mayor parte de la historia, casi nadie supo escribir. Ni en cursiva ni de otro modo. No me opongo (todo lo contrario) a tratar de salvar el arte, alguna vez masivo, de la cursiva. Pero todo esto me ha tenido pensando mucho últimamente. Creo que a lo mejor deberíamos aprender a perder estas prácticas bellas con dignidad. Sin escándalo. Recuerdo que escribí sobre el tema hace casi dos años, en esta misma columna. El tiempo no parece prestarle atención a los razonamientos medulosos. Mucho menos a los bienintencionados. En el medio apareció ChatGPT, y nos están inundando por esos textos edulcorados de la inteligencia artificial.
No me quejo. Pero si se muere la escritura, ¿estaremos en condiciones de salvar la lectura?
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