#Womenintranslation: un fenómeno literario de y por ellas
En los últimos años, con muy poco tiempo de diferencia, varias autoras argentinas contemporáneas supieron ganarse un sólido lugar en el exterior. Aún más: Samanta Schweblin, en 2017, y Ariana Harwicz, hace unos meses, fueron finalistas del prestigioso premio Man Booker e invitaban a fantasear con una tendencia del ámbito local con posibilidades de impacto internacional. Pero lo cierto es que este posicionamiento en el mercado de habla inglesa no es consecuencia exclusiva de las virtudes literarias de las escritoras ni del creciente interés económico de las editoriales por la aparición de fenómenos extranjeros -como Stieg Larsson, Karl Ove Knausgård o Elena Ferrante-. Existe un tercer componente que tuvo un rol decisivo: las traductoras.
Si bien desde los años 70, en el ámbito de los estudios de género, se comenzó a estimular la traducción de textos producidos por mujeres como una forma de equilibrar los huecos producidos por años de veda al campo intelectual, fue con la llegada de las redes sociales y la concientización producida por el auge de los movimientos feministas que ciertas búsquedas aisladas comenzaron a tomar una forma organizada. En mayo de 2014, Meytal Radzinski -sorprendida por las estadísticas que indicaban que menos de un tercio de las traducciones publicadas en inglés eran obras de escritoras- funda el blog Woman in Translation Month para estimular a sus lectores a que compartan sus experiencias con libros de mujeres traducidas al inglés, usando el hashtag #womenintranslation. En la misma línea, a comienzos de este año, apareció un blog de la Universidad de Exeter creado por Helen Vasallo con un objetivo todavía más preciso: libros de mujeres traducidos por mujeres. "Estadísticamente, son los hombres los que son más traducidos y los que hacen la mayor parte de las traducciones. El proyecto apunta a cuestionarnos por qué", dijo a LA NACION la creadora de Women Translating Women.
En el caso de las autoras argentinas, los datos confirman la tendencia. A los libros de Schweblin (Fever Dream, Oneworld Publications, 2017) y Harwicz (Die, my love, Charco Press, 2018), hay que sumarles las publicaciones de Mariana Enríquez (Things we Lost in the Fire, Hogarth, 2017), Romina Paula (August, Feminist Press, 2017), Gabriela Cabezón Cámara (Slum Virgin, Charco Press, 2017) y Carla Maliandi (The German Room, Charco Press, 2018), todos traducidos por mujeres.
"Dado que el número de escritoras que se traducen es relativamente bajo, creo que las traductoras sentimos una necesidad de buscar, traducir y promover escritoras mujeres que quizás de otro modo pasarían desapercibidas en el ambiente de hombres blancos y de clase media que históricamente ha dominado la industria editorial", comenta Charlotte Coombe, traductora de Fish Soup (Charco Press, 2018), publicación que compila tres libros de la colombiana Margarita García Robayo.
Al igual que otros logros del feminismo, el intento de incrementar la publicación de libros escritos por mujeres produjo malestar en las viejas lógicas: la principal crítica a la "discriminación positiva" pone en tela de juicio las virtudes de este tipo de prácticas por considerarlas arbitrarias y artificiales.
"Hay gente que se preocupa por la posibilidad de que empecemos a priorizar cuestiones de identidad por sobre la calidad del arte. Pero el abrirnos a voces femeninas no significa que vayamos a perder los estándares y la suposición de que incluir más mujeres significa bajar el nivel la encuentro insultante. Hay obras muy buenas escritas por mujeres y no cuesta tanto encontrarlas, solo hay que querer hacerlo. Muchos hombres sienten que el mundo está tratando de censurarlos o callarlos, pero no se trata de callar a nadie sino de hacer la conversación más inclusiva", concluye McDowell, traductora de libros de Schweblin y Enríquez.
"Renuncio a demostrar una obviedad: que a las mujeres les cuesta más que a los hombres diseñar y ocupar un espacio público que, por razones que son vividas como naturales, no es hospitalario con la presencia femenina", decía Beatriz Sarlo en Una modernidad periférica al recordar que el primer libro publicado por Norah Lange fue prologado por Borges, el de Alfonsina Storni por Juan Julián Lastra y el de Victoria Ocampo tuvo epílogo de Ortega y Gasset. Tuvieron que pasar casi cien años para que Lange volviera a ser recuperada pero, esta vez, por una mujer. Si bien el prólogo sigue siendo escrito por un hombre (Cesar Aira), fue Charlotte Whittle, traductora y doctora en literatura hispanoamericana, quien se puso al hombro la tarea de que Personas en la sala fuera publicada este mes por el sello And Other Stories. "Me pareció un gran misterio el hecho de que una novela tan lograda no fuera más conocida -comentó Whittle a LA NACION-. La novela de Lange es una joya que se merece el estatus de un clásico del modernismo por su manejo de la tensión, el juego de la mirada y la creación de una voz obsesiva."
El interés por hacer visible la obra de escritoras no apunta exclusivamente a reacomodar el campo cultural contemporáneo, sino que se interesa también por reescribir la historia de la literatura. "Hay muchas escritoras que, por una varios factores, en su momento no recibieron el reconocimiento debido e incluso fueron excluidas del canon literario por los prejuicios de la época. Me parece que hay mucho interés en recuperar esas voces. Y los traductores podemos ejercer un papel de curaduría en este proceso", concluye Whittle.
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