William Ospina: "En una misma novela caben muchas obras distintas"
El autor colombiano cree que cada nueva ficción es una aventura; en la más reciente, fue tras los pasos de la noche que vio nacer al personaje de Frankenstein
Después de publicar una trilogía de novelas sobre la conquista de América, integrada por Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos, William Ospina pasó cinco años rastreando qué sucedió una noche de junio de 1816, cuando a causa de la erupción de un volcán en Indonesia se desató una ola de frío en Europa. En esos días se reunieron en una mansión de Villa Diodati, frente al lago de Ginebra, poetas y escritores como Lord Byron, John Polidori y Percy y Mary Shelley, entre otros. De ese encuentro surgieron dos personajes modernos: Frankenstein y el vampiro que más tarde daría lugar al mito del conde Drácula. El año del verano que nunca llegó (Random House) ofrece un interesante cruce de géneros: novela, biografía, ensayo, historia. Y está narrado por el mismo autor, que parece un detective atormentado por una obsesión literaria.
A diferencia de mis novelas anteriores sobre un tema histórico definido, este libro fue una aventura muy distinta. Tenía un tema contado vagamente a partir de una anécdota de hace dos siglos, pero no sabía cómo narrarlo. Yo esperaba que el azar y la intuición me abrieran puertas. Y eso fue lo que sucedió. El año del verano que nunca llegó reúne muchas historias. Cada vez que comenzaba un capítulo, sentía que volvía a contar todo de nuevo, desde otro ángulo. Cuando miro el trabajo terminado, veo que hay muchos hilos subterráneos que llevan de una cosa a la otra. Me tocó descubrirlos durante el proceso. Fue una experimentación continua, que disfruté mucho. No pretendía hacer una investigación exhaustiva. Me interesaba estar lo más cerca posible del clima espiritual en el que se dieron esos hechos.
La obsesión es el motor de mi trabajo. Creo que uno le dedica cinco años de su vida a un tema si está secretamente entretejido con sus propias preocupaciones. Siento fascinación por el Romanticismo y he leído mucho a los poetas ingleses, alemanes, franceses. Me interesa como fenómeno histórico, como fiebre de juventud. No creo haya habido un movimiento cultural tan fuerte como el Romanticismo. Las preguntas que se hacían los románticos son las mismas que podemos hacernos nosotros: cuál es nuestro lugar en la naturaleza, si no hemos perdido el respeto por el universo natural, si hay una idea de lo divino que pueda guiarnos no como una religión sino como un principio de sacralidad. Esas inquietudes son muy pertinentes en una época como la nuestra, donde hemos perdido libertad. Estamos cada vez más conectados a artefactos, cada vez más vigilados; ni siquiera tiene prestigio el diálogo directo entre los seres humanos si no hay una máquina mediando entre ellos.
Para este libro no hubo un método. Hubo una dosis grande de azar. Llegué a Ginebra no porque fuera a buscar esta historia sino porque se me presentó la ocasión. Cuando fui a Inglaterra y busqué la abadía de Byron, que no encontré, mi primera sensación fue que el viaje había sido un fracaso. Pero después comprendí que es el turismo el que aspira a que lo que se encuentra sea lo que se buscaba; el viajero tiene que estar dispuesto a buscar una cosa y encontrar otra.
A veces, los viajes implican una gran dispersión. Que hoy esté aquí y mañana allá obliga, en mi caso, a tratar de convertir la imaginación y la literatura en el hilo que une todos esos fragmentos. Pero también siento algo que es más de esta época que de otras: la casa es el planeta. Llego a cualquier sitio sin olvidar de dónde vengo y sin olvidar desde qué perspectiva observo. Viajo a la India, por ejemplo, y aunque no dejo de pensar que soy un colombiano que visita aquel país, no me siento como un extraño. Como la globalización es un hecho, los problemas del mundo son los mismos: en todas partes nos hacemos las mismas preguntas y sentimos las mismas angustias.
Hace tiempo pensaba que la novela era un género totalmente definido, cerrado sobre sí, con parámetros ya establecidos. Sin embargo, si llamamos novela al Ulises, de Joyce, a Pedro Páramo, de Rulfo, y a La metamorfosis, de Kafka, es porque tenemos una idea muy amplia. En una novela caben muchas obras distintas. Me parece bien que sea un espacio de experimentación en el que todavía necesitamos que haya personajes y hechos y que se desencadenen consecuencias. Todo intento por normativizar la novela o por clasificarla de una manera rígida, coarta la libertad. Lo que más necesitamos son libros vivos.
Mi libro quiere jugar, de a ratos, a la disolución de los géneros, y en otros, a la proximidad y al diálogo entre ellos. Eso me resultó muy grato. La poesía estuvo presente todo el tiempo. Cito versos en algunos capítulos, que vienen de otra parte. Me parecía interesante incluir un verso cada vez que la atmósfera me despertaba el recuerdo de un poema. En algunos momentos, el tono es de reflexión, no de teorización pero sí de especulación sobre temas históricos o mitológicos. Si yo era el protagonista secreto de la novela, si todas las cosas que pasan me ocurren a mí y se convierten en estados de ánimo, podía navegar más fluidamente en los géneros.
Estuve mucho tiempo buscando el narrador. Siempre necesito tener un narrador situado, necesito saber quién es y cuánto sabe de la historia. Cuando comprendí que me iba a tocar a mí narrar los hechos, resolví algunos problemas: podía hablar con toda libertad de las fuentes literarias, mitológicas, y de las prolongaciones hasta nuestro tiempo; de los Frankenstein de historieta, de cine, de novelas. Contar una historia del siglo XIX mientras uno la persigue en trenes, en aviones, en Internet.
Padua, Colombia, 1954
Escritor, periodista y traductor, Ospina (Padua, Colombia) es autor de los libros de poesía Hilo de arena (1986), El país del viento (1992, con el que ganó el Premio Nacional de Poesía del Instituto Colombiano de Cultura). Publicó también ensayos como Los nuevos centros de la esfera (2003) y Es tarde para el hombre (1992) Con su primera novela, Ursúa (2005), inició una trilogía sobre la conquista de América
lanacionarTemas
Otras noticias de Literatura
Más leídas de Cultura
Agenda. 7 recomendados de arte y cultura para esta semana
La muerte de Juan José Sebreli. La perturbadora lucidez de un filósofo de alto nivel, historiador agudo y politólogo sagaz
Estaba internado en el Italiano. Murió a los 93 años Juan José Sebreli, escritor, sociólogo y crítico literario
Despedida. Adiós a Juan José Sebreli, decano de nuestro salón