Desnuda y con un cuchillo en la mano izquierda: así retrató en 1944 la esencia femenina Wifredo Lam, en una obra que hoy pertenece a Eduardo Costantini. A poco más de cuatro décadas de su nacimiento en la aldea Sagua la Grande, y de haberse vinculado con las vanguardias en Europa, este artista cubano iniciado en los rituales religiosos por su tía y madrina -Mantonica Wilson, una imponente curandera con raíces africanas y españolas- retornaba a su origen para mirarlo a la cara y mostrarlo con orgullo al mundo.
Las obras más importantes de una carrera que lo consagraría como "el más universal de los pintores cubanos" fueron realizadas durante su regreso al continente americano forzado por la invasión nazi a París, ciudad donde se hizo amigo de Pablo Picasso-influencia clave en su producción- y donde moriría en 1982. Hijo de un inmigrante chino y de una madre mestiza, logró reflejar en imágenes lo que llamó "la cosa negra": una identidad múltiple, dotada de una poderosa fuerza mística y femenina.
"Lo único que me quedaba en aquel momento era mi viejo anhelo de integrar en la pintura toda la transculturación que había tenido lugar en Cuba entre aborígenes, españoles, africanos, chinos, inmigrantes franceses, piratas y todos los elementos que formaron el Caribe. Yo reivindico para mí ese pasado", dice el artista citado por la historiadora María Clara Bernal en el sitio web del Malba. El museo posee otra pinturas de Lam de esa época: La mañana verde, de 1943.
Durante ese año pintó también La jungla, cuadro que pertenece al Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), y Omi Obini, pintura que Sotheby’s está por rematar con un valor estimado entre ocho y doce millones de dólares. Se prevé que superará el récord para el artista en subastas, de 5,2 millones: esa suma se pagó por A tres centímetros de la tierra en París, en 2017. Casi una década antes, La mañana verde se había vendido en 1,2 millones.
En plena manifestación global contra el racismo, se revalorizará así el legado de un hombre que vio más allá de las etnias y cruzó todo tipo de fronteras gracias a su mirada integradora. Con la exuberante energía del Caribe, aplicada a una síntesis propia de las técnicas cubistas y surrealistas aprendidas en España y Francia, mostró el aguerrido poder de sus "mujeres caballo" y la sacrificada vida de los esclavos africanos en las plantaciones de caña de azúcar. "Quise con todo mi corazón pintar el drama de mi país -escribió, citado por el MoMA-, perturbar los sueños de los explotadores".
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