Wham!, la historia de dos
Lo primero que pensé fue qué bruta. Me gusta mucho la música, incluso la música que no me gusta, por eso no me gusta no saber sobre música. Y esto no lo sabía. El otro día me puse a ver Wham!, un documental sobre el dúo inglés que tuvo a George Michael como una de las mitades y apreté play convencida de que no iba a conocer ninguna canción porque las únicas canciones que conocía de George Michael eran de él, de su etapa solita. De esta, nada. bueno, mentira.
Antes de ser eso que yo conocía, George Michael fue Georgios Kyriacos Panayiotou, tuvo 11 años y conoció en la escuela a Andrew Ridgeley, un niño de su mismo barrio que se volvió su mejor amigo. Juntos hicieron Wham!, una banda de pop con algo de disco que hizo gritar a los adolescentes del Reino unido y más en los primeros años de la década del 80 con letras primero con algún tinte de protesta y luego de la vida, del amor, de lo que pasa. No lo consiguieron al primer intento, la película muestra los fallidos (deja afuera por qué se obsesionaron con la música, cómo aprendieron a escribirla, a tocarla) y también el momento en que un programa de televisión, The Top of the Pops, les da lo que buscaban: todo.
Entonces el pelo en jopos, batido, de un lado y del otro, aclarado en las puntas, los aros, los shorts cortísimos y en colores, las camperas de cuero, de nylon, abiertas para que se vea la piel, el cuerpo a los 20, las coreografías, la cadera a la izquierda, la derecha, pum, pum, apenas, el chasquido de los dedos y esa música entre aguda y acelerada, con mucho monosílabos, el éxito infernal con una canción salida de un mensaje en un papel, “Wake Me Up Before You Go-Go” (para mí un tema de George, de nadie más). El documental como la reposición de una ausencia, de un silencio.
Nunca me gustó George Michael pero las veces que por algún motivo pensé en él lo pensé solo. Qué bruta. Ahí donde yo pude haber imaginado a George escribiendo en su habitación “Careless Whisper”, con una remera y brillos, ahí estaba Andrew. En alguna discoteca cantando para ser escuchado, ahí estaba Andrew. Cuando una de sus canciones llegó al primer puesto del ranking, ahí estaba Andrew. En cada entrevista, en la elección del vestuario, en el estudio de grabación, a la salida de un recital, tras cantar “Last Christmas” y escuchar los gritos de las fanáticas, ahí entre el bullicio de la desesperación por hacer carne el póster pegado a la pared, ahí estaba Andrew. Qué cruel.
Wham! existió desde 1981 hasta 1986, vendió 20 millones de discos y compuso la mayoría de las canciones que yo recuerdo de George Michael. Hay una frase en la película que tal vez explique mi ignorancia. Dice uno de los testimonios que al principio Andrew era el líder y George una copia de él y que lo sabía y que por eso se dio cuenta de que debía hacer algo. Fue en ese movimiento que nació la bestia que no solo iba a ser poco después el único en escribir y producir los temas del dúo sino el único en importar: el criticado por las líricas huecas, el alabado por el talento, por la voz, el aplaudido por Elton John. De tanto imitarlo George lo aplastó. Y ahí quedó Andrew para mí, en la nada.
La semana pasada escuché en la radio que hablaban del documental y decían que era la historia de George y la de un hombre generoso que dejó a su amigo seguir el camino solo. El cierre de la película va en ese sentido. Terminan las fotos de esos años, los peinados, las piernas, los bailes, salen de escena las voces de los dos y sobre un negro en rosa se escribe como si fuera lindo o una decisión: como solista George llegó a vender 120 millones de discos, nadie estaba más orgulloso y menos sorprendido que Andrew. Qué difícil. Tener fama, amores, atención y luego, no más. Un desconocido. Un nombre dentro de otro.