Walt Whitman, el poeta de sensualidad mitológica que quiso fundar una “erotocracia”
En el 130º aniversario de la muerte del legendario escritor estadounidense, su obra sigue causando el mismo impacto que cuando publicó “Hojas de hierba”, a mediados del siglo XIX
- 6 minutos de lectura'
Así concluye el poema “Camden (1892)”, de Jorge Luis Borges: “No está lejos el fin, su voz declara: / casi no soy, pero mis versos ritman / la vida y el esplendor. Yo fui Walt Whitman”. Hace 130 años moría en Camden, Nueva Jersey, uno de los poetas estadounidenses más influyentes de la literatura universal. Tenía 72 años e ignoraba que sus poemas de verso libre e inventiva mitológica dejarían huella en autores tan dispares como Hart Crane, Wallace Stevens, T. S. Eliot, Pablo Neruda, Fernando Pessoa, Federico García Lorca, Ernesto Cardenal y Wislawa Szymborska. “Las sagradas escrituras españolas son el Quijote, y yo diría que las auténticas sagradas escrituras en lengua inglesa son las obras completas de Shakespeare, del mismo modo que las sagradas escrituras estadounidenses son las de Walt Whitman”, afirmó el crítico estadounidense Harold Bloom. Walter Whitman había nacido el 31 de mayo de 1819; a los once años dejó la escuela y comenzó a trabajar para llevar dinero a su casa.
Cuando Whitman publicó (y pagó de su bolsillo) la primera versión del clásico Hojas de hierba, en 1855, que contenía “Canto a mí mismo” y “Los durmientes”, fue elogiado así por el poeta y filósofo Ralph Waldo Emerson: “El más excepcional documento, de espíritu y sabiduría, que América haya producido hasta ahora”. Whitman se presentaba a sí mismo como “americano, uno de los duros, un cosmos, desordenado, carnal y sensual, no sentimental, no por encima de hombres o mujeres o aparte de ellos, no más modesto que inmodesto”. En 1856, agregó “Poema del ocaso” [”En el ferry de Brooklyn”]; en 1860, “Con el reflujo del océano de la vida” y “De la cuna que se mece eternamente”, y en 1865, “La última vez que florecieron las lilas en el huerto”, elegía dedicada a Abraham Lincoln luego de que el presidente estadounidense fuera asesinado. “Esto no es un libro: / quien lo toca, toca a un hombre”, advertía el autor.
Whitman no solo celebró el advenimiento del “hombre moderno”; también le preocupaba el lugar del artista en la sociedad. “Pensó que la democracia era un hecho nuevo y que su exaltación requería un procedimiento no menos nuevo”, escribió Borges. Para Whitman, el artista debía ser el mediador universal entre individuos, clases y naciones democráticas. “Más que cualquier otro factor, una robusta literatura ha de ser indudablemente la justificación y la salvaguarda […] de la democracia americana -escribió el poeta durante la Guerra de Secesión estadounidense-. Pocas personas tienen idea de la medida en que la gran literatura penetra en todas partes, da color a todo, orienta a las masas, forma las personalidades y, por vías útiles, con fuerza irresistible, construye o destruye la voluntad”. Fue también ensayista y periodista; años atrás, Losada publicó su única obra narrativa, la novela Vida y aventuras de Jack Engle, en versión de Pablo Ingberg.
“De los escritores norteamericanos, sin duda Whitman fue quien escribió más que ningún otro para ese ‘pueblo que vendrá', como dice Gilles Deleuze en su ensayo sobre el poeta, que es Estados Unidos con su mezcla de razas y nacionalidades -dice la escritora y traductora Cristina Piña a LA NACION-. Además de su voluntad de transmitir entusiasmo a sus lectores en el futuro del país al que vislumbra como una potencia y en incentivar su patriotismo. Si bien es un autor fundamental para la nacionalidad y el desarrollo de la poesía norteamericana, Whitman es problemático para una sociedad pacata y puritana como la estadounidense ya que su homosexualidad hizo casi imposible que se convirtiera en un modelo de identificación para la juventud. Por suerte los tiempos han cambiado y su voz puede ser valorada en su potencia, su belleza y su heroísmo”.
Para el escritor y crítico austriaco Hermann Bahr, por su combinación de sensualidad, tono e ideas, Whitman filosofaba con el falo. “La humanidad de Whitman no es una democracia, es una erotocracia”, sostuvo.
“Considerado el padre del verso libre, Whitman es uno de los poetas más influyentes del canon estadounidense -dice a LA NACION la escritora Sandra Pien-. Constructor de un universo propio, todo está en su poesía: el hombre, el cuerpo, el alma, la pasión, la euforia, la alegría, el sexo, el amor, la naturaleza, la democracia, la amistad, el entusiasmo por la vida. Concibió su obra como un único y monumental libro de poemas y prosas poéticas, Hojas de hierba, que revisó en múltiples ocasiones y publicó de él diez versiones; en cada una añadía nuevos corpus o poemas. Los más memorables son ‘Canto a mí mismo’, ‘Yo canto al cuerpo eléctrico’, ‘De la cuna que se mece eternamente’ y, en posteriores ediciones, la elegía al asesinado presidente Lincoln, el tan emotivo ‘¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!’. La audacia poética en materia de sexualidad que imprimió a su poesía marcó una huella que hoy en día, aunque no escandalice como en su época, no ha perdido singularidad. Fue un renovador y un neologista de la lengua, utilizó un inglés vastísimo y de amplio espectro, enriquecido con nomenclaturas aborígenes y con palabras en castellano, francés e italiano. Jorge Luis Borges es el traductor argentino por excelencia de la poesía de Whitman: doble deleite”.
Para la investigadora estadounidense Vivian R. Pollak, la “visión expansiva” del poeta acerca del erotismo y la camaradería entre pares es solo un aspecto de su poética. En The Erotic Whitman, Pollak sostiene que el escritor desafió los códigos literarios misóginos y homofóbicos de su época (recuérdese: mediados del siglo XIX) al promover un ideal de democracia sexual sin razas ni clases que igualaba todas las variedades de deseo.
Versos de Whitman traducidos por Borges
Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.
Creo en ti, mi alma, el otro que soy no se rebajará ante ti,
Y tú no te rebajarás ante él.
Tiéndete en el pasto conmigo, desembaraza tu garganta,
No son palabras, ni música, ni versos lo que preciso, ni hábitos, ni
discursos ni aun los mejores,
Solo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave.
Recuerdo cómo nos acostamos una mañana transparente de estío,
Cómo apoyaste la cabeza sobre mis caderas y la volviste a mí dulcemente,
Y abriste mi camisa sobre el pecho y hundiste tu lengua hasta tocar mi corazón desnudo,
Y te estiraste hasta tocarme la barba, y luego hasta tocarme los pies.
Otras noticias de Arte y Cultura
Más leídas de Cultura
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio